Mostrando entradas con la etiqueta sanidad militar. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta sanidad militar. Mostrar todas las entradas

domingo, 27 de octubre de 2024

ARA: El sueño de ser suboficial de la Armada

El sueño de convertirse en una mujer militar


La Suboficial Mayor Enfermera Beatriz Hernández pertenece a la sexta promoción de mujeres enfermeras. Fue de las primeras en participar en las Misiones de Paz de la ONU en el extranjero.

Gaceta Marinera



Puerto Belgrano – Con tan sólo 15 años, Beatriz Hernández decidió ingresar a la Armada Argentina junto a una amiga del secundario, con el único conocimiento de que estaría entre las primeras mujeres de la Fuerza en vestir un uniforme.

Corría 1988 y las jóvenes pioneras ingresaban a la Armada Argentina en las únicas especialidades disponibles, Enfermería y Operaciones. Así, Beatriz comenzó a recorrer su camino en la carrera naval, con esfuerzo y dedicación en un ámbito predominantemente masculino, en aquel entonces.

“La Armada fue brindándome las oportunidades y no desaproveché ninguna”, enfatizó la enfermera con más de 35 años de servicios, quien a fin de año se retira.

La Suboficial Mayor Enfermera Beatriz Hernández pertenece a la sexta promoción de mujeres enfermeras. Fue de las primeras en participar en las Misiones de Paz de la ONU en el extranjero, en Haití (MINUSTAH); en realizar campañas en el terreno junto a los Infantes de Marina; en asistir a los buzos tácticos y de salvamento, y también en embarcar en los buques de guerra de la Armada como la corbeta ARA “Granville” y el transporte ARA “King”.



Además de la especialidad de enfermería que obtuvo en la Escuela de Suboficiales de la Armada Argentina en 1990, Beatriz es Mecánica Dental. Estudió histopatología forense y se recibió como Técnica Evisceradora, finalizando luego la Licenciatura en Enfermería.

En la Armada tuvo la oportunidad de capacitarse en QBN (Guerra Química, Biológica y Nuclear), en evacuación médica aeronaval y cursos de Sanidad en Combate como el C4.



La enfermera, de González Catán, se lanzó en paracaídas, buceó, aprendió a manipular diversas armas de fuego, y navegó miles de millas por el Mar Argentino. Y entre sus logros más preciados, nombra la oportunidad de ascender y llegar al grado de Suboficial Mayor.

“Ingresé con una mochila llena de ilusiones y me estoy retirando con la satisfacción de haber crecido profesionalmente, y vivido plenamente una carrera operativa con entusiasmo y emoción”, destacó la Suboficial Hernández.
De González Catán al mar

Beatriz nació en la Ciudad de Buenos Aires y a los pocos años su familia se trasladó cerca de Cañuelas, en González Catán, Municipio de La Matanza, ubicado en la Zona Oeste del Gran Buenos Aires. Allí transcurrió su infancia y adolescencia.

Cursando el tercer año del secundario, la mamá de su amiga Claudia Villafañe la motivó a considerar una carrera de Armas, cuando las mujeres recién comenzaban a transitar el ámbito castrense. “¿Querés ser una mujer militar?”, le preguntó un día y ella respondió “Sí, quiero”.

Había decidido su destino y se fue con esa inquietud a su casa, a contarle a sus padres lo que quería. “Recuerdo que papá me miró y me dijo: ‘hija, pero ¿dónde te van a querer más que en tu casa?’ y acá estoy”, rememoró.

Cuando llegó a su domicilio la notificación de su incorporación a la Armada, sus padres empeñaron las alianzas de matrimonio para poder comprar todo lo necesario para su ingreso. Preparada para emprender el viaje en tren, directo de Constitución hacia la Base Naval de Puerto Belgrano, su mirada no alcanzaba a ver la inmensa cantidad de jóvenes congregados en la estación aquel día. “Éramos cientos de chicos de todas partes subiéndonos a ese tren que nos llevaría a un destino desconocido pero prometedor”, recordó con entusiasmo.




Cuenta que pensaba en un trabajo administrativo como furriel en la Armada, pero esta especialidad naval aún no contaba con cupos femeninos y le asignaron enfermería, ya que las mujeres de operaciones debían ingresar con secundario completo. “Comencé a conocer la especialidad, le tomé cariño, y descubrí que había nacido para cuidar y ayudar a otros”, enfatizó con convicción profesional.

Una vez recibida y con el uniforme puesto, sintió felicidad plena. Había logrado el sueño de ser una mujer militar. Su primer destino fue en Buenos Aires, en el Hospital Naval “Cirujano Mayor Doctor Pedro Mallo”, donde su empatía ante el dolor y el sufrimiento ajeno reforzó su amor y vocación de servicio.

Los siguientes pases en destinos de la Infantería de Marina terminaron de forjar un carácter enérgico y dinámico: sirvió a la lo que hoy es la Brigada Anfibia de Infantería de Marina, y al Batallón de Infantería de Marina Nº2: “Aprendí de camaradería más que nunca y de trabajo en equipo, también que necesitamos siempre del otro para cumplir un objetivo”, subrayó.

De allí, siguió incursionando en destinos poco transitados para las mujeres de la Fuerza, como el Servicio de Salvamento de la Armada (SISA), hasta que en el 2006 la Armada Argentina habilitó a las militares de promociones anteriores a poder elegir ser personal operativo y embarcar en cualquier unidad de superficie.

“Yo quería navegar y ante la posibilidad de hacerlo, elegí ser operativa. En ese momento, ya era mamá de Victoria, que había nacido en el 2002 y hoy tiene 21 años, aunque ya estaba divorciada; pero nunca olvidaré las palabras de mi ex marido cuando busqué su apoyo, me dijo: ‘No esperaba menos de vos, cumplí tus sueños’ y seguí en carrera”, apuntó agradeciendo siempre su sostén.



Así, navegar fue una experiencia hermosa que sumó a las realizadas hasta entonces. “Es que el trabajo de un enfermero en la Armada va más allá de la asistencia en el ámbito hospitalario”, explica Beatriz, conforme de su trayectoria y logros alcanzados.

Sus últimos años de carrera los transitó en el Hospital Naval Puerto Belgrano como encargada del Departamento de Gestión y del Detall Administrativo. Adoptó a Punta Alta, ciudad cercana a la Base Naval, como su segunda casa, aunque su corazón palpita en Mar del Plata.

“La Armada Argentina jamás fue un trabajo para mí, es una forma de vivir con disciplina, responsabilidad, compromiso, y mucho sentido de pertenencia; todo es vocación y honor de servir a la Patria”, destacó.

