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viernes, 14 de marzo de 2014

SGM: La batalla del cabo Matapan



La Batalla del cabo Matapan 

La libre circulación de los convoyes y de las flotas de guerra por el mar Mediterráneo tenía vital importancia. Esta fue la partida que se jugaba la flota británica, al mando del almirante Sir Andrew Browne Cunningham, en la batalla naval que puso en evidencia que Italia no podría adquirir tan fácilmente la supremacía naval en el Mar Mediterráneo. El presente relato ha sido extraído y traducido del libro de Cunningham titulado «A Sailor’s Odyssey» («La Odisea de un Marino»), publicado originalmente en 1951. 

Almirante Andrew Browne Cunningham 
 
 

Hacia la tercera semana de Marzo de 1941 se consideraba probable que los alemanes atacaran a Grecia. En efecto, por esta época, los aviones de reconocimiento enemigos comenzaron a volar frecuentemente sobre el sur y el oeste de Grecia y sobre la Isla de Creta. Y, a diario, lo hacían sobre el puerto de Alejandría. Por añadidura, la vigilancia desusada sobre los movimientos de la flota del Mediterráneo, nos indujo a prever una importante operación de la flota italiana. ¿Cuáles eran las posibilidades que se ofrecían al enemigo? ¿Atacar a nuestros convoyes que transportaban tropas y víveres a Grecia, muy vulnerables porque su escolta era insuficiente? ¿Enviar un convoy de aprovisionamiento hacia las islas del Dodecaneso? ¿Realizar una maniobra ofensiva con el fin de proteger un desembarco en Creta, en Cirenaica, o bien un ataque general contra Malta? 

Islas del Dodecaneso 
 

Isla de Creta 
 

Cirenaica 
 

Isla de Malta 
 

De todas estas hipótesis, la más verosímil resultaba el atacar a los convoyes que enviábamos a Grecia. Para prevenir este peligro, necesitábamos evidentemente apostar nuestra flota de guerra al oeste de Creta. Pero era seguro que seríamos descubiertos por el reconocimiento aéreo enemigo; bastaría entonces a la flota italiana retrasar su operación, hasta que nos viésemos obligados a regresar a Alejandría para abastecernos de combustible. Dos condiciones eran necesarias para tener algunas probabilidades de éxito: en primer término, estar seguros de que los italianos se encontraban efectivamente en el mar; y en segundo término, fijar nuestra salida para las primeras horas de la noche, a fin de no ser descubiertos por el enemigo antes de la mañana del día siguiente. El ideal habría sido que la partida se mantuviese en secreto. Por último, como el adversario conocía perfectamente los movimientos de nuestros convoyes en el mar Egeo, no había que despertar sus sospechas con maniobras desacostumbradas, sin que dejáramos por eso de proteger a nuestros barcos contra un posible ataque.
El 27 de Marzo por la mañana, un hidroavión de Malta descubrió tres cruceros y un destructor italianos, a 80 millas al este del extremo sudeste de Sicilia, que parecían dirigirse a Creta. Pero no pudo seguirlos por la mala visibilidad. La dirección de este movimiento suscitó inmediatamente una viva discusión entre mi estado mayor y yo. La presencia de estos buques pudiera ser la prueba de que otros más pesados cruzaban por las cercanías. ¿Cómo era posible que no se sintieran tentados por nuestros convoyes tan poco protegidos? Ahora bien, en aquel momento sólo teníamos un convoy en el mar. Transportaba tropas a Grecia y debía encontrarse en algún punto al sur de Creta. Recibió la orden de que diese media vuelta tan pronto cayese la noche. Otro convoy debía salir del puerto de El Pireo en dirección sur: se le ordenó que no se moviera. Personalmente, me inclinaba a creer que los italianos no harían ataque alguno. Pero la intensificación de las comunicaciones de la radio italiana nos incitó finalmente a levar anclas, ya de noche, para disponer nuestra flota de combate entre el enemigo y nuestros convoyes. Sin embargo, aposté diez chelines con mi oficial de estado mayor a que el enemigo no se dejaría ver.
Nuestra decisión de zarpar de noche fue providencial. Los aviones de reconocimiento enemigos que volaron sobre Alejandría al mediodía y, otra vez, ya bien entrada la tarde, no advirtieron actividad alguna, tan apacible parecía nuestra flota. Por mi parte, yo había preparado un pequeño ardid para despistar al cónsul japonés, que tenía la costumbre de indicar al enemigo nuestros menores movimientos. No sé si sus informaciones eran de alguna utilidad pero, de todos modos, decidí hacerle una jugarreta a aquel gordinflón. Me trasladé al club de golf, llevando mi maleta como si tuviese la intención de pasar la noche en tierra. El cónsul japonés pasaba la mayor parte del tiempo en el campo de golf. Era imposible no reparar en él: bajo y rechoncho, tenía un trasero tan grueso que su silueta, cuando se inclinaba hacia delante para jugar, parecía un globo. Puse en práctica mi estratagema. Recogí mi maleta al caer la tarde, volví al buque insignia, el «HMS Warspite», y a las 7 hs. de la tarde zarpó la flota. ¿Qué haría el japonés, al día siguiente, al ver el puerto desierto? Por fortuna, ya no tenía que preocuparme de eso. Al salir del puerto, el «HMS Warspite» chocó con un banco de fango. Sus condensadores se ensuciaron, lo cual redujo nuestra velocidad a 20 nudos, y nos causó después muchos trastornos. Sin embargo la noche acabó sin incidentes, mientras nosotros nos dirigíamos al noroeste. El «HMS Warspite», el «HMS Barham», el «HMS Valiant» y el portaaviones «HMS Formidable», se mantenían agrupados. Los destructores «HMS Jervis», «HMS Janus», «HMS Nubian», «HMS Mohawk», «HMS Stuart», «HMS Greyhound», «HMS Griffin», «HMS Hotspur» y «HMS Havock, les precedían. 


