El General Belgrano, gemelo del Nisshin.
Fuente: Boletin del Centro Naval- N° 821 Autor Jorge Rafael Bóveda
Jorge Rafael Bóveda es abogado, autor, traductor y editor. Es colaborador de publicaciones nacionales y extranjeras vinculadas a la historia naval. Recientemente editó y tradujo la obra Yo fui prisionero del Graf Spee, de Patrick Dove, bajo el sello del Instituto de Publicaciones Navales. Con dicho título inauguró la colección “clásicos de la literatura naval”.
Por el contacto con muchos jefes y oficiales y por lo que veía
de las tripulaciones, pronto llegue al convencimiento de que
a pesar del enorme poder de la escuadra rusa, nada teníamos
que aprender de ella, que fuera utilizable para la muy
modesta de nuestro país, que la superaba sin duda, en disciplina
y espíritu de trabajo.
Contraalmirante (R) José Moneta
A principios de 1904 la tensión entre Rusia y Japón iba en constante aumento a consecuencia de una antigua rivalidad en torno al control de Manchuria y la península de Corea (un Estado vasallo del Imperio Chino que dista apenas 100 millas del Japón). La debilidad política y militar de China convierte a ambos territorios en tentadores objetivos para ambos imperios. Para el Japón, la Rusia Imperial constituye la principal amenaza a sus ambiciones territoriales. Sin embargo éstos no eran los únicos países seducidos por la región. Otras potencias miraban a oriente con igual sed de codicia. Alemania, Francia e Inglaterra quieren su parte, del mismo modo que años antes se habían repartido amplias regiones del continente africano.
Cuando en 1894 Seúl solicitó ayuda a China como consecuencia de una revuelta contra las autoridades gubernamentales, que contaba con el tácito respaldo del Japón, este último país juzgó propicio el momento para disputarle al Celeste Imperio el dominio de ese territorio y envió sus propias tropas a Corea, exigiendo su independencia de China. En la guerra chinojaponesa resultante [1894-5] Japón arrolló sin dificultad a las fuerzas militares chinas. Tanto en su victoria naval en el río Yalú como durante el cerco de Port Arthur, los oficiales japoneses obtuvieron una experiencia invalorable que les sería muy provechosa una década más tarde al enfrentar a Rusia. El tratado de Shimonoseki que puso fin a la guerra con China no sólo demandaba de este país mano libre para el Japón en Corea, la cesión de Formosa y de la península de Liao-Tung, sino también una jugosa indemnización a los vencidos.
La península de Liao-Tung se encuentra en el extremo sur de Manchuria y se proyecta en el Mar Amarillo. Sobre ella se alza Port Arthur, un puerto fortificado a través del cual se intercambiaba buena parte del comercio manchuriano. Rusia, temerosa por la amenaza que el Japón representaba a sus intereses en China, persuadió a Francia y Alemania de presentar a Tokio un virtual ultimátum para que abandonara las recién conquistadas Port Arthur y Dairen en la península de Liao-Tung (1). El pueblo japonés resintió esta cesión de derechos, que consideraba una justa recompensa por su heroísmo y autosacrificio desplegado durante la guerra. Al año siguiente el gobierno de Pekín fue a su vez forzado a arrendar a Rusia esos mismos territorios, lo que exacerbó aún más el ánimo de los japoneses. En 1896 el Zar suscribió un tratado con China, convirtiéndose en el garante de la integridad territorial de ese país. En 1900, al producirse la Revolución de los Boxers, Rusia la utilizó como pretexto para ocupar los territorios manchurianos.
Así, pues, la estrategia rusa entró abiertamente en pugna con los intereses japoneses, al apropiarse de Corea y Manchuria. Éstos necesitaban de ambas regiones porque su país insular no podía brindarles las materias primas y los territorios que su superpoblación exigía. La política exterior rusa, por soberbia, imprudencia o imprevisión, había acercado a sus dos enemigos en la región: Inglaterra y Japón.
En 1902 Rusia, contra sus propios intereses, anunció unilateralmente un repliegue gradual de sus tropas de Manchuria que debía completarse el 8 de octubre de 1903. Cuando las fechas fijadas para la segunda y última etapa pasaron sin ningún movimiento de tropas, la posición internacional de Rusia se hizo insostenible a los ojos japoneses. Así lo refleja el lúcido informe de Daniel García Mansilla, jefe de la misión Argentina en San Petersburgo apenas días antes de la apertura de las hostilidades:
La Rusia ha eludido sus compromisos formales cuando se negara a la evacuación de Manchuria el 8 de octubre último [1903], esa inmensa provincia de China que constituye todo el norte del celeste imperio y cuya superficie es igual a la del Austria y de la Italia reunidas, con una población de 17 millones de habitantes. Es el caso de los ingleses en Egipto y es inútil que el Japón insista sobre este punto porque la Rusia, según cálculos del Director del Banco Ruso-Chino, Sr. Pokotilov, ha gastado más de un billón y medio de francos en trabajos de ingeniería en la referida provincia y no está dispuesta, como se comprende, a inmovilizar tan inmenso capital. Allá en los confines de la Manchuria el imperio del Mikado, cuya población ha duplicado en el espacio de 20 años se consume en sus límites actuales, necesitando desbordar y extenderse por una senda tan geográficamente indicada como la Corea, cumpliéndose así una ley fatal en la historia de los pueblos. El Japón no pierde la esperanza de conquistar un país con el cual tiene tanta afinidad de raza. En 1893 pudo creerse dueño definitivo de la península, después de su victoria sobre China, pero intervinieron Rusia, Alemania y Francia obligando al Japón a renunciar al fruto de su victoria.
A pesar de las últimas concesiones comerciales de la Rusia es fácil comprender el estado de los espíritus en el imperio del Mikado al ver postergada la evacuación de la Manchuria y que el Japón se decida, si no la contienen las potencias, a correr la grave aventura de una declaración de guerra a la Rusia [sic]. (2)
Japón consciente de que su diferendo con Rusia no tenía chances de éxito, a menos que otras potencias estuvieran de su lado o al menos adoptaran una benevolente neutralidad, obtuvo un rutilante éxito diplomático al suscribir el 30 de enero de 1902 la alianza anglojaponesa. La primera alianza del Japón con una gran potencia de toda su historia. Para el Reino Unido la alianza era vista como una bienvenida manera de compartir responsabilidades y una útil estocada contra los rusos. Gran Bretaña había desarrollado hacia principios de siglo un creciente comercio con China que deseaba extender y estaba muy preocupada por las ambiciones expansionistas del Zar. Desde el punto de vista británico la alianza anglo-japonesa parecía prometer que Japón actuaría como el soldado inglés de oriente. Las cláusulas principales del tratado incluían el reconocimiento de que Japón tenía un especial interés político, comercial e industrial en Corea, y la promesa de una eventual asistencia militar entre las partes en el caso de que alguno de los signatarios entrara en guerra contra otra potencia extranjera.
Un año más tarde las contrapropuestas rusas excluían a Manchuria como objeto de discusión a la vez que contenían condiciones inaceptables para las actividades de Japón en Corea. El Mikado visualizó a partir de entonces a la guerra como una salida inevitable y toda negociación futura debía serlo al solo efecto de ganar tiempo. Los observadores extranjeros en Tokio señalaron que cualquier concesión a Rusia por parte del gobierno imperial provocaría una explosión de la fiebre guerrera de la población, pudiendo llegar inclusive a una guerra civil.
Los primeros días de febrero, el Jefe del Estado Mayor, Oyama, le dijo al Emperador que era esencial que Japón diera el primer golpe. El 4 de ese mes se celebró una reunión para oír las opiniones de los principales consejeros del Emperador. Éstos coincidieron en que debido a su limitada población y recursos, Japón tendría una dudosa chance de vencer a Rusia. Oyama sostuvo que sólo tenían un 50% de posibilidades de obtener una victoria militar, mientras que la Armada Imperial consideraba que, si bien podría dominar a la Escuadra Rusa del Pacífico, ello implicaría un costo estimado de la mitad de sus buques de guerra. No obstante, se decidió que la guerra era la única salida. Las negociaciones no conducían a ninguna parte y los rusos parecían determinados a quedarse de un momento a otro con el control de la península de Corea. Esta pretensión era considerada una amenaza inadmisible para el Japón.