Las mismas lágrimas de entusiasmo y emoción que brotaron de su rostro el día que tomó el tren hacia Puerto Belgrano, con 15 años, para su ingreso, corren por su rostro hacia el fin de su carrera, a los 48: “Agradezco a la Armada Argentina porque pude cumplir mi sueño de ser una mujer militar”.

martes, 7 de diciembre de 2021

España Imperial: La dura vida en los buques de la Corona

La vida a bordo en los barcos de la Monarquía Hispánica


Por Alberto Vidal Guerrero || Academia Play


¡Bienvenidos a bordo! La vida en el mar nunca ha sido fácil, sobre todo en aquellos barcos de madera del s. XVI-XVII con los que la Monarquía Hispánica aseguraba sus mares. Vamos a echar un vistazo…



Galeras en combate

El mar Mediterráneo fue durante siglos el más importante a nivel comercial y militar. Cualquier potencia que se preciara debía mantener controlado el mar: ahí tenemos a los Romanos, quienes lo dominaron por completo y le pusieron el nombre de Mare Nostrum (nuestro mar). Las galeras fueron el tipo de barco que dominó este mar, ya las usaron los fenicios, griegos, romanos, cartagineses… la Corona de Aragón dominó con ellas el Mediterráneo y la Monarquía Hispánica las mantuvo hasta el s. XVIII. Mientras que en el Atlántico predominaron navíos más robustos, que conocerían la expansión hispana por occidente.

Las galeras eran barcos que tenían dos motores: el viento y la fuerza humana. Los galeotes eran los hombres encargados de mover los pesados remos para que el barco avanzara. Se trataba de delincuentes, esclavos y, aunque parezca mentira, algún que otro voluntario. La vida de los galeotes no era muy larga: comían, dormían y hacían sus necesidades encadenados y sentados en sus bancos, con la consiguiente falta de higiene que se juntaba con las fatigosas jornadas.

“Batalla de Lepanto 1571. Galera ‘La Real’ / Battle of Lepanto, 1571. ‘La Real’ Galley” Óleo sobre lienzo / oil on canvas, 81 x 65 cm. © José Ferre-Clauzel

Sin embargo, la rutina de los que se movían libremente por el casco no era mucho mejor. La tripulación de un barco comúnmente estaba formada por los hombres de mando, la gente de cabo (marineros) y la gente de remo (o chusma). Los marineros junto a los soldados embarcados, recibían instrucción a bordo y también realizaban tareas de mantenimiento. Esto era importante para estar preparado, pero también para pasar el tiempo. Pues si había una cosa de las que sobraban en un barco era tiempo, las misiones podían durar meses o incluso años. Para entretenerse jugaban a los naipes, al ajedrez, los dados… apostar estaba prohibido, pero era también una actividad común. Alonso de Contreras estuvo mucho tiempo navegando a través del Mediterráneo y recoge una curiosa anécdota respecto a esto:


“Y como la presa era tan rica, mandó el capitán nadie jugase, porque cada uno llegase rico a Malta. Mandó echar los dados y naipes a la mar y puso graves penas a quien los jugase, con lo cual se ordenó un juego de esta manera: hacían un círculo en una mesa, como la palma de la mano, y en el centro de él otro círculo chiquito como de un real de a ocho… cada uno metía dentro de este círculo chico un piojo… y apostaban muy grandes apuestas, y el piojo que primero salía del círculo grande tiraba toda la apuesta, que certifico la hubo de ochenta cequíes” Capitán Alonso de Contreras, Memorias

A todos estos hombres (muy raramente viajaba alguna mujer) había que alimentarlos. Hay que tener en cuenta que la tripulación podía estar embarcada varios meses sin tocar tierra, por lo que era necesario gestionar bien las provisiones, no solo teniendo en cuenta los números, sino también la conservación de los alimentos. El rancho diario se basaba en el bizcocho (bis-cotto: dos veces cocido) que se remojaba para ablandarlo. Dos veces a la semana se daban alubias o arroz y una vez a la semana, carne o tocino. A los galeotes se les solía dar el bizcocho en mal estado y las sobras (si las había). El agua se solía estancar y pudrid, la cerveza se mareaba pronto, volviéndose de color verdoso, así que el vino era la mejor bebida disponible. Antes del combate se solía dar doble ración, para ir más animados. Otros países donde los viñedos no crecían bien utilizaban otras bebidas, como el ron en caso de los ingleses.

Las condiciones de vida eran realmente penosas. Los hombres vivían hacinados, puesto que había que aprovechar bien el espacio. Para asearse no había muchas opciones más que el agua salada del mar, así que podéis haceros una idea del olor que habría allí instalado.

El escorbuto era una enfermedad común de las tripulaciones. La falta de vitamina C . Su nombre tiene origen sajón «schorbûk» que se puede traducir como “ruptura de vientre”, provoca hemorragias en diversas partes del cuerpo por el debilitamiento de los vasos sanguíneos, especialmente de los capilares. Se suele decir que el remedio lo encontró James Lind, un cirujano naval británico, en 1747, pero aunque este hombre escribiera un tratado (poco acertado), en los barcos españoles no solían tener problemas de escorbuto, puesto que llevaban a bordo “agrios” o “jarabe de limón”. Parece ser que el remedio era ya conocido, pues fray Agustín Farfán, agustino y doctor en medicina por la Universidad de México, publicó en 1579 su “Tratado breve de anatomía y cirugía y de algunas enfermedades que mas suele haber en esta Nueva España” donde se recomienda el uso de naranjas y limones para el tratamiento del escorbuto.

Cuadro de una batalla naval pintado por Ferrer Dalmau

¡Barco enemigo a la vista!¡A sus puestos de combate! Todos aquellos meses navegando para llegar a este momento, donde muchos sabían que perderían la vida o acabarían heridos. No sabría deciros qué sería peor, pues la presencia de médicos era nula. El barbero hacía las veces de cirujano y muchos de sus remedios pasaban por la sierra… Un hombre herido gravemente (o muchas veces con una simple infección) podía considerarse un hombre muerto.

El orden de combate era distinto entre el Mediterráneo y el Atlántico. En el primer, las galeras atacaban de frente, con el espolón de proa, intentando abrir una brecha en el casco enemigo y abordándolos. En el Atlántico, sin embargo, la artillería jugó un papel fundamental, atacando de costado para conseguir una mayor potencia de fuego. Los barcos en el mar occidental no precisaban de remeros, pues los vientos bastaban para mover los navíos. La Monarquía Hispánica mantuvo galeras en el Mediterráneo hasta finales del s. XVIII, cuando los navíos de línea dominaban los mares.


Aunque hoy en día la vida en el mar ha cambiado mucho, las condiciones en un barco no son las más cómodas para vivir unos cuantos meses. Los marineros tienen que acostumbrarse a vivir juntos en un espacio reducido, con personas muy diferentes entre sí y rodeados de agua. Está claro que no es un trabajo para aquellos que les cueste la convivencia, pero navegar en alta mar es una de las aventuras que más ha llamado al ser humano desde su aparición en esta tierra, el “planeta azul“.
Bibliografía

Pi Corrales, Magdalena de Pazzis, Tercios del mar, Esfera de los libros, 2019

V Centenario de la Vuelta al Mundo: http://vcentenario.es/

Moreno Cebrián, Alfredo, “La vida cotidiana en los viajes ultramarinos”: http://armada.mde.es/archivo/mardigitalrevistas/cuadernosihcn/01cuaderno/06vidacotidianaviajes.pdf

sábado, 6 de febrero de 2021

China: 20% de los submarinistas con problemas de salud mental

China: uno de cada cinco submarinistas tiene problemas de salud mental, según un estudio

El Snorkel




El aumento en la frecuencia de las maniobras militares y los largos períodos de aislamiento posiblemente sean los culpables, dicen investigadores.
 
