lunes, 21 de diciembre de 2015

Submarinista: Blechkoller o síndrome de lata de conserva

El síndrome de la lata de conservas

Autor: Javier Navia - ElSnorkel


El temor a la asfixia y la claustrofobia son los peores enemigos de los submarinistas.Los submarinistas alemanes, los célebres lobos grises que durante la Segunda Guerra Mundial surcaban amenazantes el océano en busca de presas, enfrentaban en las profundidades del Atlántico a su peor enemigo. Lo llamaban Blechkoller , o síndrome de la lata de conservas.

Aparecía de a poco, pero podía ser fatal. Una forma de neurosis provocada por la falta de oxígeno y la claustrofobia cuando el sumergible pasaba demasiadas horas en inmersión. En esas condiciones, los motores Diesel subían la temperatura de a bordo hasta los 50 grados, la falta de ventilación aumentaba los hedores y el aire se teñía de un irrespirable dióxido de carbono. Cuando las había, las mascarillas de caucho de los tubos de oxígeno escoriaban la piel hasta herirla y hacerlas insoportables. La presión afectaba el organismo y toda la estructura crujía con riesgo de partirse. A esto se sumaba el acecho constante de la muerte.
A veces -era inevitable- los nervios estallaban y eran comunes los incidentes causados por una violencia histérica. Entonces era indispensable la templanza del comandante para mantener la disciplina o todo estaría perdido. Agonizar atrapados a decenas de metros de profundidad ha sido, desde que Julio Verne imaginara las 20.000 leguas de viaje submarino, una de las peores pesadillas que han atormentado a las tripulaciones de los sumergibles. En los tiempos previos a la energía nuclear, los submarinos no podían pasar mucho tiempo en inmersión.

Cuando el U-977 -uno de los sumergibles alemanes que se entregó en Mar del Plata al final de la guerra-, pasó 66 días sumergido para evitar su detección mientras huía desde el Atlántico norte hasta las seguras aguas al sur del Ecuador, fue considerado toda una proeza. Pero su tripulación recargaba baterías por la noche a profundidad de snorkel.
  En general, era raro sobrevivir más de 24 horas en excesivas profundidades y la experiencia de los lobos grises sirvió para aumentar el conocimiento sobre los efectos de la falta de oxígeno y sus consecuencias en la conducta de las tripulaciones. El doctor José Vila, que ha realizado estudios sobre cámara hiperbárica con el Hospital Naval, explicó ayer a La Nación que el principal efecto que la ausencia de oxígeno causa al ser humano es "un desorden de la atención ejecutiva.
Es decir, la imposibilidad de ejecutar tareas o cometer errores en su ejecución". "Las células poseen una especie de pulmoncito llamado mitocondria, que produce energía para la actividad metabólica.
Esto es lo primero que ataca la falta de oxígeno, afectando el lóbulo frontal y motivando conductas irracionales. Es como ir dejando a una máquina sin combustible", agrega. "De producirse un edema cerebral, el cuerpo experimenta también una desorientación similar a la que sufre un alpinista y se pierde noción de las carencias, tales como el hambre o la sed, y es común la muerte por deshidratación." Además de dañar ciertas capas del cerebro, la hipoxia puede llegar a producir otros efectos como un paro cardíaco. Pero, según el especialista, aun de sobrevivir, la carencia prolongada de oxígeno puede dejar secuelas. "En casos como el del submarino Kursk, lo que debe hacer la tripulación es permanecer en reposo absoluto. El sólo hecho de hablar y hasta pensar produce un gran consumo de energía. Por eso -concluye Vila- es importante que los tripulantes tengan la mente en blanco." Algo difícil de conseguir cuando el tiempo se acaba y la muerte acecha.

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