A piedrazos contra la Armada Argentina
Hablemos con claridad. Así como la FACh quedó prácticamente fuera de combate debido a una combinación de inoperancia y una cadena de infortunios que desafían cualquier noción de competencia estratégica, la fuerza de submarinos chilena no corrió mejor suerte. Durante la crisis del Beagle, cualquier referencia al "poder aéreo" o "poder submarino" de Chile roza más la fantasía épica que el análisis militar serio; evocaría con mayor precisión un relato de Tolkien que un estudio sobre las campañas de Eisenhower. Para un analista de defensa, resulta exasperante que un militar profesional sugiera evaluar con seriedad la viabilidad de enfrentar una ametralladora con un palo de escoba. Con ese mismo rigor, examinemos qué reales capacidades de combate tenía el único submarino chileno operativo en aquel crítico momento. Este artículo está basado en el aporte de El Snorkel.
El submarino que casi hace historia... pero no tenía snorkel
El capitán de navío (R) Rubén Scheihing tuvo en 1978 la misión más difícil de su carrera: impedir por las armas la invasión argentina. Fácil, ¿no? Excepto que tenía que hacerlo a bordo del Simpson, un submarino de la Segunda Guerra Mundial que, con suerte, servía para museo flotante. Y encima, solo. Sí, Chile apostó todo a un viejo tubo de hierro en el que 81 marinos esperaban ansiosos el inicio de una guerra en la que tenían, como ventaja principal... el espíritu patriótico.

Por si la situación no era ya lo suficientemente desesperada, la orden del almirante Merino era clara: hundir cualquier embarcación argentina que intentara desembarcar en las islas del Beagle. ¿Y qué tenía el Simpson para cumplir semejante encargo? Bueno, además de toneladas de óxido y una tripulación con más moral que equipo, contaba con torpedos MK 14 y MK 27, reliquias casi tan vetustas como el propio submarino. "No había otra cosa. Si había que tirarles piedras, se les tiraban", explica. Claro, los argentinos tenían torpedos eléctricos MK 37, más modernos y precisos, pero ¿quién necesita tecnología cuando se tiene entusiasmo?
Simplemente para meditar: Argentina poseía más de 10 aviones P-2 Neptune y media docena de S-2 Tracker, todos ellos con equipos electrónicos actualizados para enfrentar una flota submarina de la Guerra Fría, siendo los submarinos de la Segunda Guerra Mundial blancos para los cuales estaban altamente preparados para detectar y anular como el Simpson chileno. ¿Y si encima el submarino estaba sin snorkel? Un palo de escoba contra una ametralladora.
Un submarino sin snorkel y sin compañía
A principios de 1978, la Armada chilena tenía cuatro submarinos, pero solo tres en condiciones de navegar. Y a finales del año, la cifra se redujo a uno: el Simpson. Mientras tanto, Argentina tenía cuatro submarinos operativos, incluyendo dos flamantes modelos alemanes. Pero tranquilos, que la Marina chilena tenía un arma secreta: discursos motivacionales. ¡Llame ya!

Capitán de navío (R) Rubén Scheihing
Porque si algo le faltaba a la desafortunada tripulación del Simpson era que, además de estar en un submarino obsoleto y solos contra la flota argentina, su nave tampoco tenía snorkel. Es decir, cada cierto tiempo tenían que salir a la superficie durante ocho horas para recargar baterías. O lo que es lo mismo: hacerle señas al enemigo diciendo "Aquí estamos, húndannos por favor".
Pero nada de eso detuvo a Scheihing. Cuando recibió la orden de Merino, tomó el micrófono y le soltó a su tripulación un discurso digno de película de serie B:
"¡Esto significa que estamos viviendo, a partir de este instante, una situación de guerra con Argentina! Como todos sabemos, es posible que nos hundan, pero me comprometo con ustedes a que, antes de que eso suceda, a lo menos, nos llevaremos a dos de ellos!"
Silencio sepulcral. Y luego, un rugido de patriotismo enlatado:
"¡Viva Chile, m...!"
Qué importa que tuvieran menos posibilidades de sobrevivir que una balsa en un tifón. Lo importante es el entusiasmo.
¿Hubo acción o solo tensión?
Según el experto argentino Ricardo Burzaco, el Simpson fue detectado dos veces por submarinos enemigos. Primero por el Santiago del Estero, cuando el submarino chileno estaba en la superficie recargando baterías (porque no tenía snorkel, por supuesto). Luego por el Salta, justo antes de la famosa "hora H". La situación se puso tan tensa que el capitán argentino incluso ordenó preparar torpedos.
Pero, al final, no pasó nada. Ni ataque, ni torpedos, ni gloria. Todo quedó en rumores. Scheihing, tajante, lo niega:
"No hubo lanzamiento. Nunca disparamos nada. Estábamos listos, pero le garantizo que no (disparamos)".
Porque claro, una cosa era el discurso patriótico y otra muy distinta era entrar en combate con tecnología sacada de un museo de guerra. Recordemos que un espíritu de combate superior hizo que los banzai japoneses derrotaron a la fuerzas norteamericanas en el Pacífico... ¿o no fue así?
Hacia el final de la patrulla, la tripulación estaba al borde del colapso: sin comida fresca, respirando aire viciado y sin poder bañarse más que con una esponja húmeda cada tres días. Pero bueno, no hay nada que el sacrificio y el amor por la patria no puedan compensar, ¿verdad?
Al final, no fue ni la destreza chilena ni la voluntad divina lo que salvó la situación, sino una tormenta con olas de 15 metros y la mediación del Papa Juan Pablo II. Gracias a eso, el Simpson pudo volver a su base, sin hundir ni ser hundido. Y así terminó la gran odisea del submarino que casi entra en combate, pero no tenía snorkel.
El temporal que salvó a la Armada chilena de una catástrofe
Hay eventos que cambian el curso de la historia. En este caso, no fue la estrategia militar, ni la valentía de los marinos, ni siquiera la superioridad técnica (porque, seamos honestos, de eso Chile no tenía mucho en 1978). No. Lo que realmente salvó a la Armada chilena de un desastre fue... el clima. Sí, un temporal de proporciones bíblicas que convirtió la Operación Soberanía en un caos meteorológico imposible de ejecutar.
"Nunca había visto un tiempo tan malo, estaba pésimo. Estaba tan malo que no había posibilidad de operaciones aéreas ni anfibias."
Así lo recuerda el vicealmirante (r) Hernán Rivera, quien admite sin rodeos que si el tiempo hubiera estado más tranquilo y los argentinos hubieran seguido adelante con su plan, no habría habido forma de detenerlos. Un detalle menor, ¿no?