El estudio interrogó a más de 500 hombres militares que trabajan en la región en disputa.

Uno de cada cinco marineros hombres que sirven con la fuerza submarina de China en mar del Sur de China experimentan problemas de salud mental, según una nueva investigación.

El estudio de la Universidad Médica Naval de Shanghai de más de 500 militares y oficiales afirma ser el primero de su tipo en destacar los problemas psicológicos que enfrentan las tropas que trabajan en la vía fluvial en disputa.

Según sus respuestas a un cuestionario de autoevaluación, se descubrió que el 21 por ciento de los encuestados padecía algún grado de problemas de salud mental.

Los submarinistas también obtuvieron puntuaciones más altas en indicadores de ansiedad e ideación paranoica (pensamiento que está dominado por contenido sospechoso o persecutorio) que el promedio de todos. Militar chino militares.

Los hallazgos sugirieron que los submarinistas tenían "un mayor riesgo y problemas psicológicos más graves", dijeron los investigadores en un informe publicado este mes en Military Medicine , una revista producida por la Sociedad de Profesionales de la Salud Federales de Estados Unidos.

El estudio dijo que se necesita más investigación para comprender las causas de los problemas de salud mental, pero dijo que la importancia estratégica del mar para China probablemente sea uno de los factores contribuyentes.

"Especulamos que esto puede deberse, por un lado, al aumento de las maniobras militares en el sur de China en los últimos años que pueden implicar de 60 a 90 días de crucero sumergido", dijeron los investigadores.
"Por otro lado, el entorno físicamente hostil significa que los submarinistas no solo viven en un entorno aislado y constantemente cerrado, sino que también duermen en una cabina que está expuesta a un ruido excesivo".
El estudio también encontró que los militares en submarinos nucleares tenían más probabilidades de experimentar problemas psicológicos que sus contrapartes en embarcaciones tradicionales, al igual que aquellos con educación universitaria.

Sobre el tema de este último, los investigadores dijeron que el entorno submarino podría no "cumplir con los requisitos de trabajo del personal altamente educado que anhela la libertad y la integración en la sociedad".


El estudio dijo que se necesita más investigación para comprender las causas de los problemas de salud mental de los submarinistas. Foto: AFP

A pesar de sus hallazgos, los investigadores dijeron que el descubrimiento de que el 21 por ciento de los submarinistas experimentaban problemas de salud mental no era significativamente diferente de un estudio de 2005 que encontró que el 18 por ciento de todos los soldados chinos varones tenían tales problemas.

Pero las puntuaciones más altas en ciertos síntomas y la evaluación en general subrayaron la vulnerabilidad de los submarinistas del Mar de China Meridional y proporcionaron una base para que los militares promuevan una mejor salud mental dentro del grupo, dijeron.

Beijing considera casi todo el Mar de China Meridional como su territorio soberano, pero Brunei, Indonesia, Malasia, el Filipinas, Taiwán y Vietnam todos tienen reclamos rivales.

Para reforzar sus afirmaciones, Beijing ha incrementado su presencia militar en la vía fluvial, desarrollando bases y organizando patrullas marítimas regulares.

La Oficina de Inteligencia Naval de Estados Unidos dijo en un informe publicado en marzo que esperaba que la flota de submarinos de ataque de propulsión nuclear de China creciera a 13 para 2030, de siete el año pasado y cinco en 2000.

Fuente: https://www.scmp.com/

viernes, 19 de junio de 2020

Vida embarcada: ¿Por qué a los marinos de la Royal Navy se les llamaba limey?

¿Por qué a los marineros británicos se les llamaba «limeys»?

Javier Sanz — Historias de la Historia



Respecto a que los ingleses son muy suyos, hace un tiempo leí: «Conducen por la izquierda, juegan a cosas tan enigmáticas como el cricket, pesan y pagan en libras, tienen una Iglesia para consumo propio y pueden ser a la vez gentlemen y hooligans.» Quizás el hecho diferencial radique en que, de los actuales 200 países que hay en el mundo, sólo hay 22 que nunca hayan sido invadidos por tropas británicas, bucaneros comisionados por ellos o corsarios con patente de la Corona británica. Lógicamente, para ello han tenido que hacer frente a los intentos de conquista sufridos por ellos mismos, hostigar al resto de potencias que podían hacerles frente, conquistar buena parte del mundo conocido y mantener un imperio colonial de esa magnitud y, sobre todo, durante tanto tiempo, requiere una numerosa flota, los mejores barcos de cada época, lobos de mar al frente de tripulaciones intrépidas… y librar un dura lucha contra el escorbuto.



El escorbuto, causado por una deficiencia de ácido ascórbico (vitamina C) en la dieta, lleva con nosotros miles de años. De hecho, investigadores de la Universidad de Burgos y del equipo de Atapuerca documentaron un caso de escorbuto en un esqueleto infantil en excelente estado de conservación, localizado en el yacimiento del Portalón de Cueva Mayor, cuyos restos se estima que pertenecen a un niño o niña que vivió hace unos 5.000 años. Sin embargo, ¿por qué el escorbuto se relaciona directamente con las expediciones y exploraciones marítimas del siglo XV al XVIII? Pues sencillamente porque era la principal causa de mortalidad entre los marinos, mucho mayor que las guerras, los fenómeno meteorológicos o los hundimientos. Y la razón es evidente, además del duro día a día en el barco, la alimentación estaba basada principalmente en carne seca, salazones, legumbres y un bizcocho que, de no mojarlo, no había forma de hincarle el diente. Lógicamente, los productos frescos escaseaban y a la vitamina C no se la esperaba a bordo. Ingleses, españoles, franceses, holandeses, portugueses… daba igual el pabellón que ondease en su barco, todos tenían que combatir con el letal escorbuto, más temido que los piratas o los barcos enemigos.