Todos los consejeros se mostraron de acuerdo en que la guerra debería ser corta, debido a que Rusia, con sus vastos recursos, tendría mayores perspectivas de ganar un conflicto prolongado. Con esta idea en mente se tomaron medidas desde el principio para asegurar el éxito de las futuras negociaciones de paz. Entre ellas se despachó a los EE.UU. a un antiguo compañero de la Universidad de Harvard del Presidente Roosevelt para que cultivara las buenas relaciones con el país del norte, el cual sería muy útil como intermediario para iniciar negociaciones de paz una vez que el Japón estuviera próximo a agotar sus recursos (3).
Aunque la indemnización de guerra que había cobrado Japón tras su victoria sobre China en 1895 le permitió contratar la construcción de modernos buques de guerra en astilleros ingleses, el número de buques capitales disponibles en 1904 era aún considerado insuficiente por el Alto Mando Naval Nipón. El Reino Unido iba a desempeñar un rol fundamental en los meses previos al inicio de las hostilidades al instrumentar una brillante estrategia diplomática que le permitiría incrementar la flota de combate nipona sin que los rusos advirtieran la participación del león británico.
Japón adquiere cruceros argentinos
Como se sabe Inglaterra había actuado como mediadora entre la Argentina y Chile en mayo de 1902, al suscribirse los llamados Pactos de Mayo, lo que la colocó en una posición inmejorable para ayudar a su aliado. Un acta complementaria a los Pactos de Mayo firmada el 9 de enero de 1903 (4) en Buenos Aires con el objeto de hacer efectiva la discreta equivalencia de las escuadras argentina y chilena obligaba a ambos gobiernos a vender sus respectivos buques en construcción en el extranjero en el más breve plazo posible poniéndolos a disposición y orden de S.M. Británica mientras que simultáneamente ordenaba el desarme de otros buques (5).
Inglaterra dispuso así de la noche a la mañana de 4 nuevos buques de guerra que su aliado necesitaba imperiosamente para reforzar su escuadra. De éstos, los 2 cruceros-acorazados argentinos de la clase Garibaldi eran los que estaban más avanzados en su construcción y por esa causa eran los más aptos para incorporarse a la escuadra nipona de Extremo Oriente antes del inicio de las hostilidades. La venta de estos buques al Japón por un tercer país de origen no británico tenía la ventaja de evitar indeseables represalias rusas contra Inglaterra. Lo que se quería evitar a toda costa. Los cruceros acorazados Libertad y Constitución originalmente encargados por Chile a astilleros ingleses fueron adquiridos deliberadamente por estos últimos para sustraerlos del mercado, evitando con ello su posible adquisición por parte de los rusos.
Para acelerar la compra de los buques argentinos Tokio instruyó al Ministro Japonés en Río (no había entonces legación en nuestro país) trasladarse a Buenos Aires para iniciar enseguida las negociaciones. El mensaje llegó a Río a la medianoche del 20 de diciembre de 1903. En ausencia del Ministro, el encargado de negocios nipón, Kumaichi Horiguchi, se embarcó al día siguiente en un paquete inglés con destino a Buenos Aires para entrevistarse con el Canciller Argentino, Dr. Luis María Drago, quien lo recibió en su residencia privada de Belgrano en la víspera de Navidad. Al día siguiente, 25 de diciembre, el encargado de negocios era recibido por el Presidente Roca y el Ministro de Marina Capitán de Navío Onofre Betbeder.
Cinco días más tarde (el 30 de diciembre) se formalizaba en Londres la venta al contado de los cruceros acorazados argentinos Moreno y Rivadavia por intermedio de la firma Anthony Gibbs & Sons, agentes londinenses de la Armada Argentina, en la suma de 1.500.000 libras esterlinas, 20.000 libras menos que el precio pactado originalmente con el gobierno argentino para la entrega de los buques. Aunque la venta fue inicialmente mantenida en secreto a pedido expreso de los compradores, la noticia tomó estado público al poco tiempo, lo cual a la postre comprometería la misión del agregado naval argentino en Rusia, tal como se expone más adelante (6).
Al arribar a Génova, la Comisión Naval Japonesa descubrió con preocupación que el alistamiento del Moreno estaba muy atrasado respecto del Rivadavia, por lo que habría que hacer un gran esfuerzo para lograr que ambos buques estuvieran en condiciones de hacerse a la mar al mismo tiempo. Pese a que las pruebas de máquinas y de artillería ya se habían completado satisfactoriamente, había otros múltiples detalles de terminación que aún permanecían inconclusos. Como consecuencia de ello más de 600 hombres del astillero se pusieron a trabajar en el Moreno para completarlo a tiempo.
El Kasuga (ex Rivadavia) en alistamiento en el Puerto de Génova. El Almirante ruso Rozhestvensky había procurado adquirirlo e inclusive conservaba una fotografía del buque en su escritorio (fuente: C. Pleshakov, “The Tsar’s Last Armada”, Basic Books, 2002). El Nisshin (ex Moreno) en alistamiento en el Puerto de Génova. Los buques debían incorporarse ineludiblemente a la escuadra nipona a principios de febrero de 1904 (fecha prevista para el inicio de las hostilidades). Ambos cruceros acorazados, ahora rebautizados Nisshin (7) (ex Moreno) y Kasuga (ex Rivadavia), zarparon de Génova el 9 de enero de 1904, un mes antes del plazo fijado contractualmente, al mando de sendos capitanes de la Royal Navy y tripulación inglesa provista por la firma Armstrong y unos pocos oficiales de la Armada Imperial. Se optó por la ruta más corta hacia el Japón, a través del canal de Suez. La deliberada presencia de una escuadra británica evitó que una división rusa proveniente del Báltico que se encontraba en Bizerta (Túnez) tomara cartas en el asunto. Los flamantes cruceros nipones pudieron reabastecerse de agua, carbón de alta calidad y víveres frescos en las ciudades de Aden, Ceilán y Singapur, todas bajo la protección británica, durante el tránsito de Génova a Yokosuka.
Los japoneses deliberadamente demoraron el inicio de las hostilidades hasta tanto los nuevos cruceros zarparon de Singapur, pues se temía que hasta ese momento pudieran ser atacados por los rusos o los franceses. Aunque no hubo un acuerdo formal de traspaso de información de inteligencia con el Reino Unido, sí hubo un monitoreo de los movimientos navales rusos durante la guerra que fueron informados regularmente a los japoneses. Los ingleses ayudaron a mejorar los equipos de telegrafía sin hilos embarcados y brindaron asistencia técnica a sus aliados al permitir instalar telémetros de origen inglés en los buques de guerra nipones que luego participaron en Tsushima.
El ataque a Port Arthur
Como la guerra era inevitable, Tokio decidió iniciarla en el momento que juzgó más adecuado a sus intereses. Febrero de 1904 parecía ser la mejor fecha. 1904 porque al año siguiente Rusia tenía previsto incorporar 5 nuevos acorazados a su escuadra de Extremo Oriente; febrero porque en ese mes comenzaba el deshielo en los puertos de la costa oeste de Corea. El plan de acción japonés demandaba tempranas embestidas al corazón del ejército ruso estacionado en Manchuria, antes de que sus enormes contingentes de reservistas pudieran ser movilizados y transportados al este.