HMS Warspite 
 

HMS Warspite (esquema) 
 

HMS Barham 
 

HMS Valiant 
 
 

HMS Formidable 
 
 

Como ya dije, el único convoy que estaba en ruta había retrocedido. Ordené al vicealmirante Sir Henry Daniel Pridham-Wippell, a bordo del «HMS Orion», que se apostase, el 28 al amanecer, al sudoeste de la isla de Gavdhos, juntamente con el «HMS Ajax», el «HMS Perth», el «HMS Gloucester»; y cuatro destructores: el «HMS Ilex», el «HMS Hasty», el «HMS Hereward» y el «HMS Vendetta». 

Vicealmirante Henry Daniel Pridham-Wippell 
 

HMS Orion 
 
HMS Ajax 
 

HMS Ajax (esquema) 
 

Al despuntar el alba, los aviones de patrullaje despegaron del «HMS Formidable». A las 7,40 hs. descubrieron a cuatro cruceros y a varios destructores que, en principio, confundieron con los de Pridham-Wippell. Sin embargo, a las 8,00 hs., este último nos señaló la presencia de buques enemigos al norte de su posición. Era pues evidente, que la flota enemiga se había hecho a la mar. Estaba encantado de haber perdido mi apuesta.
Los cruceros de Pridham-Wippell debían hallarse aproximadamente a 90 millas. Traté de acelerar la marcha del «HMS Warspite», pero a causa de dificultades en las máquinas, no podíamos pasar de los 22 nudos. Entretanto Pridham-Wippell pudo comprobar que el armamento de los italianos era superior al suyo y decidió replegarse ante estos navíos más rápidos y potentes, tratando de atraerlos al alcance del fuego de nuestros acorazados. Los cruceros italianos emprendieron su persecución y abrieron fuego a las 8,15 hs., a una distancia de 13 millas. El tiro, relativamente preciso, sobre todo al principio, pareció concentrarse sobre el «HMS Gloucester», que viraba constantemente para evitar las granadas. A las 8,29 hs., como la distancia se acortó en una milla, el «HMS Gloucester» trató de replicar, pero los disparos de sus cañones quedaban cortos. El enemigo viró hacia el oeste y a las 8,55 hs. cesó de disparar. Justamente antes de las 11,00 hs., Pridham-Wippell divisó al norte otra unidad enemiga que abrió fuego con precisión a 16 millas de distancia. Nuestros cruceros, protegidos por una cortina de humo, se alejaron velozmente, rozados en diversas ocasiones por proyectiles de 15 pulgadas.
Desde el puente de «HMS Warspite», la situación parecía más que insegura. Sabíamos que los acorazados italianos tipo Littorio podían navegar a 31 nudos, mientras que las máquinas del «HMS Gloucester», la noche anterior, no habían podido sobrepasar los 24 nudos. Además, al norte de la posición de Pridham-Wippell se encontraba otro grupo de cruceros italianos. Sin embargo, la proximidad del enemigo había hecho el milagro de reanimar la potencia del «HMS Gloucester», que alcanzó entonces los 30 nudos. Había llegado el momento de obrar. Ordené al «HMS Valiant» que