Un nuevo informe reveló que sensores espía rusos rastrean submarinos nucleares del Reino Unido. Este alarmante descubrimiento se mantuvo oculto al público a pesar de que las autoridades militares británicas lo consideraron una amenaza para la seguridad nacional.
Ahora, los militares temen que los dispositivos, algunos de los cuales fueron encontrados por la Marina Real Británica merodeando en las vías fluviales circundantes, hayan sido instalados por el Kremlin para monitorear y potencialmente sabotear infraestructura británica crítica, incluyendo cuatro submarinos Vanguard con misiles nucleares, informó The Sunday Times.
"No debe haber duda: hay una guerra en el Atlántico", declaró una fuente militar de alto rango al medio.
La Marina Real Británica descubrió sensores espía rusos merodeando en las vías fluviales circundantes. PA Images vía Getty Images
“Este es un juego del gato y el ratón que ha continuado desde el final de la Guerra Fría y ahora se está intensificando de nuevo. Estamos viendo una actividad rusa descomunal”.
Las autoridades creen que el presidente ruso, Vladimir Putin, está llevando a cabo una misión secreta como parte de un esfuerzo bélico más amplio en la "zona gris" que tiene como objetivo cables, tuberías y activos submarinos.
El ejército ha descubierto otros sensores encubiertos instalados en el lecho marino, equipos de espionaje arrastrados a las costas británicas y vehículos rusos no tripulados cerca de cables de comunicaciones de aguas profundas; 11 de ellos han resultado dañados en el mar Báltico en los últimos 15 meses, según informó el medio. Las autoridades creen que el presidente ruso, Vladimir Putin, tiene en la mira cables, tuberías y activos submarinos.
Las autoridades creen que el presidente ruso, Vladimir Putin, tiene en la mira cables, tuberías y activos submarinos. vía REUTERS
Actualmente existen 60 cables de internet que conectan a Gran Bretaña con el resto del mundo, algunos de los cuales no son públicos, según una fuente de alto rango.
El Ministerio de Defensa también ha obtenido información de inteligencia que sugiere que se desplegaron superyates propiedad de oligarcas rusos para realizar sondeos submarinos.
"Nuestra función es derrotar cualquier amenaza para el Reino Unido y sacarlo de la zona gris", declaró el capitán Simon Pressdee.
Las autoridades creen que el Kremlin instaló los dispositivos encubiertos para monitorear y potencialmente sabotear infraestructuras críticas. LPhot Edward Jones/Royal Navy / SWNS
“Logramos esto último comprendiendo quiénes están involucrados y proporcionando esas pruebas para evitar malentendidos y responsabilizar a quienes amenazan al Reino Unido por sus acciones”.
Si bien la presencia de buques rusos en aguas británicas no es nueva, el gobierno ahora está intentando obtener financiación de empresas tecnológicas y energéticas para ayudar al ejército a proteger la infraestructura submarina.
El gobierno del Reino Unido está intentando obtener financiación para ayudar al ejército a proteger la infraestructura submarina. ZUMAPRESS.com
A corto plazo, el ejército desplegará un proyecto, denominado Cabot, para poner en funcionamiento esos recursos en colaboración con las industrias privadas que dependen de las infraestructuras submarinas.
Sin embargo, fuentes de la Armada informaron al medio que el gobierno debería colocar minas marinas, una medida que no se ha impuesto desde el final de la Guerra Fría.
“Nos comprometemos a mejorar la seguridad de la infraestructura crítica en alta mar”, declaró un portavoz del Ministerio de Defensa.
“Junto con nuestros aliados de la OTAN y la Fuerza Expedicionaria Conjunta, estamos reforzando nuestra respuesta para garantizar que los buques y aeronaves rusos no puedan operar en secreto cerca del Reino Unido ni cerca del territorio de la OTAN, aprovechando nuevas tecnologías como la inteligencia artificial y coordinando patrullas con nuestros aliados. Y nuestra disuasión nuclear continua en el mar continúa patrullando los océanos del mundo sin ser detectada, como lo ha hecho durante 56 años”.