Almirante Heihachiro Togo. Planifico y lideró personalmente todas las operaciones navales importantes de la Armada Imperial Japonesa en 1904-05. El 14 de mayo de 1905 aniquiló a la flota rusa en Tsushima. Para lograr ese objetivo era necesario contar con líneas seguras de comunicación entre el continente y el Japón. Si Rusia dominaba las comunicaciones marítimas Japón sería derrotado. Por esa causa la campaña militar japonesa descansaba en gran parte sobre los hombros de la Armada Imperial y de la cantidad de buques de combate que pudieran reunir. De ella iban a depender las líneas de abastecimiento para los ejércitos de ocupación. La flota japonesa en el Lejano Oriente era por entonces muy inferior a la rusa, que disponía de una escuadra de buques de gran porte con base en Port Arthur y Vladivostok. Port Arthur se había convertido hacia 1904 en el símbolo del poder ruso en Extremo Oriente.
Este puerto era su única vía de entrada hacia las aguas más calidas del Pacífico. A cientos de millas hacia el norte se alzaba Vladivostok, el segundo bastión ruso de mayor importancia, pero éste permanecía cerrado la mayor parte del año debido al invierno. Mientras Vladivostok era apenas accesible por tierra y por mar, Port Arthur se convirtió en la cabecera del más grande de todos los proyectos imperiales rusos: el ferrocarril transiberiano.
El día que Japón rompió relaciones diplomáticas con San Petersburgo el almirante Togo reunió a sus oficiales y dio las órdenes para dos operaciones inmediatas diseñadas para asegurar al Japón una temprana victoria. La mayor parte de la Armada Imperial haría un ataque por sorpresa a la escuadra rusa, anclada en las inmediaciones de Port Arthur, mientras que un escuadrón de cruceros escoltaría transportes de tropas a Chemulpo (principal puerto coreano), para desembarcar tropas que marcharían a la capital coreana de Seúl y destruirían el destacamento naval ruso que allí se encontraba. Fue esta segunda menos espectacular operación la que comenzó primero, pero fueron las noticias del ataque a Port Arthur las que primero llegaron a Europa y despertaron al gobierno ruso a la realidad de que se encontraban en estado de guerra.
Para asestar el ataque a Port Arthur, que Togo esperaba sería el gran golpe que ganaría la guerra, llevó sus buques hasta una distancia de unas 50 millas de la base rusa hacia el anochecer del 8 de febrero. De acuerdo con los últimos informes que había recibido, los buques capitales rusos estaban justo fuera del puerto; debido al tiempo que demandaba ingresarlos a través de la angostura de la rada, demasiado poco profunda para los acorazados, salvo en el período de marea alta, era razonable asumir que los buques enemigos aún estarían fuera del puerto al momento en que comenzara el ataque. La única variante que podía presentarse era que por alguna razón los buques de la escuadra rusa se hubieran desplazado a la cercana Dalny. Por esta razón Togo dividió sus torpederos en dos grupos: diez serían enviados a Port Arthur y ocho contra Dalny.
Los torpederos japoneses comenzaron el ataque sin ser detectados hacia la medianoche guiados por las luces de los buques rusos. En su aproximación los atacantes vieron las luces de dos torpederos rusos que estaban patrullando y se dispersaron confusamente. Durante esta maniobra de dispersión las tres flotillas perdieron contacto unas con otras, colisionando dos de sus torpederos. De acuerdo con fuentes japonesas, esta evasión fue exitosa, pero algunos testigos rusos señalan que los defensores avistaron a sus enemigos y siguiendo órdenes retornaron a informar al Comandante del escuadrón, pero llegaron demasiado tarde para tomar acciones preventivas. Los japoneses, menos un torpedero, continuaron el ataque, pero debido a la confusión imperante no pudieron realizar el ataque en masa previsto. Sólo cuatro torpederas tomaron parte en el primer ataque, las otras siguieron después.
Al parecer los cuatro atacantes que se aproximaban fueron observados por el crucero Pallada, que se encontraba en misión de reconocimiento, pero no fueron identificados como hostiles hasta que fue demasiado tarde. Estos primeros cuatro torpederos pasaron muy cerca de la línea de defensa exterior rusa y poco después de la medianoche lanzaron sus torpedos a las siluetas de los cruceros acorazados. El primer ataque duró apenas cinco minutos, seguido de un segundo ataque por otros cuatro torpederos que se habían desprendido con anterioridad de sus líderes. Éstos enfrentaron una mayor oposición; enceguecidos por los reflectores y el spray de los lanzamientos fallidos, tuvieron mayor dificultad para lanzar sus torpedos. Luego, una hora más tarde, una solitaria torpedera efectuó un ataque individual seguido por un último torpedero, que habiendo sido dañado por una colisión, logró aproximarse silenciosamente a los buques rusos y lanzar un torpedo hacia la silueta de un buque de cuatro chimeneas.
El ataque de los torpederos japoneses contra port Arthur, el 8 de febrero de 1904, según un grabado japonés de la época Cuando la fuerza naval de Togo, de acuerdo con lo planeado, se aproximó a Port Arthur a la mañana siguiente para tomar ventaja del maltrecho estado del escuadrón ruso, descubrió con asombro que el mismo estaba intacto, material aunque no moralmente. De todos los torpedos lanzados durante la noche, sólo tres habían dado en el blanco (estos tres aparentemente fueron lanzados por la primera ola de torpederas). Desafortunadamente para los rusos, sus dos más modernos acorazados, el Retvizan y el Tsesarevich, habían sufrido un impacto cada uno. El otro torpedo había hecho blanco en el crucero Pallada. Por la mañana estos tres buques fueron varados en la entrada del puerto. Los denodados esfuerzos por entrarlos en la rada fracasaron. El resto de los buques rusos permanecieron anclados con las calderas encendidas.
Pese al éxito obtenido, el ataque por sorpresa del Almirante Togo no trajo todos los resultados esperados. En efecto, éste había desperdiciado ocho de sus torpederos en el puerto de Dalny, donde resultó que no había ningún buque ruso que atacar. Estos torpederos podrían haber sido mejor aprovechados en una segunda ola contra la escuadra rusa de Port Arthur, que si bien ya habría sido alertada por el primer ataque, podría haber sacado provecho de la confusión imperante como consecuencia de los daños recibidos y causarle mayores daños al enemigo.
El Almirante Stark, en vistas del deterioro de la situación, había ordenado a sus buques que permanecieran en estado de alerta contra posibles ataques de torpederos, pero cada buque reaccionó en forma diferente. La mayoría de los oficiales tomaron la orden como un mero ejercicio y no como una advertencia genuina. Ninguno de los buques rusos utilizó sus redes antitorpedos; se dijo después que los oficiales que habían insinuado hacerlo fueron tildados de alarmistas. Algunas dotaciones durmieron vestidas al lado de sus piezas, pero otras no lo hicieron. Después de todo, no había habido una declaración de guerra. El Almirante Stark, considerado el mayor responsable de la derrota, fue rápidamente relevado de su comando (8).
Un porteño en la corte Meiji
La joven República Argentina debido a la providencial circunstancia de haber colaborado con el Japón recibió una invitación oficial de este país para que designase un oficial naval para seguir las operaciones de la guerra. La designación recayó en el Jefe de la Comisión Naval en Génova, Capitán de Navío, Manuel Domecq García, amigo personal del Presidente Julio A. Roca. Gracias a las revelaciones contenidas en un documento inédito recientemente recuperado hoy podemos tener un panorama mucho más preciso de las relaciones interpersonales que mantuvo nuestro “attaché” naval en Extremo Oriente y aspectos hasta hoy desconocidos sobre la comisión de poco más de dos años en que el argentino debió permanecer en aquel país tan extraño a nuestras costumbres. Atrás quedaban su mujer, dos hijos varones y una pequeña nacida en Génova (9).
Almirante Stepan Osipovich Makarov era un popular líder naval y el rival de Rozhestvensky en todo. Murió en el hundimiento del acorazado Petropavlovsk en Port Arthur el 31.03.1904.