acudiese en socorro de Pridham-Wippell lo más rápidamente posible. Habría preferido retrasar la acción de los aviones hasta el momento en que los buques enemigos estuviesen lo bastante próximos a nosotros, para echarlos a pique si podían ser alcanzados. Pero las circunstancias me apremiaban. Los aviones estaban dispuestos a partir, ordené que despegasen. Pero, por desgracia, el enemigo, que se hallaba entonces a 80 millas, se retiró. Las probabilidades de un nuevo encuentro de día e incluso de noche disminuían considerablemente. Mientras tanto, se había logrado reparar la avería de las máquinas del «HMS Warspite», y me apresuré a socorrer a Pridham-Wippell, dejando al «HMS Formidable», que no podía navegar a la velocidad de nuestra flota de combate, dirigir sólo las operaciones aéreas. El enemigo atacó inmediatamente con torpedos al portaaviones, pero éste consiguió esquivarlos. Nuestros aviones de reconocimiento observaron un movimiento de fuerzas enemigas hacia el oeste. En cuanto divisé a nuestros cruceros, hacia las 12,30 hs., ordené a los aviones del «HMS Formidable» que lanzasen un ataque contra el «Vittorio Veneto», el más importante de los acorazados italianos, que se hallaba entonces a unas 65 millas. 


Acorazado Vittorio Veneto 
 
 

Emprendimos la persecución. Prometía ser larga y probablemente inútil, a menos que el «Vittorio Veneto» fuese alcanzado por las bombas de nuestros aviones, tanto más cuanto que nos habíamos visto obligados a aminorar la marcha para que el portaaviones pudiera unirse a nosotros y el «HMS Barham» pudiera mantenerse a nuestra altura. A las 15,00 hs., una bomba hizo blanco en el «Vittorio Veneto», que seguía encontrándose a 65 millas, y, según el informe del piloto, su velocidad bajó a 8 nudos. Magníficas noticias, desgraciadamente exageradas. En realidad, una hora más tarde, continuaban separándonos unas 60 millas de nuestra presa, cuya marcha era de 12 a 15 nudos. No era posible alcanzarlo antes de la noche. No obstante, se hacía indispensable entrar en contacto con el enemigo. Se encargó, pues, al vicealmirante Pridham-Wippell que acelerase la marcha, a fin de no perder de vista al enemigo en retirada. Igualmente se dió orden de adelantarse a los destructores «HMS Nubian» y al «HMS Mohawk», para que sirviesen de enlace entre los cruceros de Pridham-Wippell y la flota de combate. A las 18,30 hs., la situación era la siguiente: el «Vittorio Veneto» se encontraba a 45 millas del «HMS Warspite» y navegaba hacia el oeste a una velocidad de 15 nudos. La flota italiana se había reagrupado: su buque de mayor tonelaje estaba rodeado por los cruceros y protegido a proa por una pantalla de destructores. A las 19,30 hs. era casi de noche. Nuestros aviones Swordfish partieron al ataque por tercera vez. 