Lógicamente, había muchas teorías y remedios, con tanta imaginación como escaso resultado. Todo cambió o, mejor dicho, empezó a cambiar con el médico británico James Lind. Él creía que la enfermedad estaba causada por un desequilibrio en la alimentación (no iba mal encaminado) y que se necesitaban ácidos para estabilizar el organismo. En mayo de 1747, como médico del Salisbury, realizó un experimento con una docena de hombres afectados por el escorbuto. Los dividió en grupos de dos y a cada uno le suministró uno de los diferentes remedios: vinagre, ácido sulfúrico, limones y naranjas, agua de mar, agua de cebada y nuez moscada. Solo el grupo al que le dio naranjas y limones superó el escorbuto. En 1753 publicó su experimento en la obra Un tratado el escorbuto, y problema resuelto… pues no, porque Lind metió la pata. Como era lógico pensar, relacionó el remedio con los cítricos, pero no con la vitamina C que contienen. Así que, sabedor de la dificultad de conservar los productos frescos durante las travesías, se le ocurrió un sistema para conservarlos: preparar un concentrado hirviendo los cítricos en agua. Y la cagó, porque al hervirlos la vitamina C se reduce. Lamentablemente, los siguientes viajes en los que se utilizó este método también sufrieron el escorbuto y, como era de esperar, a Lind le negaron el pan y la sal. Aun así, entre la gente del mar aquella historia no se había olvidado y seguían pensando que los cítricos estaban detrás del remedio. En 1780, el escocés Gilbert Blane, médico de la Royal Navy, publicó un informe con las recomendaciones para los marineros británicos bajo el nombre Sobre los medios más efectivos para preservar la salud de los marineros, particularmente en la Royal Navy, donde, entre otras muchas consideraciones, se recuperaban los cítricos para combatir el escorbuto. Al poco tiempo, y ya como Comisionado de la Junta de Enfermos y Heridos del Almirantazgo, presionó hasta conseguir que la Royal Nay estableciese el limón o el jugo de limón como elemento imprescindible en la dieta de los marineros. En 1794, siguiendo las recomendaciones de Blane y como prueba de fuego, el almirante inglés Alan Gardner llevó en su viaje sin paradas a la India barriles de zumo de limón. Apenas hubo enfermos de escorbuto y, desde 1795, todas las embarcaciones de la Royal Navy estuvieron obligadas a llevar fruta fresca y zumo de limón. Pero como ya eran muy suyos desde entonces, cambiaron el limón por la lima (lime), que obtenían en las colonias británicas del Caribe. Y esta es la razón por la que a los marineros británicos se les llamaba limey. Pero incluso hoy en día, en algunos países, como Australia, Nueva Zelanda o Sudáfrica, se llama limey a cualquier inglés, aunque no sea marino.

jueves, 28 de mayo de 2020

Argentina: La Armada busca profesionales en sus escalafones

Se encuentra abierta la preinscripción para profesionales que quieran ingresar a la Armada


Está dirigida a egresados de los niveles de Educación Superior que aspiren a ser oficiales de la Armada Argentina.

Gaceta Marinera




Se encuentra abierta la preinscripción al Concurso Público de Antecedentes y Oposición para aquellos profesionales que quieran formar parte del Cuerpo Profesional de la Armada.

Está dirigido a egresados universitarios aspirantes a integrar los siguientes escalafones:

  • Sanidad: médico, médico cirujano, doctor en Medicina.
  • Especial: licenciado en Enfermería, Kinesiología, Psicología y en Ciencias Ambientales. 





  • Ingeniería: ingeniero aeronáutico, ingeniero mecánico aeronáutico, ingeniero electrónico, ingeniero electromecánico, ingeniero electricista, ingeniero mecánico, ingeniero industrial, ingeniero electricista y electrónico.

Los requisitos son ser argentino nativo o por opción, poseer título y certificado analítico otorgado por universidades nacionales públicas o privadas y resultar seleccionado en el concurso específico.

Además, los médicos e ingenieros deben tener menos de 35 años al 31 de diciembre del año de inscripción, mientras que para el resto de los profesionales se exige ser menor de 31 años a esa fecha.






Para mayor información los interesados deberán contactarse con la Delegación Naval u Oficina de Incorporación más cercana a su domicilio, telefónicamente o vía mail:

http://www.incorporacion.armada.mil.ar/delegaciones.html

miércoles, 20 de mayo de 2020

Vida militar: Los problemas de la vida de los submarinistas alemanes en la SGM


Los secretos para superar el claustrofóbico confinamiento en los submarinos nazis de la Segunda Guerra Mundial

El mayor reto de los comandantes era mantener a sus hombres distraídos para evitar que se volvieran locos y conseguir que convivieran de forma apacible en el interior de los «U-Boote»

Manuel P. Villatoro
Rodrigo Muñoz Beltrán




Una buena parte de las películas (con la salvedad de la archiconocida «Das Boote») no han conseguido llevar con éxito hasta a la gran pantalla cómo era el día a día de la dotación de los submarinos alemanes; los mitificados «U-Boote». ¿Cada cuánto tiempo se cambiaban de ropa?, ¿cuál era su menú diario? A veces, y si me permiten el juego de palabras inverso, una frase vale más que mil imágenes. Sirvan como ejemplo las conclusiones que Herbert A. Werner, oficial en cinco sumergibles germanos durante la Segunda Guerra Mundial, escribió en su obra magna, «Ataúdes de acero»: «Llenaba el estrecho tambor de acero un hedor horrible, emanado de muchos cuerpos sudorosos, del combustible, de la grasa lubricante y de los rebosantes recipientes sanitarios».
Otro tanto ha pasado con el escaso espacio que los miembros de la dotación tenían para su disfrute. Poco se parecía a lo que nos ha mostrado Hollywood… El sumergible Tipo VII (el más popular de la Segunda Guerra Mundial) apenas contaba con un piso dividido en varias y minúsculas estancias. La mayor parte, lo bastante angostas como para que los marineros se vieran obligados a caminar en fila india debido a las estrecheces. La palabra para definir aquel ambiente es claustrofóbico. El espacio era tan escaso que, como explicó el mismo Werner en su libro, era habitual utilizar uno de los dos retretes de la nave como despensa y que los marineros se valieran del sistema de «camas calientes» (dormir en dos turnos en las literas) para ahorrar unos centímetros vitales.




Herbert A. Werner
Súmenle a todo ello la desesperación de permanecer durante semanas lejos de puerto (una parte de ese tiempo, bajo las aguas) para terminar de redondear una suerte de enclaustramiento en el que, como bien señalaban los comandantes de la época, cualquier chispa podía provocar una tensa riña entre dos marineros. Desde «como hablaba y roncaba uno», hasta, en palabras de Werner, «como bebía su café y se acariciaba la barba el otro». Todo valía para sulfurar a aquel medio centenar de lobos de mar. ¿Cómo evitar la locura y superar la angustia de saberse en un cascarón en mitad del Atlántico? Los oficiales lo tenían claro: rutina, manejo de la psicología, compañerismo y recompensas (de forma habitual, comida y bebida) especiales para evitar las revueltas.
Díganme si, en plena cuarentena por el tristemente popular Coronavirus, no tenemos mucho que aprender de los marinos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial y que, hace más de ocho décadas, dejaban a un lado sus diferencias. O digánselo al mismo Werner después de que escribiera las siguientes palabras tras un mes de misión: «Los hombres, enjaulados en el tambor que no cesaba de sacudirse, tomaban el movimiento y la monotonía con estoicismo. Ocasionalmente alguien estallaba, pero los ánimos se mantenían bien altos. Todos éramos pacientes veteranos. Todo el mundo a bordo tenía aspecto similar, olía igual, y adoptaba las mismas frases y maldiciones. Aprendimos a vivir juntos en un estrecho cilindro no más largo que dos vagones de ferrocarril».