El 4 de abril de 1904, tres meses después de la partida de los buques, Domecq García, ahora en París, recibió órdenes del gobierno argentino de embarcarse a Extremo Oriente, lo que pudo concretar recién a principios de mayo tras efectuar los arreglos con el Ministro argentino en Londres y munirse de cartas de presentación para las autoridades niponas provistas por el Vizconde Hayachi, Embajador Japonés en Inglaterra. Paralelamente el Presidente Roca, consciente de nuestra carencia de legación diplomática en el Japón (10), telegrafió al Ministro argentino en Londres, Florencio Domínguez, para que recomendase a nuestro agregado naval ante las autoridades inglesas residentes en el Lejano Oriente.
Portando estas impecables credenciales el Capitán Domecq García desembarcó en Japón a principios de julio tras un largo y extenuante viaje en el paquebote Doric (4.500 ton) y se apresuró a contactarse con Sir Claude M. McDonald (1852-1915), el distinguido Jefe de la Legación Británica en Tokio (11) y oficial retirado del Ejército Británico, que había tomado notoriedad durante la dramática Rebelión de los Boxers (1899-1900) en China, al liderar la defensa de todas las legaciones extranjeras que habían sido cercadas por millares de brigadas revolucionarias pertenecientes a una oscura secta secreta que pretendía la expulsión de todos los extranjeros por medio de salvajes actos de violencia, llegando inclusive al homicidio de varios súbditos extranjeros (12).
El veterano diplomático anglosajón no sólo le ofreció hospedarlo en la legación británica durante el tiempo que debiera permanecer en el Japón, sino que lo presentó a las más altas autoridades del Imperio. El Ministro de Marina, Almirante Barón Yamamoto, el Jefe del Estado Mayor, Almirante Vizconde Ito, y el Ministro de Relaciones Exteriores Barón Komura, artífice de la alianza anglo-japonesa e influyente consejero del Emperador, fueron algunos de los altos funcionarios imperiales que tuvo el raro privilegio de conocer y que causaron en él la más honda impresión.
Su carisma personal y la influyente personalidad de McDonald en la Corte Meiji le valieron con el tiempo un lugar de privilegio entre los agregados navales extranjeros que seguían las operaciones de la guerra. “El proceder que se observaba conmigo –dice Domecq García en su informe– era de absoluta complacencia, no dejando de influir naturalmente el sentimiento del reconocimiento a una buena acción [se refiere al rápido alistamiento de los buques vendidos al Japón] y muy especialmente el apoyo del Embajador Británico, quien tomó mi defensa con el mayor interés, como cuestión propia y deseoso de ayudarme en cuanto le fuese posible (sic) (13). No obstante este influyente interlocutor, los cautos japoneses decidieron poner a prueba al argentino. Como primera medida se le exigió guardar estricta reserva sobre todo lo visto y oído en las bases navales y arsenales japoneses, para lo cual debió virtualmente aislarse del resto de los agregados extranjeros: [...] de acuerdo con sus indicaciones [las de Sir Claude McDonald] procuré hacer una vida retraída y aislada –le dice Domecq García al Canciller Estanislao Zeballos (14)– separándome un poco del grupo social que formaba el personal de las legaciones en Tokio y los Agregados Navales, pretextando ciertos motivos de salud con el objeto de evitar se me hiciesen preguntas y se averiguase mi paradero y los lugares donde me encontrase, estando sin embargo en comunicación con la Legación Británica. Se me permitió la visita a todos los arsenales con la autorización de permanecer en ellos el tiempo que me fuese necesario, pero con las mayores reservas y hasta exigiéndome que fuese y anduviese en traje civil (15).
Los agregados navales destacados en Rusia durante la guerra Ruso-Japonesa. Parados de izquierda a derecha: El Teniente de Navío de la Marina Imperial Alemana Von Gilgenheim, Capitán de Corbeta de la US Navy Newton Mc Cully. Sentados de izquierda a derecha: Capitán de Fragata José Moneta, Capitán de Navío, RN C.J. Eyres; Teniente de Navío desconocido [gentileza de Nina McCully Mc Donald]. Gracias a su conducta discreta y reservada Domecq Garcia obtuvo a partir de abril de 1905, es decir, un año después de su arribo al Japón, una autorización extraoficial del Ministro de Marina para embarcar en la escuadra Imperial en operaciones. En efecto, tras entrevistarse con el Barón Yamamoto en marzo de 1905 pudo por fin observar la guerra desde la primera fila, un privilegio que le sería vedado a otros agregados extranjeros.
Se me manifestó –dice Domecq García– que aquella autorización no era oficial, sino absolutamente oficiosa y de buena voluntad, puesto que en otra forma era imposible, por cuanto en ninguna circunstancia el gobierno japonés permitiría que oficialmente se supiese aquella excepción grandísima que conmigo se hacía, debida a las instancias y buenos oficios del Embajador Británico allí presente y al reconocimiento que se tenía hacia nuestro país y a mi actitud discreta y moderada durante mi permanencia en el Japón y que se esperaba la continuase en igual forma [...] En consecuencia, pues, prometí que se guardaría siempre por mi gobierno la mayor reserva respecto al servicio que se me hacía y que en ningún caso, ni en ningún tiempo pudiese aquella excepción que a mí se me concedía, ser causa de disgustos ulteriores para las autoridades navales japonesas, que yo negaría siempre mi presencia en ninguno de los actos de guerra y que sólo mi gobierno se enteraría del favor inmenso que se me hacía y que éste a su vez lo conservaría en secreto y en reserva. (16) Esta oportuna autorización le permitió a nuestro agregado presenciar el duelo entre ambas flotas en la batalla de Tsushima y aunque su informe no revela en que buque embarcó, sabemos por su nieto (Horacio Forn Domecq) que lo hizo en el acorazado Mikasa (17), buque insignia del Almirante Togo, donde también embarcaron algunos agregados ingleses al igual que en los acorazados Asama, Asahi y en el crucero acorazado Idzumi, todos presentes en esa batalla (18).
Pese a contar con el favor de las autoridades navales japonesas Domecq García dependía, en la práctica, de los informes oficiales traducidos al inglés que le llegaban por intermedio de la legación británica, ya que él mismo no hablaba el japonés. La legación inglesa contaba con 6 traductores (4 nativos y 2 ingleses con dominio del chino y japonés) que transformaban los ininteligibles símbolos japoneses en valiosa información militar. Domecq no contaba con traductores de ninguna clase, por lo que él mismo debía traducir del inglés al castellano los partes que le facilitaba su amigo McDonald. Sobre la base de estos despachos y sus observaciones personales elaboró más tarde su informe oficial en 5 tomos que se editaría en 1909 y 1917.
Al finalizar su comisión Domecq García fue recibido en audiencia por el propio Emperador Mutsuhito juntamente con el flamante Ministro argentino Baldomero García de Sagastume. En aquella solemne ocasión el monarca le obsequió una valiosa caja de laca de oro y dos lujosos jarrones de plata artísticamente modelados, sellados con el crisantemo imperial en prenda de amistad hacia el gobierno argentino. El Ministro de la Casa Imperial solicitó la lista completa de los Jefes y Oficiales que habían integrado la Comisión Naval Argentina en Europa para condecorarlos con la Orden del Sol Naciente, la más alta distinción que el gobierno japonés podía conferir a un militar extranjero. Domecq regresó a Europa el 29 de mayo de 1906 para cumplir otras importantes comisiones, pero siguió el resto de su vida vinculado al Japón, difundiendo su milenaria cultura en el país y promoviendo continuamente iniciativas de acercamiento entre ambos países.