Avión Swordfish 
 
 

Pridham-Wippell sólo distaba tres millas del enemigo. Los informes de los pilotos indicaron algunos éxitos probables, pero sin poder confirmarlos. Había llegado el momento de tomar una decisión, lo cual no era fácil. Yo estaba convencido de que habría sido absurdo no intentar aniquilar al «Vittorio Veneto». Pero el almirante italiano debía conocer perfectamente nuestra posición y disponía de un buen número de destructores y de cruceros. 

Almirante Angelo Iachino 
 

En su lugar, ningún almirante británico habría vacilado en lanzar todas sus fuerzas contra la flota que lo perseguía. Algunos oficiales me indicaron que era imprudente perseguir a ciegas a los italianos, arriesgándonos a poner en peligro a nuestros tres navíos y a nuestro portaaviones, e incluso a encontrarnos al día siguiente metidos en la boca del lobo, al alcance de los bombarderos enemigos. Escuché sus argumentos con la mayor atención, y como había llegado la hora de la cena, les dije que primero iba a bajar a cenar y que después vería lo que debía hacerse.
Al volver al puente me sentí optimista y ordené a las fuerzas de ataque que buscasen al enemigo y entablasen batalla. Sólo quedaban cuatro destructores para escoltar a nuestros acorazados. ¿Qué sucedería si los italianos decidían atacarnos? Nos interrogábamos con alguna inquietud sobre ello, al mismo tiempo que nos preparábamos para la persecución. A las 21,11 hs., Pridham-Wippell nos envió un mensaje: en la pantalla de su radar, del crucero «HMS Orion», se acababa de detectar la presencia de un navío desconocido parado a cinco millas. 


Radar del HMS Orion 
 
El «HMS Warspite» no tenía radar, pero torcimos ligeramente nuestra dirección para identificarlos, después que el «HMS Valiant», nos señaló, por su parte, la presencia en el mismo sitio de un gran navío, que probablemente pasaba los 180 metros de eslora. Ya antes de verle habíamos calculado las condiciones de tiro y nuestros cañones apuntaban hacia el objetivo. A las 22,25 hs., el capitán de fragata Edelsten, mi jefe de estado mayor, que estaba de pie en la aleta de estribor del puente de mando, escrutando el mar con sus gemelos, anunció con la mayor tranquilidad que distinguía, cortando la línea de los acorazados, dos grandes cruceros y uno más pequeño. Miré a mi vez: efectivamente, allí estaban. El capitán de fragata Power, un antiguo oficial de submarinos, que tenía una habilidad singular para reconocer a los buques de guerra enemigos, declaró que se trataba de dos navíos del tipo Zara, armados con cañones de ocho pulgadas, precedidos por un crucero más pequeño. Coloqué mis navíos en línea de combate utilizando la radio de onda corta, después subí con Edelsten y mi estado mayor al puente superior, desde donde podían verse perfectamente las operaciones. Nunca olvidaré los minutos que siguieron. En medio de un silencio de muerte, un silencio que casi se palpaba, no se oía más que la voz del director de tiro, que apuntaba sus piezas. Las órdenes eran transmitidas por la torre de control. Mirando hacia proa, se veían girar a las torres de 15 pulgadas, apuntando a los cruceros enemigos. Nunca he vivido un momento tan emocionante como aquel en que oí anunciar serenamente: «El director de tiro avista el blanco». Indicio seguro de que los cañones estaban prestos y que se ardía en deseos de servirse de ellos. El enemigo se encontraba a 3.500 metros, como máximo.
El capitán de fragata Geoffrey Barnard, oficial de tiro, dió la orden de abrir fuego. Resonó el timbre eléctrico; luego se produjo un vivo resplandor anaranjado, y el disparo simultáneo de los seis cañones sacudió violentamente al buque. En ese mismo instante, el destructor «HMS Greyhound» encendió sus proyectores para localizar a los cruceros enemigos, y su silueta azul plateada se destacó en la oscuridad. Después de la primera andanada, encendimos a la vez nuestros proyectores, y un espectáculo de horror se ofreció a nuestros ojos. Iluminados de lleno, pude seguir la trayectoria de nuestros seis grandes proyectiles volando por el aire. Cinco de los seis alcanzaron al crucero a unos pies por debajo del puente superior, donde estallaron como surtidores deslumbrantes. Los italianos habían sido tomados absolutamente desprevenidos. Sus cañones quedaron destruidos. El enemigo no pudo oponer resistencia. A nuestra popa, el «HMS Valiant» había roto el fuego al mismo tiempo que nosotros. También él dió en el blanco y observé mientras pulverizaba a su adversario. 


