El submarino que repartía el correo para el bando republicano
Una línea de correo bajo el mar unió Barcelona y Maó durante la Guerra CivilEn superficie. El submarino C-4, responsable del servicio postal entre Barcelona y Maó, en una foto de finales de los años veinte en Cartagena (La Vanguardia)
Enrique Figueredo, La Vanguardia
Captar dinero para el maltrecho tesoro republicano mediante carteros subacuáticos viajando a bordo de un submarino y usando para la correspondencia unos sellos especiales de gran valor filatélico. Esa fue la idea del Gobierno de la República y así la llevó a cabo. Hace 80 años un submarino de la Armada –gran parte de la flota quedó en manos de los leales a la Constitución– unió los puertos de Barcelona y Maó.
Promocionado a bombo y platillo desde hacía semanas –había que vender muchos sellos–, el submarino C-4 hizo el viaje inaugural de la línea, y a la postre único de aquel audaz servicio, el 12 de agosto de 1938 sobre las 20 horas. El sumergible, comandado por un oficial soviético, alcanzó puerto menorquín a las 13.00 horas del día siguiente. Tras despachar la carga postal y reavituallarse, partió de Maó el 17 de agosto a las 22 horas y llegó a Barcelona aproximadamente a la misma hora del día siguiente.
“El bando republicano mató a muchos jefes y oficiales de la Armada, incluidos los de submarinos. Tenían casi toda la flota, la totalidad de los submarinos, pero les faltaron jefes y oficiales”, explica Marcelino Rodríguez, capitán de navío retirado, filatélico e historiador. Eso explica que fuera un comandante soviético el que comandara el C-4.
El 21 de agosto de 1938, La Vanguardia decía en su página 13: “Con absoluta normalidad se ha realizado el primer viaje del correo submarino. Miles de cartas han sido transportadas por este nuevo medio de comunicación postal, llevando a todo el mundo una muestra más de la potencialidad de la República [...]”.
La nave C-4, comandada por un oficial soviético, hizo finalmente un único viaje sin casi obstáculos
Pese a la presencia de alguna embarcación de la flota enemiga, el C-4 tuvo un viaje de ida y vuelta bastante tranquilo. Tal como recuerda Rodríguez, los submarinos de esa época navegaban principalmente en superficie –a diferencia de ahora– y solo se sumergían en caso de amenaza. Pero los ataques, por ejemplo, se hacían emergidos. El sumergible del correo entre Barcelona y Maó navegó bajo el agua a la entrada del puerto menorquín por la presencia de unos patrulleros del bando de los generales rebeldes y “durante el viaje de regreso al encontrarse en alta mar con un avión italiano”, relata el historiador y filatélico.
El redactor de la noticia en La Vanguardia de 1938 no sabía todavía que tras el viaje inaugural no habría ningún otro más. Imbuido del ambiente propagandístico de la época, en el texto se adivina la necesidad que tenía el Gobierno de Juan Negrín de captar la atención y, sobre todo, cualquier ayuda material o económica de las potencias occidentales. Parte de las adquisiciones de los sellos, en los diferentes formatos que se vendieron, fueron pagados en francos franceses y en libras esterlinas, aunque parece que fue México el país que más sellos compró e hizo un mejor negocio.
El valor facial de los sobres conmemorativos y los sellos impresos era de 750.000 pesetas en 1938. A finales de ese mismo año, su precio ya se había elevado por encima de los ocho millones y se especula con que alcanzaron los 20 millones de pesetas. Hoy siguen teniendo gran interés para los aficionados. La serie dentada puede costar unos 800 euros, según los cálculos de Rodríguez, y una hoja bloque, con los seis sellos, sin dentar, puede alcanzar fácilmente los 5.000.
Relata este historiador amante de los sellos que, más allá del correo submarino y con el ánimo de aumentar las menguantes reservas, el Gobierno de la República “mandó muchas cartas a direcciones falsas. Se ponía el matasellos y se devolvía al propio Correos. Así, tenían muchas marcas”. “El viaje fue propagandístico. Había necesidad de darse a conocer. Se ganó mucho dinero con la venta de los sobres y los sellos. Además, así se dio apoyo moral a la población de Menorca, que estaba aislada”, afirma el capitán de navío Rodríguez. Se refiere al bloqueo que el bando sublevado sometió a Menorca, la única isla balear que seguía leal a la República.
La dotación del C-4 era sobre el papel para 40 efectivos. Pero en aquel viaje del servicio postal submarino navegaron a bordo, además del personal propio del sumergible, periodistas y personal de Correos. Se calcula que se transportaron a bordo entre 500 y 600 efectos filatélicos, que incluían sobres dirigidos a personalidades de la isla, como comerciantes o escritores, pero también se llevaban las llamadas “postales máximas”, que son aquellas cuya imagen es la efigie del sello. “Todo iba firmado. Alguno de los sobres llegaba a tener medio metro de tamaño. Los dirigidos a las autoridades eran de 18 por 23 centímetros”, relata el capitán de navío retirado con precisión.
El submarino C-4 y toda su dotación no repitió el servicio postal, pero sí hizo un último viaje a las Islas Baleares. En 1946, fue protagonista de una tragedia. Participaba en unas maniobras navales. Al emerger, se topó con el destructor Lepanto y ello provocó el inmediato hundimiento del submarino. Nada pudo hacerse. Los restos del C-4 reposan en el fondo de las costas de Sóller, en Mallorca.
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