Vida entre estrecheces

Tal y como afirma el historiador y periodista Jesús Hernández, autor del blog «¡Es la guerra!» y de una veintena de libros más sobre el conflicto como «Esto no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial» (Almuzara, 2019), la jornada en el interior de aquellos ataúdes de metal podía llegar a desesperar. «Pese al glamur que rodea a las tripulaciones de los U-Boote, su vida a bordo era todo menos glamurosa. El primer problema era la falta absoluta de espacio en los primeros días, ya que se aprovechaba hasta el último centímetro para estibar provisiones», desvela a ABC el que, en la actualidad, es uno de los mayores expertos de España sobre la contienda que sacudió Europa.
El mismo Werner dejó claro, en su obra, lo que le costó aclimatarse a las estrecheces del primer submarino que pisó ya comenzada la Segunda Guerra Mundial:
«Después de unos pocos pasos me desorienté completamente. Me golpeé la cabeza contra tuberías y conductos, contra manivelas e instrumentos, contra las bajas y redondas escotillas en los mamparos que separaban los compartimentos estancos. Fue como arrastrarse por el cuello de una botella. Lo más engorroso de todo era que el barco se mecía vigorosamente en el mar crecientemente agitado. A fin de conservar mi equilibrio tenía que buscar apoyo frecuentemente mientras me bamboleaba como un borracho sobre las planchas del piso. Aparentemente tendría que agachar la cabeza, caminar con suavidad y moverme junto con el barco, o no sobreviviría un día dentro de ese tubo».
Hasta el hueco más angosto era utilizado para algo. No había espacio desaprovechado. «Los torpedos también ocupaban un espacio en el que, después de lanzados, se colocaban hamacas. Los turnos eran normalmente de cuatro horas, y los maquinistas de seis. Había una litera para cada dos marineros, que se turnaban en ella según el principio de las “camas calientes”», explica. La escasez de agua tampoco ayudaba a que la higiene fuese abundante. De hecho, estaba prohibido introducir utensilios para afeitarse para ahorrar el líquido elemento. Aunque, todo sea dicho, los marineros adoraban arribar a puerto luciendo una larga y frondosa barba que, en la práctica, demostraba cuanto tiempo llevaban en alta mar.
«Había sólo un retrete útil para la cincuentena de marineros que formaban la tripulación. Era frecuente que se embozasen, por lo que cuando uno lo utilizaba debía apuntar su nombre en una lista que había allí para saber quién había sido el responsable. No había ninguna ducha. Teniendo en cuenta que el calor era asfixiante, pudiéndose llegar a los cincuenta grados, el perenne olor a gasoil y la humedad, el hedor que debían expeler los cuerpos es imaginable, a pesar de que solían usar un agua de colonia al limón, conocida como “Kolibri”, para eliminar el salitre», sentencia el autor al diario ABC.
El espacio era tan escaso que era habitual usar uno de los retretes (si el submarino disponía de dos) como despensa
A pesar de la tensión que suponía mantenerse enclaustrado, la disciplina y las normas eran básicas. En palabras de Hernández, estaba «prohibido colgar fotografías de chicas ligeras de ropa» y no estaban bien vistos los libros subidos de tono. Eso no hacía más que aumentar una tensión en la que la comida tampoco ayudaba. «La dieta, al principio de la misión, era variada. Se desayunaba café, huevos y pan con mantequilla y mermelada, y para el almuerzo y la cena se disponía de verdura, carne, patatas, salchichas o pescado. Pero conforme pasaban los días se acababan los productos frescos y el moho hacía su aparición, estropeando los alimentos», añade el historiador español.

Problemas psicológicos

Aislados en mitad del océano y a veces bajo las aguas (pues los «U-Boote», a pesar de lo que se ha extendido, operaban de forma habitual en superficie) podían sucederse episodios de ansiedad entre los tripulantes. Así lo confirma a ABC la psicóloga y psicoanalista Pilar Crespo Fessart: «Un periodo de confinamiento prolongado, de más de varias semanas puede tener consecuencias variadas. De entrada, se trata de un doble encierro ya que la tripulación está confinada en un espacio reducido, el submarino, que a su vez se halla inmerso en una inmensidad sin límites». La experta es partidaria de que «una temporada larga sin tener un contacto con el exterior puede dar lugar a fenómenos parciales de deprivación sensorial si llega a faltar la estimulación adecuada».
María Hurtado, psicóloga sanitaria en la clínica AGS Psicólogos Madrid, es de la misma opinión. «De buenas a primeras, el contexto y el entorno son dos factores fundamentales para abordar el tema. En este caso nos encontramos con medio centenar de personas que se hallan hacinadas y que deben manejar su gestión emocional». Tal y como desvela a ABC, lo más habitual al vivir en las tripas de estos gigantes de metal podía ser la aparición repentina de ansiedad y, a la larga, tendencias depresivas. «La depresión surge por verse en un aislamiento forzado del cual no pueden salir», añade. Fessart coincide: «Puede producirse una ansiedad generalizada que invade casi todos los momentos del día a estados depresivos más o menos intensos».



Interior de una de las salas de un submarino alemán
Al final, los primeros enemigos eran, sin duda, la ansiedad y el miedo a sentirse aislado. «Podían surgir episodios fóbicos, en su mayor parte claustrofóbicos dada la situación de encierro y la dificultad de poder pensar o representarse mentalmente escapatorias posibles. En este tipo de situaciones, en casos extremos pueden aparecer funcionamientos mentales regresivos, el aparato psíquico del individuo se ve desbordado y no llega a poder contener y elaborar de manera adecuada todas las ansiedades que despierta la situación», señala Fessart.
Hurtado y Fessart apuntan que, al no ver la luz en varios días, los marineros podrían sufrir alteraciones en los patrones de sueño y desajustes en los ritmos circadianos. «La ausencia de contacto prolongado con el exterior también puede dar lugar a una relativa desconexión con el mundo externo, pudiendo llegar a veces a una cierta pérdida del sentido de la realidad», explica la segunda. Para terminar, Fessart es partidaria de que, al hallarse sumergidos en las profundidades marinas, podía nacer en las soldados un extraño sentimiento de «insignificancia respecto a la naturaleza, representada por los abismos oceánicos».
Esta lista se completa con el nacimiento de las tensiones habituales entre personas. «Pueden aparecer ansiedades muy primitivas, de aniquilamiento y destrucción despertadas por las terribles vivencias de impotencia y no ver salida posible. A nivel grupal, pueden aparecer conflictos larvados que se manifiestan de manera mucho más cruda, sentimientos de rivalidad, de envidia y de odio que en circunstancias normales permanecen en un estado latente», explica Fessart. Todos estos problemas eran los que, a diario, debían acometer los comandantes de los «U-Boote» de la Segunda Guerra Mundial. Una tarea nada sencilla, sin duda.

Secretos para superar el confinamiento


1-La rutina, la clave de los marineros.