Los secretos para superar el claustrofóbico confinamiento en los submarinos nazis de la Segunda Guerra Mundial
El mayor reto de los comandantes era mantener a sus hombres distraídos para evitar que se volvieran locos y conseguir que convivieran de forma apacible en el interior de los «U-Boote»
Manuel P. Villatoro
Rodrigo Muñoz Beltrán
Una buena parte de las películas (con la salvedad de la archiconocida «Das Boote»)
no han conseguido llevar con éxito hasta a la gran pantalla cómo era el
día a día de la dotación de los submarinos alemanes; los mitificados
«U-Boote».
¿Cada cuánto tiempo se cambiaban de ropa?, ¿cuál era su menú diario? A
veces, y si me permiten el juego de palabras inverso, una frase vale más
que mil imágenes. Sirvan como ejemplo las conclusiones que Herbert A. Werner, oficial en cinco sumergibles germanos durante la Segunda Guerra Mundial, escribió en su obra magna, «Ataúdes de acero»:
«Llenaba el estrecho tambor de acero un hedor horrible, emanado de
muchos cuerpos sudorosos, del combustible, de la grasa lubricante y de
los rebosantes recipientes sanitarios».
Otro tanto ha pasado con
el escaso espacio que los miembros de la dotación tenían para su
disfrute. Poco se parecía a lo que nos ha mostrado Hollywood… El
sumergible Tipo VII (el más popular de la Segunda Guerra Mundial)
apenas contaba con un piso dividido en varias y minúsculas estancias.
La mayor parte, lo bastante angostas como para que los marineros se
vieran obligados a caminar en fila india debido a las estrecheces. La
palabra para definir aquel ambiente es claustrofóbico.
El espacio era tan escaso que, como explicó el mismo Werner en su libro,
era habitual utilizar uno de los dos retretes de la nave como despensa y
que los marineros se valieran del sistema de «camas calientes» (dormir en dos turnos en las literas) para ahorrar unos centímetros vitales.
Herbert A. WernerSúmenle
a todo ello la desesperación de permanecer durante semanas lejos de
puerto (una parte de ese tiempo, bajo las aguas) para terminar de
redondear una suerte de enclaustramiento en el que, como bien señalaban
los comandantes de la época, cualquier chispa podía provocar una tensa
riña entre dos marineros. Desde «como hablaba y roncaba uno», hasta, en
palabras de Werner, «como bebía su café y se acariciaba la barba el
otro». Todo valía para sulfurar a aquel medio centenar de lobos de mar.
¿Cómo evitar la locura y superar la angustia de saberse en un cascarón
en mitad del Atlántico? Los oficiales lo tenían claro: rutina, manejo de la psicología, compañerismo y recompensas (de forma habitual, comida y bebida) especiales para evitar las revueltas.
Díganme si, en plena cuarentena por el tristemente popular Coronavirus, no tenemos mucho que aprender de los marinos que combatieron en la Segunda Guerra Mundial y
que, hace más de ocho décadas, dejaban a un lado sus diferencias. O
digánselo al mismo Werner después de que escribiera las siguientes
palabras tras un mes de misión: «Los hombres, enjaulados en el tambor
que no cesaba de sacudirse, tomaban el movimiento y la monotonía con
estoicismo. Ocasionalmente alguien estallaba, pero los ánimos se
mantenían bien altos. Todos éramos pacientes veteranos. Todo el mundo a
bordo tenía aspecto similar, olía igual, y adoptaba las mismas frases y
maldiciones. Aprendimos a vivir juntos en un estrecho cilindro no más
largo que dos vagones de ferrocarril».
Vida entre estrecheces
Tal y como afirma el historiador y periodista Jesús Hernández, autor del blog «¡Es la guerra!» y de una veintena de libros más sobre el conflicto como «Esto no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial»
(Almuzara, 2019), la jornada en el interior de aquellos ataúdes de
metal podía llegar a desesperar. «Pese al glamur que rodea a las
tripulaciones de los U-Boote, su vida a bordo era todo menos glamurosa.
El primer problema era la falta absoluta de espacio en
los primeros días, ya que se aprovechaba hasta el último centímetro para
estibar provisiones», desvela a ABC el que, en la actualidad, es uno de
los mayores expertos de España sobre la contienda que sacudió Europa.