Attache naval en Rusia
La República Argentina también despachó un agregado naval y otro militar (19) para seguir las operaciones del lado ruso, tal como lo habían hecho casi todas las grandes potencias europeas. El flamante Capitán de Fragata José Moneta (20) recibió órdenes de trasladarse a Extremo Oriente el 27 de abril de 1904 (21) con el objeto de seguir las operaciones de la marina rusa en el teatro de la guerra. Su misión en Rusia, aunque provechosa y rica en experiencias personales, se vio desde el principio seriamente amenazada por una serie de hechos que, a los ojos rusos, no favorecían su permanencia en el Lejano Oriente. La noticia de la venta de los cruceros acorazados argentinos al Japón había precedido el arribo de nuestro agregado naval y ese gesto de nuestro gobierno no pasó inadvertido para las autoridades militares rusas.
Capitán de Fragata José Moneta [1869-1941] a la edad de 38 años, cuando fue designado Comandante de la fragata Sarmiento para su VIII viaje de Instrucción. La foto fue tomada en 1907 por D. Salomón Vargas Machuca fotógrafo oficial del buque [AGN].
En efecto, cuando Moneta llegó a San Petersburgo en mayo de 1904 fue interrogado por sus circunstanciales huéspedes sobre este espinoso tema, a lo que él invariablemente contestaba que esos barcos habían sido ofrecidos previamente a Rusia pero que una Comisión Naval de ese país había desaconsejado su adquisición.
Era una excusa convincente y casi imposible de verificar en la Rusia zarista (22). No obstante, este episodio tenía entidad suficiente para arruinar su misión en Rusia mucho antes de que empezara. Fue merced a la influencia personal que ejercía nuestro encargado de negocios, Eduardo García Mansilla (1866-1930), sobre el propio Emperador Nicolás II y otras influyentes personalidades de la corte lo que evitó a Moneta un bochornoso regreso al país con las manos vacías.“(22)
El ocurrente diplomático argentino, sobrino del General Lucio V. Mansilla, y sobrino nieto de Manuelita Rosas, había iniciado su carrera diplomática en 1888 como agregado a la Embajada Argentina en Viena y tras varios destinos en Europa había sido designado en 1900 al frente de la Legación Argentina en Rusia con el propósito de captar mano de obra barata para nuestra pujante industria agropecuaria.
Al margen de sus obligaciones diplomáticas había estudiado música en París con los maestros Massenet, D’Indy y Saint-Saens, y en San Petersburgo con Rimsky Korsakov. Era un hombre de vasta cultura y fina sensibilidad que gozaba de gran prestigio e influencia entre la alta sociedad de San Petersburgo y en el mismo séquito del Zar. En 1905 le dedicó al soberano una Ópera titulada “Iván”, escrita sobre la base de una antigua leyenda rusa con música y letra de su autoría que fue representada con gran suceso en el Teatro del Palacio Hermitage ese mismo año. Más tarde se representó la obra en la Scala de Milán, en el Costanzi de Roma y en el Teatro Colón de Buenos Aires.
Dos años antes, el 9 de agosto de 1902, García Mansilla había logrado que el Emperador Nicolás II, su esposa, la Emperatriz María Feodorovna, la Reina Olga de Grecia, el Gran Duque Heredero Miguel Alexandrovich, y otros altos miembros de la Corte visitaran la fragata Presidente Sarmiento mientras ésta permanecía fondeada en la rada de Kronstadt, un hermoso puerto situado en una isla del Golfo de Finlandia. Dos días más tarde, su Comandante, el Capitán de Fragata Félix Dufourq, junto al Teniente Fliess era recibido en audiencia por el Emperador en persona quien les entregó más tarde sendas condecoraciones (23). Aún se conservan en el Departamento de Estudios Histórios Navales (24) una buena selección de las fotografías tomadas a bordo en tan solemne ocasión.
En primer plano el Capitán de Navío Félix Doufurq acompaña al Zar Nicolás II en una inspección por el buque a poco de abordar la Sarmiento en el puerto de Cronstadt en 1902. Ambos son seguidos a respetuosa distancia por nuestro Ministro en San Petersburgo, Eduardo García Mansilla quién dos años más tarde tendrá un papel decisivo para que José Moneta sea autorizado a permanecer en Rusia como observador durante la Guerra Ruso-Japonesa [DEHN].
En mayo de 1904 las influencias de García Mansilla fueron más útiles que nunca al lograr que las renuentes autoridades rusas extendieran las autorizaciones requeridas para que Moneta continuara su viaje hacia el teatro de la guerra. Tras una breve entrevista personal con el Emperador en su residencia de Peterhoff partió enseguida desde Moscú hacia la ciudad de Harbin (que se pronuncia Jarbín) en el “transiberiano”, tren de una sola trocha, debiendo cruzar en ferry el hermoso lago Baikal, pues aún no estaba terminado el ramal que lo bordea por el sur. El viaje le demandó 14 largos días incluyendo numerosas paradas. Desde allí 2 días más de viaje hasta el teatro de las operaciones propiamente dicho: la Base Naval de Port Arthur.
La fuga de Port Arthur
Al día siguiente de su arribo a la base naval fortificada de Port Arthur los japoneses cortaron las líneas de comunicación con el norte tras batir a los rusos en la batalla del río Yalu, iniciando así el sitio de aquella base, que duraría los siguientes 240 días, como resultado de aquel feroz enfrentamiento los japoneses perdieron 60.000 hombres y los rusos unos 30.000 entre heridos y muertos. El recién llegado Moneta encontró a los agregados navales inmersos en acelerados preparativos para evacuar la plaza por mar en juncos chinos a la costa no bloqueada, pues se temía perder esta valiosa línea de comunicación de un momento a otro como consecuencia de los sostenidos ataques nipones. Fue en estas difíciles circunstancias cuando conoció al agregado naval norteamericano, Capitán de Corbeta Newton McCully (37), que ya se encontraba allí desde el 8 de mayo junto a los attachés alemán, francés e inglés. McCully ya había hecho arreglos para abandonar la plaza en uno de los juncos chinos que abastecían la fortaleza con la esperanza de abrirse paso en tren hasta la base naval de Vladivostok, que aún permanecía libre de japoneses.
Casi todos los juncos que se aventuraban a burlar el bloqueo hacían la ruta Bahía de las Palomas-Chefoo, un puerto sobre la costa de china. Al enterarse la tripulación china que tres de sus camaradas habían muerto el día anterior se produjeron varias deserciones, lo que demoró la partida. Por fortuna hacia el anochecer del 14 de agosto lograron completar la tripulación necesaria para hacerse a la mar. Los acompañaban una modista francesa y su hija de 11 años, juntamente con la esposa de un oficial naval ruso. Esa noche lograron burlar la delatora luz del proyector de un crucero japonés que se encontraba al acecho. A la mañana siguiente dos juncos de dudosa procedencia procuraron interceptarlos, despertando la alarma entre la tripulación oriental. Frente a la perspectiva de ser abordados ambos marinos se armaron con sendos rifles Winchester y repartieron algunas pistolas entre las damas para su defensa personal. Cuando todo parecía perdido lograron alcanzar una punta saliente de la costa que les permitió aumentar la velocidad y con ella la distancia que los separaba de los malhechores.
De acuerdo con McCully, esa noche les dispararon dos veces desde una distancia aproximada de 1.000 yardas, pero merced a la oscuridad reinante pudieron eludir a los atacantes. Hacia las 8:00 p.m. del 16 de agosto lograron llegar a Chan-Hai-Kuan, un pequeño puerto donde la gran muralla china se hunde en el mar. El viaje hacia la seguridad de las costas chinas les había costado 200 rublos. Dada la asombrosa coincidencia de sus respectivos relatos, no existe duda alguna de que ambos agregados hicieron juntos el viaje desde Port Arthur a Chan-Hai-Kuan. Por alguna razón McCully omite mencionar a nuestro compatriota en el capítulo correspondiente de su informe, posiblemente con el objeto de adjudicarse el mérito de la fuga, cuando en rigor de verdad tal mérito correspondía exclusivamente al patrón del junco chino, el único que conocía aquellas aguas como la palma de su mano y sin cuya ayuda la fuga les habría resultado del todo imposible.