Werner, en «Ataúdes de acero», incide una y otra vez en que, dentro de los «U-Boote», era clave mantener una rutina determinada para evitar que los marineros se desquiciaran. El hecho de levantarse y saber que tenían que llevar a cabo varias tareas a lo largo de la jornada les permitía escapar de la claustrofobia y la ansiedad. En «Grey Wolves, The U-Boat War, 1939–1945», el historiador Philip Kaplan confirma que, según los testimonios de los marineros supervivientes, tareas tan aburridas en apariencia como la vigilancia interna en la nave les provocaba «una sensación tranquilizadora» y evitaban que cayeran en el «tedio, la fatiga o el terror absoluto».
Así pues, las tareas cotidianas se convertían en el mejor aliado de los marineros. Y estas eran muchas, según recoge en su obra Kaplan: monitorear instrumentos y medidores, escanear el horizonte en todas las direcciones, escuchar a través de auriculares, limpiar los equipos, ayudar en la preparación de alimentos, hacer simulacros de emergencia (de incendios e inmersión), practicar el disparo de los torpedos o mantener limpio el submarino.
El por qué, todavía a día de hoy, tiene tanta importancia la rutina lo explica Hurtado: «Es fundamental. Nos ofrece la posibilidad de sentirnos estables; de saber que tenemos una serie de tareas que cumplir, cada una con sus tiempos». En sus palabras, no solo nos ayuda a «mantener cierto equilibro mental», sino que evita que la ansiedad controle nuestra mente. La clave, para ella, es estar siempre ocupados. «Estar ocioso de forma contínua es lo peor que podemos hacer. Esto queda más claro en el interior de un submarino. Por eso tenían unas rutinas muy concretas que debían llevar a cabo en orden determinado (ejercicio, entrenamiento). Les permitía ocupar su tiempo y acotar su jornada».




U Boat tipo VII-C

2-Disfrutar de la luz del sol.


A pesar de lo que se ha repetido hasta la saciedad en las películas, la realidad era que los «U-Boote» estaban la mayor parte del día en superficie. Solo se sumergían de manera aislada para evitar a los buques enemigos que pudiesen causarles verdaderos problemas. A su vez, no solían pasar mucho tiempo bajo el mar debido a que, en esas circunstancias, tan solo podían descubrir a sus objetivos mediante el hidrófono. Las limitaciones de los motores (debían recargar el eléctrico, que se usaba en las inmersiones, al aire libre) también influía en este sentido.
A pesar de saberse en superficie, no era habitual que la tripulación pasase el tiempo en cubierta durante una misión por miedo a posibles ataques. Sin embargo, y en palabras de Kaplan, de cuando en cuando los «buenos oficiales» organizaban en fila a los marineros y les permitían salir a respirar aire fresco. «Así tomaban un poco el sol, disfrutaban del cielo, fumaban un cigarrillo y, en definitiva, se relajaban», añade el experto en su obra.
3-Juego de luces y tiempo libre
En los «U-Boote», hasta el más mínimo detalle servía para colaborar en la cordura. Un ejemplo era que, en su interior, había dos luces. Aunque tenían diferentes funciones, una de ellas era diferenciar entre el día y la noche. Cuando el color rojo tomaba el interior de aquel tubo metálico, era que el sol se había despedido.
«Aunque, en el interior, las veinticuatro horas discurrían bajo la luz eléctrica, se trataba de seguir un horario como si fuera un día normal, marcado por sus comidas correspondientes. Para combatir el aburrimiento se solía poner música en el tocadiscos, se jugaba al ajedrez o las damas, o se charlaba con los compañeros. Pero toda la tensión nerviosa acumulada podía estallar de golpe en lo que se llamó “Blechkoller”, algo así como “pánico a estar encerrado en una lata”, una reacción de histeria violenta que solía aparecer cuando el submarino estaba sometido a un ataque con cargas de profundidad», añade, en este caso, Hernández.




«Aunque, en el interior, las veinticuatro horas discurrían bajo la luz eléctrica, se trataba de seguir un horario como si fuera un día normal» 

4-La importancia de las ocasiones especiales.

Los comandantes de los submarinos alemanes sabían también que era importante romper, aunque solo fuera de vez en cuando, la rutina para mantener alta la moral de la tripulación. Y para ello, nada mejor que las ocasiones especiales. «Se encargaban de hacer fiestas en las que se servía pastel, un poco de coñac y cerveza. Estas se amenizaban también con algo de música, ya fuera de un fonógrafo o hecha por alguien que tocara el acordeón», explica Kaplan. Lo habitual era que se anunciaran con anterioridad para que todos se acicalaran, se vistieran de gala y, en cierto modo, se ilusionaran con ella.
El comandante Lothar Günther-Buccheim, uno de los mejor considerados de la Segunda Guerra Mundial, dejó claro en «U-Boot war» lo importante que era para todos los miembros de su dotación saber que, a eso de las tres de la tarde, iban a comerse un buen trozo de tarta:
«El cocinero ha hecho siete pasteles grandes de Madeira; quiere que les tome una fotografía. Apenas me puedo mover en la cocina. No hay forma de que pueda retroceder lo suficiente para hacerla. Pero le he prometido que, en el momento en el que estén en la mesa del comedor, les tomaré la foto. He informado de que tomaremos “café y pastel” a las 15:30 y uno de los marineros ha gemido. Es un deseo sincero de la fiesta que está por venir».
Hernández, por su parte, añade a ABC que el «alcohol se reservaba para las celebraciones, ya fuera cuando hundían un barco, una fecha señalada o el paso del ecuador». Cualquier pequeña cosa valía, en definitiva, para recompensar a los soldados
.


Escena de la película Dass Boot



5-Mentalidad de equipo


Otro secreto de los comandantes para mantener a su tripulación unida era tan sencillo como favorecer el espíritu de equipo. En un confinamiento bajo los mares, cualquier conflicto entre los hombres podía enquistarse y provocar una situación de tensión. Por ello, y según explica el capitán germano en «Ataúdes de acero», la clave era que todos aprendieran a tolerar las manías de sus compañeros. Esos pequeños (y a veces desesperantes) tics como atusarse la barba de forma compulsiva o tener un gramófono con la misma canción sondando una vez tras otra. «Aprendimos a aguantarnos», explica.
Hurtado confirma que, en una situación de aislamiento, es normal que surjan los «precipitantes»: desde tics hasta comportamientos que pueden sacar a una persona de quicio. «La clave es, en primer lugar, saber identificarlos. Conocer qué reacción se genera en mi cuerpo cuando están a mi alrededor (alarmas como calor corporal, tensión en los músculos, nudos en el estómago…). Si consigo ver el momento en el que me estoy enfadando, puedo cortar el enfado antes de que llegue la ira, que es su máxima representación», sentencia.
Otras posibilidades son, siempre según su criterio, buscar una distracción mental (lo que llama el «tiempo fuera»), que permita que el foco de la atención no se centre en ese tic o comportamiento molesto. «También está la opción de hablar con la persona. Plantear y proponer un cambio. Es posible que el otro no sepa que lo que está haciendo me molesta», completa Hurtado.







«El grupo deber ir apoyando a aquellos sujetos que se sientan más débiles en un momento determinado. Al haber más personas implicadas, existen más recursos para superar los momentos más difíciles»
En ese sentido, la psicóloga es partidaria de que, en casos extremos como hallarse bajo los mares con medio centenar de personas (o en cuarentena, en familia) ayuda mucho saber que existen más personas en tu misma situación. «El grupo deber ir apoyando a aquellos sujetos que se sientan más débiles en un momento determinado. Al haber más personas implicadas, existen más recursos para superar los momentos más difíciles», finaliza.
Fessart es partidaria de que, en momentos de enclaustramiento como los que vivían los marineros en los submarinos germanos, salía a relucir su mentalidad más grupal:
«Los efectos en la mente del individuo de este tipo de confinamiento pueden hacerle conectar más con el grupo, saliendo de su individualidad y pasando a un funcionamiento mental más grupal. Hay una tarea común que une y refuerza los vínculos. Máxime en un submarino en el cual cada uno tiene su función y todo debe encajar como un engranaje perfecto. Todos tienen su lugar y son responsables de ellos mismos y de los demás lo cual implica crear lazos de confianza extrema pues incluso la propia supervivencia puede depender de ello. Cada uno es importante desde la posición que ocupa y nadie sobra lo cual refuerza y cohesiona los lazos grupales»



6-La figura de autoridad del comandante.