El Prat, listo para ser el primer blanco
Si el Simpson lograba abrir fuego contra una eventual invasión argentina (lo cual ya vimos que era bastante dudoso, considerando sus capacidades), el siguiente en entrar en acción sería el crucero Prat, el buque insignia de la Escuadra chilena. Su misión: disparar artillería contra la flota de desembarco enemiga y, en el proceso, convertirse en el objetivo prioritario de la aviación, la artillería y los submarinos argentinos. Un verdadero sacrificio heroico... o suicida, Yamatista, según se mire.
Pero tranquilidad, que la tripulación del Prat no tenía miedo. Según Rivera, la moral estaba intacta:
"En la gente nuestra no había ninguna duda. El espíritu era ir cuanto antes a la guerra y definir esta cuestión."
Ah, el clásico optimismo chileno. Porque una cosa es estar listos para pelear y otra muy distinta es tener posibilidades reales de ganar. Y ahí es donde las cosas se complicaban.
Un portaaviones vs. fondeaderos camuflados
La gran ventaja de la Armada Argentina era evidente: el portaaviones 25 de Mayo, que le daba supremacía aérea total y convertía a los buques chilenos en blancos flotantes. Más aún, nos enteramos en los 2000s que el portaaviones argentino albergaba apenas 4 cazabombarderos menos que toda la FACh en todo su inventario operativo. Mientras tanto, la Escuadra chilena tenía... refugios naturales en los canales del sur. Sí, porque cuando no tienes un portaaviones, lo mejor que puedes hacer es esconderte.
"Ellos sabían que estábamos en el sur, pero no sabían dónde (...) Los fondeaderos de guerra son lugares absolutamente camuflados donde es imposible ver los buques, ni siquiera sobrevolando."
Básicamente, la estrategia chilena consistía en jugar al escondite hasta que la situación mejorara. Y, para su fortuna, así fue. Igualmente, es la esperanza chilena que los medios aéreos argentinos nunca los descubrieron pese que poseían más de 20 aviones ASW/MPA con capacidad de detectar un snorkel en superficie a decenas de millas. Que no lo publiquen, no quiere decir que no se sepa que las islas del Cabo de Hornos eran ese refugio indetectable.
Además, había otro problemita: el embargo de Estados Unidos había dejado a la flota chilena con una escasez preocupante de pertrechos. Pero bueno, nada que un buen discurso patriótico no pudiera compensar.
De todas formas, Rivera reconoce que la situación no era ideal:
"El Prat habría sufrido daños importantes como consecuencia del ataque de los aviones del 25 de Mayo."
Por eso, la estrategia era usar primero los buques misileros, que serían los encargados de decidir el combate de superficie. En otras palabras, mandar primero a los barcos pequeños y esperar que algo bueno pasara.
El zafarrancho de combate... contra una sonda meteorológica
El 20 de diciembre de 1978 fue el momento más crítico. La Escuadra chilena recibió la orden de salir al encuentro de la flota argentina. El comandante en jefe, vicealmirante Raúl López Silva, reunió a los capitanes y les soltó la arenga final:
"Señores, vamos a definir esta situación de una vez por todas. Se acabaron los ejercicios. La próxima vez que toque un zafarrancho de combate significa que estamos enfrentados a los argentinos."
Todo estaba listo. La tensión era máxima. Y entonces...
¡Sonó el zafarrancho de combate!
Los marinos corrieron a sus puestos con una rapidez jamás vista. El enfrentamiento estaba por comenzar.
Solo que no.
Porque el supuesto contacto enemigo resultó ser... una sonda estadounidense recolectando datos atmosféricos.
Sí, después de tanto drama y preparación, el primer "enemigo" detectado fue un aparato meteorológico.
Al final, las dos flotas estuvieron a menos de 10 horas de atacarse con misiles. Pero una vez más, el destino intervino. La mediación papal y un temporal con olas de 15 metros retrasaron la ofensiva argentina, evitando la guerra.
Rivera, por supuesto, no duda en darle crédito a la Divina Providencia:
"De no haber mediado las condiciones de tiempo, y si los argentinos hubiesen cumplido el plan Soberanía, esto no se habría podido parar."
Así que, en resumen: la Armada chilena, con su flota envejecida, sus pertrechos escasos y su estrategia de esconderse en los canales, estaba a punto de enfrentarse a una fuerza superior. Y justo cuando todo parecía perdido, la guerra fue evitada por una tormenta y la intervención del Papa.
A veces, el mejor plan de batalla es que el clima juegue a tu favor. ¡Qué nivel de impotencia!