El
mismo Werner dejó claro, en su obra, lo que le costó aclimatarse a las
estrecheces del primer submarino que pisó ya comenzada la Segunda Guerra Mundial: «Después
de unos pocos pasos me desorienté completamente. Me golpeé la cabeza
contra tuberías y conductos, contra manivelas e instrumentos, contra las
bajas y redondas escotillas en los mamparos que separaban los
compartimentos estancos. Fue como arrastrarse por el cuello de una
botella. Lo más engorroso de todo era que el barco se mecía
vigorosamente en el mar crecientemente agitado. A fin de conservar mi
equilibrio tenía que buscar apoyo frecuentemente mientras me bamboleaba
como un borracho sobre las planchas del piso. Aparentemente tendría que
agachar la cabeza, caminar con suavidad y moverme junto con el barco, o
no sobreviviría un día dentro de ese tubo». Hasta
el hueco más angosto era utilizado para algo. No había espacio
desaprovechado. «Los torpedos también ocupaban un espacio en el que,
después de lanzados, se colocaban hamacas. Los turnos eran normalmente
de cuatro horas, y los maquinistas de seis. Había una litera para cada
dos marineros, que se turnaban en ella según el principio de las “camas calientes”»,
explica. La escasez de agua tampoco ayudaba a que la higiene fuese
abundante. De hecho, estaba prohibido introducir utensilios para
afeitarse para ahorrar el líquido elemento. Aunque, todo sea dicho, los
marineros adoraban arribar a puerto luciendo una larga y frondosa barba
que, en la práctica, demostraba cuanto tiempo llevaban en alta mar.
«Había
sólo un retrete útil para la cincuentena de marineros que formaban la
tripulación. Era frecuente que se embozasen, por lo que cuando uno lo
utilizaba debía apuntar su nombre en una lista que había allí para saber
quién había sido el responsable. No había ninguna ducha. Teniendo en cuenta que el calor era asfixiante, pudiéndose llegar a los cincuenta grados,
el perenne olor a gasoil y la humedad, el hedor que debían expeler los
cuerpos es imaginable, a pesar de que solían usar un agua de colonia al
limón, conocida como “Kolibri”, para eliminar el salitre», sentencia el autor al diario ABC. El espacio era tan escaso que era habitual usar uno de los retretes (si el submarino disponía de dos) como despensaA
pesar de la tensión que suponía mantenerse enclaustrado, la disciplina y
las normas eran básicas. En palabras de Hernández, estaba «prohibido
colgar fotografías de chicas ligeras de ropa» y no estaban bien vistos
los libros subidos de tono. Eso no hacía más que aumentar una tensión en
la que la comida tampoco ayudaba. «La dieta, al principio de la misión,
era variada. Se desayunaba café, huevos y pan con mantequilla y
mermelada, y para el almuerzo y la cena se disponía de verdura, carne,
patatas, salchichas o pescado. Pero conforme pasaban los días se
acababan los productos frescos y el moho hacía su aparición, estropeando
los alimentos», añade el historiador español.
Problemas psicológicos
Aislados
en mitad del océano y a veces bajo las aguas (pues los «U-Boote», a
pesar de lo que se ha extendido, operaban de forma habitual en
superficie) podían sucederse episodios de ansiedad entre los
tripulantes. Así lo confirma a ABC la psicóloga y psicoanalista Pilar Crespo Fessart:
«Un periodo de confinamiento prolongado, de más de varias semanas puede
tener consecuencias variadas. De entrada, se trata de un doble encierro
ya que la tripulación está confinada en un espacio reducido, el
submarino, que a su vez se halla inmerso en una inmensidad sin límites».
La experta es partidaria de que «una temporada larga sin tener un
contacto con el exterior puede dar lugar a fenómenos parciales de
deprivación sensorial si llega a faltar la estimulación adecuada». María Hurtado, psicóloga sanitaria en la clínica AGS Psicólogos Madrid,
es de la misma opinión. «De buenas a primeras, el contexto y el entorno
son dos factores fundamentales para abordar el tema. En este caso nos
encontramos con medio centenar de personas que se hallan hacinadas y que
deben manejar su gestión emocional». Tal y como desvela a ABC, lo más
habitual al vivir en las tripas de estos gigantes de metal podía ser la
aparición repentina de ansiedad y, a la larga, tendencias depresivas.
«La depresión surge por verse en un aislamiento forzado del cual no
pueden salir», añade. Fessart coincide: «Puede producirse una ansiedad
generalizada que invade casi todos los momentos del día a estados
depresivos más o menos intensos».