Por último, Fessart considera que la figura del comandante del submarino era básica en aquel pequeño mundo de metal. Pero no para aminorar la tensión, sino para «evitar en la medida de los posible la aparición de tales fenómenos». A su vez, considera que la suya debía ser una autoridad natural. Es decir, que emane de la persona y no del rango.
«En estas situaciones colectivas y jerarquizadas, puede ocurrir que los integrantes del grupo renuncien a parte de su individualidad para identificarse con el líder natural del grupo, aquel que ostenta el mando. Si resulta una figura de autoridad confiable, es posible que transmita una capacidad de contención que limite y minimice el desborde de angustia. De la misma manera estas cualidades pueden ayudar a transmitir serenidad y control de la situación si la sintomatología aparece», completa.




Purgante contra submarinos



Anécdota cedida por Jesús Hernández de su libro, «Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial»

La resistencia noruega urdió un original plan de sabotaje. En el invierno de 1940-1941 los alemanes dictaron una orden por la que la totalidad de las capturas de sardina debían serles entregadas. Esta decisión fue muy mal acogida por los pescadores noruegos, puesto que dependían de la pesca de la sardina para poder mantener a sus familias. Un miembro de la resistencia infiltrado en el cuartel general germano averiguó que las sardinas confiscadas iban destinadas a la base de submarinos de Saint-Nazaire, en Francia, para formar parte de los víveres de las tripulaciones. Los resistentes noruegos hicieron por radio un insólito encargo a su contacto en Londres; pidieron todos los barriles que pudieran reunir de aceite de crotón. Esta sustancia, extraída de las semillas de esta planta, es un purgante extraordinariamente potente, empleado con los animales, que incluso puede provocar la muerte a dosis muy elevadas. Los sorprendidos británicos accedieron a la petición y enviaron barriles de ese aceite camuflados como combustible, entregándolos a un pesquero noruego. Los miembros de la resistencia lo aplicaron en varias partidas de sardinas destinadas a los alemanes, que no sospecharon nada, ya que era habitual untarlas en aceite para facilitar su conservación. Se desconoce el efecto que provocó en las tripulaciones la ingesta de esas sardinas, pero es seguro que tuvo que ser devastador.

viernes, 17 de abril de 2020

Coronavirus: Casi 700 infectados en el CVN Charles de Gaulle

Contagio masivo de coronavirus en el portaaviones francés Charles de Gaulle: al menos 688 tripulantes están infectados

Más de un tercio de los marineros del buque de propulsión nuclear, que atracó en el puerto de Toulon, dieron positivo en las pruebas de Covid-19

Infobae



El portaaviones francés Charles de Gaulle (@Political_Room)

Hasta 688 miembros de la tripulación del portaaviones nuclear francés Charles de Gaulle han dado positivo por COVID-19, y la cifra podría aumentar.

Más de un tercio de los 1.767 marineros que formaban parte de la misión del portaaviones francés Charles de Gaulle han dado positivo por COVID-19, es decir 668 personas, indicó el Ministerio de las Fuerzas Armadas francesas este miércoles.

Cuando la emblemática embarcación, único portaaviones de Francia y uno de los pocos buques nucleares de este tipo en el mundo, entró en el puerto de Toulon, en la costa mediterránea, en la tarde del domingo 12 de abril, oficialmente sólo había unos 50 marineros contaminados. Desde entonces, las pruebas realizadas a la tripulación han revelado un estado sanitario mucho más alarmante.

“Hasta la noche del 14 de abril, 668 de los 1.767 marineros examinados habían dado positivo”, dijo el Ministerio de las Fuerzas Armadas en un comunicado publicado el miércoles 15 de abril.




Todos los marineros debieron hacerse las pruebas al desembarcar. Más de un tercio, dio positivo.

Entre ellos, “31 están hoy hospitalizados en el Hospital Militar Sainte-Anne de Toulon, incluyendo uno en cuidados intensivos”, indicó asimismo el comunicado.

Un balance provisional

Las cifras podrían aumentar dado que el 30% de las pruebas aún no han entregado sus resultados. Si bien se han iniciado las operaciones de desinfección en las aeronaves y los buques, la Armada también ha ordenado una investigación de mando sobre la gestión de la epidemia a bordo.

Se supone que fue durante una escala en Brest (Bretaña), a mediados de marzo, que algunos marineros contrajeron el coronavirus, pero el personal se pregunta por qué no se pudo contener la pandemia.

El "Charles de Gaulle" es el único portaaviones de la armada francesa, y uno de los pocos buques nucleares de este tipo en el mundo

Se trata del segundo caso similar a nivel mundial: otro portaaviones, el estadounidense Theodore Roosevelt, sufrió también un foco de infección a bordo mientras se encontraba en el Pacífico.

El coronavirus en Francia

La epidemia de coronavirus causó al menos 17.167 fallecidos desde principios de marzo en Francia, informaron las autoridades sanitarias francesas este miércoles. Del total, 10.643 decesos tuvieron lugar en hospitales, según informó el Director General de Salud, Jérôme Salomon.

No obstante, destacó como dato positivo que por primera vez desde que estalló la epidemia en el país, el número de hospitalizados bajó gracias a las “numerosas altas”. Así, este miércoles había “513 personas hospitalizadas menos” que la víspera, dijo Salomon.

Salomon indicó en su rueda de prensa diaria sobre la evolución de la situación que hay que tomar esas cifras con prudencia, porque el número de ingresos se mantiene alto, con 2.415 nuevos en el último día.

De las 17.167 muertes registradas desde el pasado 1 de marzo, 10.643 se produjeron en hospitales, de ellas 514 en las últimas 24 horas, y las otras 6.524 en residencias de ancianos y centros de dependencia, de las que el Ejecutivo va recibiendo los datos de forma paulatina.

Salomon precisó que en todo el territorio se han confirmado 106.206 casos de coronavirus, 2.633 más que la víspera, y que aunque se confirma la llegada a la “meseta epidémica”, esta sigue siendo “muy alta”.

El país detectó de nuevo un fuerte alza, de 1.438 personas, fallecidas en los geriátricos, cuyo saldo provisional se sitúa ahora en 6.524 decesos. Según explicó el funcionario, este aumento de las cifras se debe, en gran medida, a la “recuperación de la entrada de datos tras un largo fin de semana”.

jueves, 2 de abril de 2020

Coronavirus: Portaaviones nuclear USS Theodore Roosevelt con 400 infectados

Brote en portaaviones de EE. UU. 'acelerando', el comandante advierte al Pentágono


David Welna || NPR




El portaaviones USS Theodore Roosevelt portaaviones anclado en la bahía de Manila al oeste de Manila, Filipinas, en una foto de 2018.
Bullit Marquez / AP



El comandante de un portaaviones de propulsión nuclear estadounidense atracado en Guam que ha sido golpeado por un brote de coronavirus ha enviado al Pentágono un pedido de asistencia urgente.