HMS Valiant en batalla 
 

Nunca hubiera pensado que cañones tan pesados se mostrasen tan eficaces. El «HMS Formidable» se había retirado a estribor, pero, detrás del «HMS Valiant», el «HMS Barham» disparaba con todas sus piezas. ¿Cómo describir la trágica situación de los cruceros italianos? Torres enteras y enormes montones de hierros retorcidos volaban para después caer al mar, levantando inmensas masas de agua. A los pocos minutos, los buques ardían de proa a popa, convertidos en una tea incandescente. El encuentro no había durado más que unos minutos. Nuestros proyectores proseguían encendidos, y a eso de las 22,30 hs. vimos a tres destructores italianos, que seguían a sus cruceros, acercarse hacia nosotros por la izquierda. Antes de alejarse lanzaron sus torpedos. Nuestros acorazados, para evitarlos, viraron todos al mismo tiempo 90 grados hacia la derecha. La confusión llegó entonces al máximo, porque nuestros destructores habían entrado ahora en la refriega. El «HMS Warspite» disparaba con sus cañones de 15 y 16 pulgadas. Con gran desesperación por mi parte, vi que el «HMS Havock» era alcanzado por nuestras propias granadas. Lo di por perdido. El «HMS Formidable» se libró de milagro. Encomendé a cuatro destructores, el «HMS Greyhound», el «HMS Stuart», el «HMS Griffin y el «HMS Havock», la tarea de acabar con los cruceros, e hice apartarse hacia el norte a los buques grandes y al portaaviones para alejarlos del combate.
A las 22,45 hs. oímos un gran cañoneo al sudoeste. Ninguno de nuestros barcos debía encontrarse en aquel lugar. ¿Eran los italianos que se cañoneaban unos a otros, o los destructores de nuestras fuerzas armadas que pasaban a la ofensiva? Justamente después de las 23,00 hs. ordené a los buques que no estaban ocupados en rematar al enemigo, que se retirasen al nordeste. Quería de este modo dejar en completa libertad a nuestros destructores para que atacaran y facilitar el reagrupamiento de la flota al día siguiente por la mañana. Ordené al comandante Mack, que tenía bajo sus órdenes a los ocho destructores del grupo de ataque, que no se retirase si haber abierto el fuego. Por desgracia, Pridham-Wippell no interpretó correctamente esta orden y abandonó la búsqueda del «Vittorio Veneto». Luego de la medianoche, el «HMS Havock», que acababa de torpedear y de hundir un destructor, informó que estaba en contacto con un buque de línea que se hallaba en el lugar donde se había efectuado el encuentro. El comandante Mack, creyendo que se trataba de su objetivo, se dirigió al lugar a toda marcha. Tenía que recorrer 60 millas hacia el este. Sin embargo, una hora más tarde, el «HMS Havock» comunicó que sólo se trataba de un crucero armado con piezas de artillería de ocho pulgadas. A las 3,00 hs. de la madrugada, el capitán del «HMS Havock» alcanzó al crucero, que resultó ser el «Pola»; pero como había utilizado todos sus torpedos, no pudo echarlo a pique. El comandante Mack, en el «HMS Jervis», no tardó en unírsele, con el «HMS Greyhound» y el «HMS Griffin». De inmediato hizo abarloar al crucero italiano. A bordo reinaba una gran confusión. Algunos tripulantes, aterrados, se