Interior de una de las salas de un submarino alemánAl final, los primeros enemigos eran, sin duda, la ansiedad y el miedo a sentirse aislado. «Podían surgir episodios fóbicos, en su mayor parte claustrofóbicos dada
la situación de encierro y la dificultad de poder pensar o
representarse mentalmente escapatorias posibles. En este tipo de
situaciones, en casos extremos pueden aparecer funcionamientos mentales
regresivos, el aparato psíquico del individuo se ve desbordado y no
llega a poder contener y elaborar de manera adecuada todas las
ansiedades que despierta la situación», señala Fessart.
Hurtado y
Fessart apuntan que, al no ver la luz en varios días, los marineros
podrían sufrir alteraciones en los patrones de sueño y desajustes en los
ritmos circadianos. «La ausencia de contacto prolongado con el exterior
también puede dar lugar a una relativa desconexión con el mundo externo, pudiendo llegar a veces a una cierta pérdida del sentido de la realidad»,
explica la segunda. Para terminar, Fessart es partidaria de que, al
hallarse sumergidos en las profundidades marinas, podía nacer en las
soldados un extraño sentimiento de «insignificancia respecto a la naturaleza, representada por los abismos oceánicos».
Esta
lista se completa con el nacimiento de las tensiones habituales entre
personas. «Pueden aparecer ansiedades muy primitivas, de aniquilamiento y destrucción despertadas
por las terribles vivencias de impotencia y no ver salida posible. A
nivel grupal, pueden aparecer conflictos larvados que se manifiestan de
manera mucho más cruda, sentimientos de rivalidad, de envidia y de odio que
en circunstancias normales permanecen en un estado latente», explica
Fessart. Todos estos problemas eran los que, a diario, debían acometer
los comandantes de los «U-Boote» de la Segunda Guerra Mundial. Una tarea nada sencilla, sin duda.
Secretos para superar el confinamiento
1-La rutina, la clave de los marineros.
Werner, en «Ataúdes de acero», incide una y otra vez en que, dentro de los «U-Boote», era clave mantener una rutina determinada
para evitar que los marineros se desquiciaran. El hecho de levantarse y
saber que tenían que llevar a cabo varias tareas a lo largo de la
jornada les permitía escapar de la claustrofobia y la ansiedad. En «Grey Wolves, The U-Boat War, 1939–1945», el historiador Philip Kaplan
confirma que, según los testimonios de los marineros supervivientes,
tareas tan aburridas en apariencia como la vigilancia interna en la nave
les provocaba «una sensación tranquilizadora» y evitaban que cayeran en
el «tedio, la fatiga o el terror absoluto».
Así pues, las tareas
cotidianas se convertían en el mejor aliado de los marineros. Y estas
eran muchas, según recoge en su obra Kaplan: monitorear instrumentos y
medidores, escanear el horizonte en todas las direcciones, escuchar a
través de auriculares, limpiar los equipos, ayudar en la preparación de
alimentos, hacer simulacros de emergencia (de incendios e inmersión),
practicar el disparo de los torpedos o mantener limpio el submarino.
El por qué, todavía a día de hoy, tiene tanta importancia la rutina lo explica Hurtado:
«Es fundamental. Nos ofrece la posibilidad de sentirnos estables; de
saber que tenemos una serie de tareas que cumplir, cada una con sus
tiempos». En sus palabras, no solo nos ayuda a «mantener cierto equilibro mental»,
sino que evita que la ansiedad controle nuestra mente. La clave, para
ella, es estar siempre ocupados. «Estar ocioso de forma contínua es lo
peor que podemos hacer. Esto queda más claro en el interior de un
submarino. Por eso tenían unas rutinas muy concretas que debían llevar a
cabo en orden determinado (ejercicio, entrenamiento). Les permitía
ocupar su tiempo y acotar su jornada».
U Boat tipo VII-C
2-Disfrutar de la luz del sol.
A
pesar de lo que se ha repetido hasta la saciedad en las películas, la
realidad era que los «U-Boote» estaban la mayor parte del día en
superficie. Solo se sumergían de manera aislada para evitar a los buques
enemigos que pudiesen causarles verdaderos problemas. A su vez, no
solían pasar mucho tiempo bajo el mar debido a que, en esas
circunstancias, tan solo podían descubrir a sus objetivos mediante el hidrófono.