Por causas que se desconocen los attachés francés y alemán demoraron su partida de Port Arthur hasta el 17 de agosto, y hasta donde sabemos nunca llegaron a Chefoo. Del Capitán de Fragata Marqués de Cuverville, su asistente personal de nacionalidad rusa y del Teniente Von Gilgenheim nunca más se supo nada. La trágica suerte de estos marinos sigue siendo hoy un misterio irresuelto.
De acuerdo con una crónica periodística de la época, poco después de la partida la meteorología empeoró y la tripulación china propuso regresar a la Bahía de las Palomas mientras que los attachés insistieron en continuar el viaje para evitar caer prisioneros de los japoneses. En la disputa subsiguiente ambos oficiales habrían sido arrojados por la borda. Una vez asegurada la rendición de la plaza (25) la mayoría de los no combatientes huyeron a Chefoo en juncos y en pago del pasaje entregaban órdenes de pago a nombre del Banco Ruso-Chino. Entre estos beneficiarios había algunos chinos de la localidad de Laichowfu (un conocido escondrijo de piratas) que fueron encontrados vinculados a los asesinatos de los oficiales extranjeros y que más tarde habrían confesado el crimen (26).
Defensas de Port Arthur
Moneta especula en sus memorias que aunque los tres hombres estaban armados pudieron haber sido ultimados por un numeroso contingente de piratas o asesinados a sangre fría por la tripulación china del junco en el que viajaban. Otra versión recogida por McCully señala que en la disputa generada con motivo de la negativa a seguir viaje uno de los attachés habría disparado en la pierna a un miembro de la tripulación china y a la noche siguiente éstos se vengaron lanzándolos por la borda, matando en el proceso al sirviente ruso del Capitán De Cuverville. Sea cual fuere la verdad el gobierno de Pekín cerró oficialmente el incidente ejecutando a 5 ciudadanos chinos en Chefoo.
Vladivostok
En Liaoyang abordaron el ferrocarril transiberiano que los condujo de regreso a Harbin y de allí siguieron viaje a Vladivostok, que en ruso significa Reina de Oriente, así llamada por la belleza natural de su bahía, adonde llegaron el 17 de septiembre. Desde fines de mayo había asumido el Comando de la Escuadra Rusa del Pacífico el Vicealmirante Skrydloff. Allí se encontraron con el agregado inglés, Capitán Eyres; el sueco, Teniente Lubeck, y el dinamarqués, Teniente Tvermoes. De acuerdo con el informe oficial de McCully todos los attachés se alojaron en habitaciones privadas en el centro de la ciudad, a cierta distancia de los arsenales y bases navales.
Sus excursiones estaban limitadas a ciertos lugares prefijados por los rusos. No se permitían visitas a las baterías costeras y mucho menos a los buques. Esta política les dificultaba sobremanera llevar a cabo su tarea. La información debía recolectarse de los relatos, no siempre confiables, que les brindaban los oficiales rusos, y de lo muy poco que les dejaban observar en forma directa. La ausencia de un análisis crítico de estos relatos llevaron a McCully a informar a sus superiores en Washington que los rusos habían hundido sus buques en Port Arthur para protegerlos de la artillería japonesa, con la intención de reflotarlos y enviarlos a combatir una vez que llegara el Escuadrón del Mar Báltico (27).
Visita al General Kuropatkin
Habían transcurrido seis meses desde su llegada a Vladivostok cuando fueron convocados por la máxima autoridad militar rusa en Extremo Oriente, el General Kuropatkin, a presenciar las operaciones en el frente, para lo cual debían trasladarse a Mukden, la antigua capital de Manchuria, donde ahora se había instalado el cuartel general ruso. También se les comunico que debían llevar todo su equipaje, pues posiblemente no retornarían a aquella base. Ésta fue una desagradable sorpresa para los agregados navales que aún aguardaban con impaciencia la llegada de la flota del Báltico al mando del Vicealmirante Rodjenvensky.
El 27 de febrero de 1905 Moneta y sus colegas almorzaron con Kuropatkin y su Estado mayor en su tren de campaña a pocas millas del frente de batalla, fue allí donde se enteraron de la decisión del Emperador de evacuar Vladivostok, posiblemente porque se temía la caída de la plaza. No obstante Kuropatkin invocó otra causa mucho más verosímil: que en aquel puerto ya no había unidades navales capaces de combatir y que las operaciones militares en torno a esa base seguramente no despertaría el interés de los oficiales navales, poniendo de ese modo fin a su misión en Oriente. Sea como fuere el General Kuropatkin más tarde cambió de opinión, autorizando extraoficialmente a los agregados navales a regresar.
Algunos de ellos decidieron permanecer en Mukden, como el Capitán Eyres, de Inglaterra, el cual fue capturado poco después por los japoneses y enviado de regreso a Inglaterra. Moneta dejó Mukden el 19 de marzo en tren y tras un penoso viaje de 6 días hizo una parada en Harbin, donde aprovechó para curarse una leve herida en el pie y tomar lecciones de ruso durante un mes. Fue en este lugar donde se enteró de la desastrosa derrota de la escuadra rusa en Tsushima y de la inutilidad de permanecer más tiempo en Rusia.
Una aventura en el desierto
Concluida su misión en China, Moneta y McCully decidieron reunirse en la ciudad de Chita para emprender juntos el regreso a sus respectivos países. Fue aquí donde se inició un periplo de 22 días que los llevaría a recorrer 760 millas desde Urga (Mongolia) hasta Pekín (China) atravesando el desierto de Gobi y un sinnúmero de pueblos de la antigua China. Cuando llegaron a Urga el 16 de junio de 1905 advirtieron que la ciudad estaba convulsionada con la llegada del joven Dalai Lama, que había debido fugarse de la ciudad sagrada de Lhasa en Tibet como consecuencia de la aproximación al lugar de una fuerza expedicionaria británica al mando de Sir Francis Younghusband, que buscaba contrarrestar el expansionismo ruso en el Tibet y resguardar así los intereses británicos en India.
El 24 de junio partieron de Urga en caravana de camellos y a los tres días tuvieron un encuentro inesperado con una joven bailarina americana (Betty Bennett) a la que habían conocido en Vladivostok. Esta señorita había tenido la desdicha de ser expulsada de Mongolia bajo una falsa acusación de espionaje al no haber correspondido a los galanteos del Jefe de la Plaza. Resulta llamativo que McCully, siendo de nacionalidad norteamericana, no consigne la menor referencia sobre ello en su informe oficial. Pero volvamos al desierto. Para entenderse con los mongoles los attachés habían adquirido en Kyakhta un libro con frases comunes en mongol que usaron muy poco debido a que –según relata McCully– “Moneta era muy bueno para hacerse entender con las manos”.
El 4 de julio llegaron a la estación de Ude, que marcaba la mitad del camino que debían recorrer. La escala siguiente fue la ciudad de Kalgan a la que llegaron el 13 de julio tras recorrer 650 millas en 19 días. El 15 de julio partieron en mula hacia Pekín adonde llegaron 3 días más tarde luego de recorrer 110 millas a través de un hermoso país con hosterías extremadamente baratas donde podían hospedarse cómodamente.
Como resultado de este viaje Moneta perdió 11 kilos y McCully 13, lo cual atribuyeron a las pocas horas de sueño más que a la falta de comida de la cual no se vieron privados en ningún momento. De Pekín se trasladaron en tren a Tien-Sin, donde tomaron un vapor de la línea regular a Shangai. McCully regresó a los Estados Unidos vía San Petersburgo el 20 de octubre de 1905. Moneta también pasó por la capital rusa para luego seguir a Londres, adonde llegó a fines de 1905.
Conclusión
Fue al inicio del siglo XX cuando se desencadenó la guerra ruso-japonesa. La misma se extendió por espacio de veinte meses entre 1904-1905 y resultó en pérdidas humanas y materiales sin precedentes. Cientos de miles murieron, docenas de buques fueron hundidos, centenares de lugares fueron arrasados, saqueados y devastados. Fue la primera guerra de la era moderna.