arrojaban al mar. Los puentes estaban atestados de marineros ebrios, revolcándose entre las botellas. Los oficiales eran incapaces de imponer la menor disciplina. Mack transbordó a la tripulación y después torpedeó al buque y lo hundió. El «Pola» había sido señalado la noche precedente por Pridham-Wippell y por el «HMS Valiant». No había tomado parte en el encuentro, pero había sido torpedeado y puesto fuera de combate por uno de los aviones del «HMS Formidable». Su desaparición marcó el fin de la batalla. Los reconocimientos efectuados por la aviación de nuestro portaaviones y completados por aviones de Grecia y de Creta, indicaron que al oeste no había ningún buque enemigo. El «Vittorio Veneto» había logrado aumentar su velocidad y escapar durante la noche. Cuando despuntó el alba del día 29 de Marzo, cruceros y destructores avanzaron a nuestro encuentro. Convencidos de que, la víspera, el «HMS Warspite» había hundido durante la refriega a uno de nuestros destructores, íbamos contándolos no sin cierto temor. Con gran alivio nuestro, los doce se presentaron a la cita. Entonces recobré la serenidad.
Hacía buen tiempo. Volvimos al lugar de la batalla. El mar, en calma, estaba cubierto de una capa de aceite. Flotaban cadáveres entre restos de todas clases. Intentamos salvar el mayor número de hombres posible. Incluyendo a los miembros de la tripulación del «Pola», se consiguieron rescatar 900 hombres. Algunos de ellos murieron después. Aviones alemanes interrumpieron nuestros trabajos de salvamento. Era demasiada imprudencia demorarse en una región tan expuesta a los ataques aéreos. En consecuencia, nos vimos obligados a abandonar a cientos de italianos para retirarnos hacia el este. No obstante, señalamos su posición con mucha exactitud al Almirantazgo italiano, que envió al buque hospital «Gradisca». Gracias a ello fueron salvados otros 160 hombres. Un lamentable error de clave explica la ausencia de los griegos. Su flotilla de destructores, sin duda alguna, habría desempeñado su cometido honorablemente. Se dirigieron por el canal de Corinto hacia Argostólion, pero a pesar de su diligencia llegaron cuando la batalla había concluido. Todavía recogieron a 110 italianos.
La escuadra sufrió un ataque aéreo la tarde del 29 de Marzo. Fue muy duro. El portaaviones «HMS Formidable» escapó por un pelo a varias bombas. No obstante, llegamos a Alejandría, sin ningún otro incidente, el 30 de Marzo, a primera hora de la noche. El «Vittorio Veneto» se nos había escapado, pero habíamos hundido tres cruceros de 10.000 toneladas: el «Zara», el «Pola» y el «Fiume», dos destructores de 1.500 toneladas: el «Alfieri» y el «Carducci». Las pérdidas italianas se elevaban a 2.400 hombres. 


Crucero Zara 
 

Cruceros Zara y Pola 
 
 

La mayoría habían sido muertos por nuestro bombardeo a corta distancia. El efecto de estos proyectiles de casi una tonelada es absolutamente indescriptible.
En fin, nuestras bajas fueron mínimas: sólo perdimos la tripulación de un avión.
 

Mapas de Batalla 
 

 
 

fuente: Gran Crónica de la Segunda Guerra Mundial. 

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