Las limitaciones de los motores (debían recargar el eléctrico, que se
usaba en las inmersiones, al aire libre) también influía en este
sentido.
A pesar de saberse en superficie, no era habitual que la
tripulación pasase el tiempo en cubierta durante una misión por miedo a
posibles ataques. Sin embargo, y en palabras de Kaplan, de cuando en
cuando los «buenos oficiales» organizaban en fila a los marineros y les
permitían salir a respirar aire fresco. «Así tomaban un poco el sol,
disfrutaban del cielo, fumaban un cigarrillo y, en definitiva, se
relajaban», añade el experto en su obra. 3-Juego de luces y tiempo libre
En
los «U-Boote», hasta el más mínimo detalle servía para colaborar en la
cordura. Un ejemplo era que, en su interior, había dos luces. Aunque
tenían diferentes funciones, una de ellas era diferenciar entre el día y
la noche. Cuando el color rojo tomaba el interior de aquel tubo
metálico, era que el sol se había despedido.
«Aunque, en el
interior, las veinticuatro horas discurrían bajo la luz eléctrica, se
trataba de seguir un horario como si fuera un día normal, marcado por
sus comidas correspondientes. Para combatir el aburrimiento se solía
poner música en el tocadiscos, se jugaba al ajedrez o las damas, o se charlaba con los compañeros. Pero toda la tensión nerviosa acumulada podía estallar de golpe en lo que se llamó “Blechkoller”,
algo así como “pánico a estar encerrado en una lata”, una reacción de
histeria violenta que solía aparecer cuando el submarino estaba sometido
a un ataque con cargas de profundidad», añade, en este caso, Hernández.
«Aunque,
en el interior, las veinticuatro horas discurrían bajo la luz
eléctrica, se trataba de seguir un horario como si fuera un día normal»
4-La importancia de las ocasiones especiales.
Los
comandantes de los submarinos alemanes sabían también que era
importante romper, aunque solo fuera de vez en cuando, la rutina para
mantener alta la moral de la tripulación. Y para ello, nada mejor que
las ocasiones especiales. «Se encargaban de hacer
fiestas en las que se servía pastel, un poco de coñac y cerveza. Estas
se amenizaban también con algo de música, ya fuera de un fonógrafo o
hecha por alguien que tocara el acordeón», explica Kaplan. Lo habitual
era que se anunciaran con anterioridad para que todos se acicalaran, se
vistieran de gala y, en cierto modo, se ilusionaran con ella.
El comandante Lothar Günther-Buccheim, uno de los mejor considerados de la Segunda Guerra Mundial, dejó claro en «U-Boot war»
lo importante que era para todos los miembros de su dotación saber que,
a eso de las tres de la tarde, iban a comerse un buen trozo de tarta: «El
cocinero ha hecho siete pasteles grandes de Madeira; quiere que les
tome una fotografía. Apenas me puedo mover en la cocina. No hay forma de
que pueda retroceder lo suficiente para hacerla. Pero le he prometido
que, en el momento en el que estén en la mesa del comedor, les tomaré la
foto. He informado de que tomaremos “café y pastel” a las 15:30 y uno
de los marineros ha gemido. Es un deseo sincero de la fiesta que está
por venir».
Hernández, por su parte, añade a ABC que el
«alcohol se reservaba para las celebraciones, ya fuera cuando hundían un
barco, una fecha señalada o el paso del ecuador». Cualquier pequeña
cosa valía, en definitiva, para recompensar a los soldados.
Escena de la película Dass Boot
5-Mentalidad de equipo
Otro
secreto de los comandantes para mantener a su tripulación unida era tan
sencillo como favorecer el espíritu de equipo. En un confinamiento bajo
los mares, cualquier conflicto entre los hombres podía enquistarse y
provocar una situación de tensión. Por ello, y según explica el capitán
germano en «Ataúdes de acero», la clave era que todos aprendieran a
tolerar las manías de sus compañeros. Esos pequeños (y a veces
desesperantes) tics como atusarse la barba de forma compulsiva o tener
un gramófono con la misma canción sondando una vez tras otra.
«Aprendimos a aguantarnos», explica.