"La propagación de la enfermedad está en curso y acelerándose", escribe el comandante del USS Theodore Roosevelt, capitán Brett Crozier, en una carta fechada el 30 de marzo. ".

El secretario interino de la Marina, Thomas Modly, confirmó el 26 de marzo que al menos ocho de los más de 4.000 miembros de la tripulación del Roosevelt habían dado positivo por COVID-19, cinco de los cuales habían sido retirados del barco. Agregó que si bien el buque estaría atracado en Guam, a los que estaban a bordo no se les permitiría aventurarse más allá del muelle.

Las autoridades le dicen a NPR que el portaaviones, cuyo puerto de origen es San Diego, ahora tiene más de 50 casos conocidos de marineros infectados.

El comandante del barco escribe que, excepto por un "puñado" de camarotes de oficiales superiores, ninguno de los cuartos del barco cumple con las pautas recomendadas para el aislamiento y la cuarentena.

Un número limitado de marineros del portaaviones ha sido trasladado a tierra en lugares de Guam. Los que están enfermos con COVID-19 han sido trasladados a hospitales, mientras que el resto han sido ubicados en sitios con movimientos restringidos, aunque Crozier señala que solo uno de estos lugares cumple con la guía de la Marina de los EE. UU. Que exige el aislamiento en las habitaciones con sus propios baños.

"Los marineros infectados residen en estos lugares fuera del barco", escribe en la carta, que fue reportada por primera vez por The San Francisco Chronicle. "Dos marineros ya han dado positivo en un gimnasio abierto equipado con cunas".

Al señalar que la cuarentena grupal no funcionará, Crozier es contundente en su evaluación de las condiciones actuales: "El entorno más propicio para la propagación de la enfermedad es el entorno en el que se encuentra la tripulación del TR en este momento, tanto a bordo como en tierra". escribe, y luego describe "grandes cantidades de marineros en un espacio confinado", "atracadero abierto, compartido", baños compartidos, comedores y espacios de trabajo, y comidas cocinadas y servidas por "personal expuesto".

Cada miembro de la tripulación del barco debía ser evaluado, a pesar de la escasez de kits de prueba reportados la semana pasada. Pero Crozier dice que tales pruebas no son garantía de que los navegantes estén libres del coronavirus y que cree que el enfoque en las pruebas es "inapropiado".

"La prueba COVID-19 no puede probar que un marinero no tenga el virus; solo puede probar que un marinero sí", escribe el comandante. "Según los datos desde el primer caso de TR, aproximadamente el 21% de los marineros que dieron negativo y actualmente se están moviendo a un grupo restringido en tierra están actualmente infectados, desarrollarán síntomas durante los próximos días y procederán a infectar el resto de su costa basado en grupo restringido ".

Al señalar que la estrategia actual de retirar parte de la tripulación del portaaviones al intentar limpiarlo retrasará la propagación del virus pero no lo erradicará, Crozier recomienda eliminar el 90% de la tripulación y aislarlos en tierra durante dos semanas. La tripulación restante manejaría el reactor nuclear de la nave y realizaría la desinfección, tareas que el comandante llama "un riesgo necesario".

"Mantener a más de 4.000 hombres y mujeres jóvenes a bordo del TR", agrega, "es un riesgo innecesario y rompe la fe con los marineros confiados a nuestro cuidado".

Crozier termina su carta de cuatro páginas solicitando "todos los recursos disponibles" para encontrar habitaciones que cumplan con la cuarentena para toda su tripulación "tan pronto como sea posible".

"Esto requerirá una solución política, pero es lo correcto", concluye. "No estamos en guerra. Los marineros no necesitan morir".

Cuando se le preguntó sobre la carta de Crozier durante una entrevista de CNN el martes, el secretario interino de la Armada, Modly, dijo que apreciaba la contribución del comandante del barco y prometió que la Armada "se pondría a trabajar de inmediato" en los asuntos que planteó.

"Hemos estado trabajando realmente los últimos días para sacar a esos marineros del barco y llevarlos a un alojamiento en Guam", dijo Modly. "El problema es que Guam no tiene suficientes camas en este momento, por lo que tenemos que hablar con el gobierno allí para ver si podemos conseguir algo de hotel y crear algunas instalaciones tipo carpa".

No todos los que estaban a bordo del Roosevelt, agregó, serían eliminados de inmediato.

"La clave es asegurarnos de que podamos obtener un conjunto de miembros de la tripulación que puedan ocuparse de todas esas funciones críticas en el barco, asegurarse de que estén limpios, volver a encenderlos, limpiar el barco y sacar a los otros miembros de la tripulación ", le dijo a CNN. "Y ese es el proceso por el que estamos pasando. Es muy metódico. Lo estamos acelerando a medida que avanzamos".

En una declaración enviada por correo electrónico a NPR, la Armada recibió esta respuesta a la carta de Crozier: "El liderazgo de la Armada se está moviendo rápidamente para tomar todas las medidas necesarias para garantizar la salud y la seguridad de la tripulación del USS Theodore Roosevelt, y está buscando opciones para abordar el problema. preocupaciones planteadas por el comandante ".

miércoles, 25 de marzo de 2020

IMARA: Se prepara el módulo móvil de respuesta ante emergencias

Personal de la Fuerza de Infantería de Marina de la Flota de Mar continúa alistándose


Preparan un módulo móvil de respuesta ante emergencias.

Gaceta Marinera



Puerto Belgrano – La Infantería de Marina alista un módulo móvil de respuesta ante emergencias y a unos 750 hombres para apoyar la emergencia sanitaria por el coronavirus.

La fase de planeamiento comenzó hace una semana. En ese momento se determinó alistar prioritariamente el módulo de la Unidad Militar de Respuesta ante Emergencias (UMRE), configurado especialmente como Centro de Evacuados.

Ello implica mantener alistados y adiestrados 3 turnos de 250 hombres cada uno, a lo que se les suman 32 profesionales de la salud para colaborar en la atención sanitaria de las personas a ser tratadas.











El personal militar actuará en la Zona de Emergencia Buenos Aires Sur bajo responsabilidad del Comando de Adiestramiento y Alistamiento de la Armada, que abarca 41 distritos, entre ellos, Mar del Plata, Bahía Blanca, Necochea y Tres Arroyos con la mayor densidad de población. Son cerca de 1 millón 900 mil habitantes.

Además, entre otras de las tareas que se están desarrollando, se intenta recabar información sobre la cantidad de camas disponibles en las facilidades sanitarias de cada uno de esos municipios; establecer contacto con los bomberos y la policía; y reconocer posibles lugares de contención de personas como hoteles, gimnasios o estadios, ante una eventual necesidad de acuerdo a como evolucione la propagación del coronavirus.