Casi nadie en Occidente se acuerda de ella. Pero aunque el mundo la olvidó Japón y Rusia no lo hicieron. La victoria del primero y la derrota de la segunda influyeron enormemente en las historias de ambos países. Para Japón la guerra de 1904-1905 trajo hegemonía continental en el este de Asia, que duró hasta 1945. Esta victoria expandió el ego nacional japonés enormemente; era la primera vez que una nación asiática derrotaba a una potencia europea. Para Rusia la derrota trajo la revolución, que eventualmente evolucionó en el oscuro bolchevismo. Campesinos y obreros se rebelaron contra el gobierno, que pese a todo continuó enviándolos a una guerra sin la más mínima expectativa de ganarla, mientras exhibía en forma desafiante los dos peores aspectos de la autocracia: ineficiencia y corrupción.
La batalla naval de Tsushima, una pequeña isla en el estrecho de Corea que separa Japón de Asia continental, fue el punto culminante de la guerra. La misma es aún considerada una de las cinco batallas navales más importantes de la historia, equivalente a Lepanto, Trafalgar, Jutlandia y Midway. El almirante que comandó la flota japonesa en Tsushima, Heihachiro Togo, es todavía unánimemente reverenciado como un genio militar insuperable.
En cuanto a los rusos, los buques que navegan por el mar del Japón todavía hoy arrojan coronas de flores cuando atraviesan el estrecho de Corea. Los restos de miles de marinos rusos yacen en el fondo del mar allí, dentro y alrededor de los acribillados cascos de acorazados, cruceros y torpederos. Tras su regreso a los Estados Unidos, el capitán de corbeta Mc Cully elevó el 10 de mayo de 1906 un detallado informe de 327 páginas a la Oficina de Inteligencia Naval, dependiente del Departamento de la Marina de los Estados Unidos. Allí permaneció hasta 1964, cuando fue hallado por accidente y desclasificado al año siguiente por obra de Richard Von Doenhoff, Jefe de la Sección de Archivos Antiguos de la División Historia Naval del Departamento de la Armada de los Estados Unidos.
Un análisis retrospectivo del contenido del informe revela que su aporte, en términos militares fue modesto e incompleto. La causa de este handicap debe buscarse en las precarias relaciones ruso-americanas previas al conflicto. En efecto, los Estados Unidos de América y el Reino Unido se oponían abiertamente al monopolio ruso en Manchuria. Confiados en la competitividad de su creciente comercio demandaban la “puerta abierta” para comerciar en Asia. Esta actitud era bien conocida y resistida por los rusos. El Presidente Roosevelt al igual que el gran público anglo-americano simpatizaba con los japoneses, pero a medida que la guerra fue progresando comenzó a lamentar la sucesión ininterrumpida de victorias niponas. Para los Estados Unidos era preferible una victoria japonesa limitada que dejara a Rusia demasiado débil para retener Manchuria, pero a la vez lo suficientemente fuerte como para contener el expansionismo japonés.
A su vez la venta por parte de la República Argentina de dos importantes buques de guerra a la Armada Imperial Japonesa hizo caer en desgracia a nuestro agregado naval ante los ojos rusos desde el principio, y sólo merced a la gran influencia de nuestro encargado de negocios, Eduardo García Mansilla, ante el Zar hizo posible que el capitán Moneta pudiera obtener sus credenciales evitándose así, por estrecho margen, que este último debiera abortar su misión como observador naval.
En resumen, tanto los Estados Unidos como la República Argentina, por distintos motivos no gozaban del favor de los rusos, y ello comprometió la misión de sus observadores en Extremo Oriente. A McCully le fue extremadamente difícil obtener información de todo tipo, particularmente en Port Arthur donde fue tratado con notoria desconfianza. Otros agregados, por el contrario, recibieron privilegios que le fueron sistemáticamente negados al norteamericano (el argentino permaneció muy poco en esa plaza como para que pudiera haberse ganado la confianza de los rusos).
En Vladivostok ya vimos que McCully tampoco tuvo mejor suerte, no habiendo podido, según nos cuenta en su informe, consultar documentos o estadísticas oficiales de ninguna clase, ni observar en forma directa las defensas, particularmente las de la Armada. Este penoso cuadro es, a mi juicio, extensivo a Moneta, quien se encontró, en la práctica, tan aislado como McCully, debiendo apoyarse exclusivamente en los relatos que recogía en el club de oficiales, lo que le transmitían otros agregados y lo poco que pudo observar desde la ventana de su hotel, todo lo cual debió incidir negativamente en el contenido de su informe, el cual hasta hoy no ha sido recuperado.
McCully se sintió tan discriminado que no vaciló en formular varias recomendaciones a su gobierno, advirtiéndole que: parece dudoso que un attaché [naval] pueda ser de algún servicio en operaciones de guerra a menos que él y su país simpaticen con las fuerzas ante las que ha sido acreditado. McCully regresó a Rusia en 1914 en calidad de Agregado Naval, donde permaneció hasta 1917. En enero de 1925 fue designado Jefe de la Comisión Naval en Brasil con el grado de Contraalmirante pasando a situación de retiro con ese grado el 1º de julio de 1931. En julio de 1942 fue promovido al grado de Vicealmirante retirado. Falleció en San Agustín, Florida, el 15 de junio de 1951, a la edad de 84 años.
El Capitán de Fragata Moneta a su regreso de Rusia permaneció seis meses en Londres. Posteriormente se le asignó el comando del transporte Pampa. El 3 de enero de 1907 es designado Comandante de la fragata-escuela Presidente Sarmiento, la que bajo su comando realiza el VIII viaje de instrucción. Más tarde se le encomendó traer al país desde los EE.UU. al primer Dreadnough de nuestra Armada, el ARA Rivadavia con el que ingresa a Dársena Norte el 19 de febrero de 1915. Ese mismo año es nombrado jefe de la comisión naval en Europa y agregado a la Legación Argentina en Londres. En el año 1919 tras un breve período como adscripto al Ministerio de Marina pide su retiro del servicio activo el cual es aceptado por decreto del PEN de fecha 31/03/1919, confiriéndosele el derecho al grado y sueldo de Contraalmirante en virtud de la Ley 9651 tras computar 45 años y 10 días de servicios. Moneta falleció en la localidad de Nogalí, Departamento de Belgrano, Provincia de San Luis, el 7 de octubre de 1941 a la edad de 72 años.
(1) Ver Kuropatkin, Memorias del General Kuropatkin, Montaner y Simón Editores, Barcelona, pág. 68.
(2) Informe de la Legación Argentina en Rusia al Ministro de Relaciones Exteriores del 31 de enero de 1904, Memorias del Ministerio de Relaciones Exteriores 1903-4, págs. 342/352.
(3) J. N. Westwood, Rusia against Japan, 1904-05, State University of New York Press, 1986, pág. 22.
(4) También conocida como Protocolo Drago-Concha obligaba a la venta de los buques chilenos Libertad y Constitución en construcción en los Astilleros Vickers y Armstrong de Inglaterra y a los cruceros argentinos Moreno y Rivadavia.
(5) El protocolo disponía también el desarme de los cruceros acorazados Garibaldi y Pueyrredón (la Armada había aconsejado desarmar sólo un buque clase Garibaldi) y del acorazado chileno Capitán Prat de 6.900 t, de origen francés.
(6) Acta de Venta de los cruceros acorazados Moreno y Rivadavia de fecha 30 de diciembre de 1903 suscripta por el Ministro Argentino en Londres Florencio Domínguez y el Ministro del Imperio del Japón acreditado ante la Corte de St. James, Sr. Jadasu Hayashi. Original en el Archivo General de la Armada.