Hurtado confirma que, en una situación de aislamiento, es normal que surjan los «precipitantes»:
desde tics hasta comportamientos que pueden sacar a una persona de
quicio. «La clave es, en primer lugar, saber identificarlos. Conocer qué
reacción se genera en mi cuerpo cuando están a mi alrededor (alarmas
como calor corporal, tensión en los músculos, nudos en el estómago…). Si
consigo ver el momento en el que me estoy enfadando, puedo cortar el
enfado antes de que llegue la ira, que es su máxima representación»,
sentencia.
Otras posibilidades son, siempre según su criterio, buscar una distracción mental (lo que llama el «tiempo fuera»),
que permita que el foco de la atención no se centre en ese tic o
comportamiento molesto. «También está la opción de hablar con la
persona. Plantear y proponer un cambio. Es posible que el otro no sepa
que lo que está haciendo me molesta», completa Hurtado.
«El
grupo deber ir apoyando a aquellos sujetos que se sientan más débiles
en un momento determinado. Al haber más personas implicadas, existen más
recursos para superar los momentos más difíciles»En
ese sentido, la psicóloga es partidaria de que, en casos extremos como
hallarse bajo los mares con medio centenar de personas (o en cuarentena,
en familia) ayuda mucho saber que existen más personas en tu misma
situación. «El grupo deber ir apoyando a aquellos sujetos que se sientan
más débiles en un momento determinado. Al haber más personas
implicadas, existen más recursos para superar los momentos más
difíciles», finaliza.
Fessart es partidaria de que, en momentos de
enclaustramiento como los que vivían los marineros en los submarinos
germanos, salía a relucir su mentalidad más grupal:
«Los efectos
en la mente del individuo de este tipo de confinamiento pueden hacerle
conectar más con el grupo, saliendo de su individualidad y pasando a un
funcionamiento mental más grupal. Hay una tarea común que une y refuerza
los vínculos. Máxime en un submarino en el cual cada uno tiene su
función y todo debe encajar como un engranaje perfecto. Todos tienen su
lugar y son responsables de ellos mismos y de los demás lo cual implica
crear lazos de confianza extrema pues incluso la propia supervivencia
puede depender de ello. Cada uno es importante desde la posición que
ocupa y nadie sobra lo cual refuerza y cohesiona los lazos grupales»
6-La figura de autoridad del comandante.
Por
último, Fessart considera que la figura del comandante del submarino
era básica en aquel pequeño mundo de metal. Pero no para aminorar la
tensión, sino para «evitar en la medida de los posible la aparición de
tales fenómenos». A su vez, considera que la suya debía ser una
autoridad natural. Es decir, que emane de la persona y no del rango.
«En
estas situaciones colectivas y jerarquizadas, puede ocurrir que los
integrantes del grupo renuncien a parte de su individualidad para
identificarse con el líder natural del grupo, aquel que ostenta el
mando. Si resulta una figura de autoridad confiable, es posible que
transmita una capacidad de contención que limite y minimice el desborde
de angustia. De la misma manera estas cualidades pueden ayudar a
transmitir serenidad y control de la situación si la sintomatología
aparece», completa.
La resistencia noruega urdió un original plan de sabotaje. En el invierno de 1940-1941 los alemanes dictaron una orden por la que la totalidad de las capturas de sardina debían serles entregadas. Esta decisión fue muy mal acogida por los pescadores noruegos, puesto que dependían de la pesca de la sardina para poder mantener a sus familias. Un miembro de la resistencia infiltrado en el cuartel general germano averiguó que las sardinas confiscadas iban destinadas a la base de submarinos de Saint-Nazaire, en Francia, para formar parte de los víveres de las tripulaciones. Los resistentes noruegos hicieron por radio un insólito encargo a su contacto en Londres; pidieron todos los barriles que pudieran reunir de aceite de crotón. Esta sustancia, extraída de las semillas de esta planta, es un purgante extraordinariamente potente, empleado con los animales, que incluso puede provocar la muerte a dosis muy elevadas. Los sorprendidos británicos accedieron a la petición y enviaron barriles de ese aceite camuflados como combustible, entregándolos a un pesquero noruego. Los miembros de la resistencia lo aplicaron en varias partidas de sardinas destinadas a los alemanes, que no sospecharon nada, ya que era habitual untarlas en aceite para facilitar su conservación. Se desconoce el efecto que provocó en las tripulaciones la ingesta de esas sardinas, pero es seguro que tuvo que ser devastador.