(7) Isoroku Yamamoto, futuro almirante y artífice del ataque a la base naval de Pearl Harbor, sirvió a bordo de este buque con el grado de Guardiamarina durante la batalla de Tsushima, donde fue dejado inconsciente por el estallido de una granada, oportunidad en que perdió dos dedos de una mano
(8) El Almirante ruso Rozhestvensky había procurado adquirirlo e inclusive conservaba una fotografía del buque en su escritorio (fuente: C. Pleshakov, “The Tsar’s Last Armada”, Basic
(8) J. N. Westwood, Russia against Japan, 1904-05: A New look at the Russo-Japanese War, State University of New Cork Press, 1986 págs. 37 y siguientes.
(9) Por esta misma época había fallecido en Europa su hija mayor.
(10) Chile y Brasil disponían de legaciones diplomáticas en Japón.
(11) No fue sino hasta 1905 que la Legación Británica fue elevada al rango de Embajada, siendo este funcionario el primer embajador de aquel país ante el Japón.
(12) Este episodio dio lugar años más tarde al largometraje titulado 55 días en Pekín protagonizado por Charlton Heston. David Niven interpretó magníficamente el papel del Ministro McDonald.
(13) Manuel Domecq García, Antecedentes Reservados sobre mi comisión en el Japón, noviembre de 1906. Archivo Roca, Sala VII, Leg. 1384 (1820-1906) AGN.
(14) Estanislao S. Zeballos (1854- 1923) destacado abogado y doctor en Jurisprudencia, Diputado Nacional por la Capital Federal y por Santa Fe, Presidente de la Cámara de Diputados, Director del diario La Prensa, y 3 veces Ministro de Relaciones Exteriores. Escribió sobre infinidad de temas, desde Arqueología hasta Derecho Constitucional de los Estados Unidos. Estanciero y, desde 1888 a 1894, Presidente de la Sociedad Rural. Los sencillos trajes grises que usaba comúnmente y el clavel blanco que ostentaba en el ojal desmentían su fogoso temperamento.
(15) Ibid nota 13.
(16) Ibid nota 13.
(17) Otra versión no confirmada documentalmente sostiene que Domecq García habría embarcado en el crucero acorazado Nishin, donde habría reemplazado al Jefe de Artillería del buque en pleno combate al ser herido el oficial japonés a cargo de esas tareas.
(18) Ibid nota 13, págs. 8 y 9.
(19) El Ejército envió al Teniente Coronel del Ejército Argentino Enrique Rostagno (1868-1934) quien siguió durante un año la campaña del Ejército Imperial. Sobre la base de su informe personal escribió más tarde en Alemania: “Les armées russes en Manchourie”, que fue elogiado por analistas militares Europeos. El gobierno Imperial Ruso le confirió la Encomienda de la Orden de Santa Ana.
(20) El Capitán Moneta nació en Capital Federal el 19.02.1869, cursó sus estudios secundarios en el Nacional de Buenos Aires. Egresó en el primer lugar (de un total de 11) de la promoción Nº11 de la Escuala Naval Militar con el grado de Alférez de Fragata. Su madre Clementina Viola Navarro era media hermana de Erasmo Obligado, un destacado jefe naval argentino que se había sublevado con las cañoneras Paraná y Uruguay durante la abortada revolución de 1874. liderada por el Gral. Mitre contra el presidente electo Nicolás Avellaneda. Durante su permanencia en Rusia llegó a dominar el idioma ruso lo suficiente como para entenderlo, aunque generalmente se comunicaba en francés o inglés, idiomas que dominaba sin mayores dificultades. El informe oficial con abundantes fotografías de su permanencia en Rusia nunca fue encontrado.
(21) Conforme al Decreto del PEN de fecha 2/11/1907 por medio del cual se le reconoce el tiempo de servicio en aquella campaña firmado por el Presidente Figueroa Alcorta y el Ministro de Marina Onofre Betbeder.
(22) De acuerdo con Daniel García Mansilla, hermano mayor de Eduardo, esta anécdota tiene su origen en un episodio real protagonizado entre su hermano y el Zar, donde éste último le enrostró la ayuda militar argentina a Japón. A lo cual el encargado de negocios argentino le recordó que [...] personalmente Vuestra Majestad, con un lápiz rojo tachó la oferta [de los buques], rechazándola”. El Zar luego de un instante de reflexión, concordó con lo dicho por nuestro encargado de negocios y le estrechó la mano. Pocos días después el argentino recibió de parte del soberano la encomienda de San Andrés, según su hermano, “a modo de reparación por su infundada queja”. Fuente: Daniel García Mansilla, Visto, Oído y Recordado”: apuntes de un diplomático Argentino, Bs. As. Kraft., 1950.De acuerdo con Daniel García Mansilla, hermano mayor de Eduardo, esta anécdota tiene su origen en un episodio real protagonizado entre su hermano y el Zar, donde éste último le enrostró la ayuda militar argentina a Japón. A lo cual el encargado de negocios argentino le recordó que Teniente Coronel del Ejército Argentino Enrique Rostagno (1868-1934). carrera diplomática en 1888 como agregado a la Embajada Argentina en Viena y tras varios destinos en Europa había sido designado en 1900 al frente de la Legación Argentina en Rusia con el propósito de captar mano de obra barata para nuestra pujante industria agropecuaria. Al margen de sus obligaciones diplomáticas había estudiado música en París con los maestros Massenet, D’Indy y Saint-Saens, y en San Petersburgo con Rimsky Korsakov. Era un hombre de vasta cultura y fina sensibilidad que gozaba de gran prestigio e influencia entre la alta sociedad de San Petersburgo y en el mismo séquito del Zar. En 1905 le dedicó al soberano una Ópera titulada “Iván”, escrita sobre la base de una antigua leyenda rusa con música y letra de su autoría que fue representada con gran suceso en el Teatro del Palacio Hermitage ese mismo año. Más tarde se representó la obra en la Scala de Milán, en el Costanzi de Roma y en el Teatro Colón de Buenos Aires. Dos años antes, el 9 de agosto de 1902, García Mansilla había logrado que el Emperador Nicolás II, su esposa, la Emperatriz María Feodorovna, la Reina Olga de Grecia, el Gran Duque Heredero Miguel Alexandrovich, y otros altos miembros de la Corte visitaran la fragata Presidente Sarmiento mientras ésta permanecía fondeada en la rada de Kronstadt, un hermoso puerto situado en una isla del Golfo de Finlandia. Dos días más tarde, su Comandante, el Capitán de Fragata Félix Dufourq, junto al Teniente Fliess era recibido en audiencia por el Emperador en persona quien les entregó más tarde sendas condecoraciones
(23) Informe de la Legación Argentina en Rusia al Ministro de Relaciones Exteriores del 31 de diciembre de 1902 (Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores 1902, págs. 273/283).
(24) Departamento de Estudios Históricos Navales dependiente de la Armada Argentina. una buena selección de las fotografías tomadas a bordo en tan solemne ocasión. En mayo de 1904 las influencias de García Mansilla fueron más útiles que nunca al lograr que las renuentes autoridades rusas extendieran las autorizaciones requeridas para que Moneta continuara su viaje hacia el teatro de la guerra. Tras una breve entrevista personal con el Emperador en su residencia de Peterhoff partió enseguida desde Moscú hacia la ciudad de Harbin (que se pronuncia Jarbín) en el “transiberiano”, tren de una sola trocha, debiendo cruzar en ferry el hermoso lago Baikal, pues aún no estaba terminado el ramal que lo bordea por el sur. El viaje le demandó 14 largos días incluyendo numerosas paradas.
(25) Port Arthur se rindió al General Nogi el 2 de enero de 1905.
(26) Ver “Recortes de Diario de la Guerra Ruso Japonesa 1904- 05”, Archivo Domecq García, Museo Naval de la Nación, Tigre.
(27) R. A. Von Doenhoff, The Mc Cully Report, Annapolis, 1977, pág. 258.