Rettungsboje, la boya de rescate ideada por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial para salvar a los pilotos derribados
Por Jorge Álvarez || La Brújula Verdedominio público en Wikimedia Commons
Buscar a un náufrago perdido en alta mar es una tarea ardua y, a menudo, frustrante. Salvo que se pueda acotar mucho el área de búsqueda, la tarea puede prolongarse tanto tiempo que probablemente cuando por fin sea localizado -si es que se consigue hacerlo- ya esté muerto de hipotermia, deshidratación o cualquier otra causa. La cosa es peor en período bélico porque el sujeto podría, además, estar herido. Así que cabe imaginar la cantidad de dramas de ese tipo vividos por los pilotos alemanes y británicos que se enfrentaron en el Canal de la Mancha durante la Segunda Guerra Mundial, en el contexto de la llamada Batalla de Inglaterra. Tanto que se ideó un sistema para intentar paliarlo: la Rettungsboje o Boya de rescate.
Si uno hace un siempre recomendable viaje por Escocia y pasa por la pequeña ciudad de Irvine, en la costa occidental del país, no sólo tendrá ocasión de descubrir un atractivo burgo de origen medieval donde vivieron literatos como Edgar Allan Poe o Robert Burns sino también de visitar el Scottish Maritime Museum, un museo naval (descentralizado, pues parte de las instalaciones están en la vecina localidad de Dumbarton) ubicado en unos antiguos astilleros. La mayor parte de su colección es de naturaleza industrial y, por tanto, integrada por maquinaria portuaria y barcos de los siglos XIX y XX. Pero allí está también una extraña embarcación que no pasa desapercibida.
Se trata del ASR-10, siglas y número del Air-Sea Rescue Float, una boya de rescate desarrollada por ingenieros británicos de la que se llegaron a construir dieciséis unidades, desplegadas por las principales rutas que empleaban las escuadrillas aéreas que cruzaban el Canal de la Mancha para bombardear objetivos enemigos en el continente. Ese tipo de ingenio estaba diseñado para que los pilotos derribados encontraran un refugio aceptablemente confortable que les permitiera sobrevivir hasta su rescate, de ahí que contaran con un equipamiento ad hoc como botiquín, agua potable, comida, cocina, estufa, ropa y mantas. También disponía de una radio y tenía capacidad para seis personas.
La ASR-10 conservada en el Scottish Maritime Museum/Imagen: Rosser1954 en Wikimedia Commons
Las características de las boyas, al adaptar viejos cascos de acero de embarcaciones retiradas, permitían albergar media docena de literas y, por tanto, proporcionar a sus eventuales usuarios cierta comodidad, dadas las circunstancias. El náufrago podía subir sin dificultad usando unas escalinatas o por la popa, al inclinarse ésta y presentar una rejilla que permitía trepar. Esa misma fisionomía fusiforme fue la que llevó a que, al terminar la guerra, se reaprovechase la ASR-10 y se reconvirtiera en un yate; más tarde, el material bélico empezó a revalorizarse como patrimonio y el ingenio se sometió a una restauración para su exposición en el museo, mostrando sus llamativos colores alternados amarillo y rojo.
Ahora bien, no fueron los ingleses quienes tuvieron la idea original de crear y situar puntos de rescate en la franja marítima que separa su país del resto de Europa sino la Luftwaffe, la fuerza aérea del III Reich. Antes reseñábamos la Batalla de Inglaterra, nombre genérico que se da a la oposición presentada por la RAF a la campaña de bombardeos desatada por los aviones alemanes. Hitler necesitaba obtener superioridad en el cielo para proteger así la Operación León Marino, es decir, la invasión de las Islas Británicas, dada la inferioridad de la Kriegsmarine respecto a la Royal Navy. El enfrentamiento fue feroz, ya que se prolongó más de lo esperado (cuatro meses entre julio y octubre de 1940) y, consecuentemente, las cifras de bajas resultaron abrumadoras.
Área de operaciones de la Batalla de Inglaterra/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Así, la Luftwaffe perdió casi dos mil aviones por millar y medio de los británicos. Eso significó cientos de hombres de ambos bandos que perdieron la vida y otros tantos que sobrevivieron a su derribo o a un amerizaje forzoso, acabando en el mar en espera de un rescate que, como decíamos antes, a su dificultad intrínseca sumaba la derivada de operar en una zona de combate. Por ello, en septiembre de 1940, el RLM (Reichsluftfahrtministerium, Ministerio del Aire del Reich) encargó al T-Amt (Technisches Amt, un área de investigación y desarrollo de proyectos) que trabajase en el diseño de una solución de emergencia para esos pilotos y tripulantes perdidos pero aún vivos.
El T-Amt estaba dirigido por el generaloberst Ernst Udet, un antiguo as de aviación de la Primera Guerra Mundial que, a pesar de detestar su cargo por ser meramente administrativo (lo que le llevó al alcoholismo y, finalmente, al suicidio), había impulsado la técnica del bombardeo en picado y el avión más característico para ello, el famoso Stuka. En esta ocasión volvió a cumplir y presentó lo que se bautizó como Rettungsboje o Boya de rescate, popularmente conocida como Udet-Boje por razones obvias. A lo largo de los dos meses siguientes, se construyeron cincuenta unidades (después se añadirían otras tantas) que fueron repartidas por el Canal de la Mancha; dos de ellas fueron arrastradas por barcos británicos para estudiarlas.
El concepto era más simple que el que luego harían los británicos y se ajustaba más a su nombre: carecía de casco propiamente dicho y se trataba de una cápsula flotante con forma cuadrada o hexagonal que medía trece metros cuadrados y tenía un habitáculo de cuatro por dos de altura, con capacidad para cuatro personas. La remataba una torreta de dos metros que se prolongaba en un mástil con antena de señales luminosas blancas y rojas (visibles a casi un kilómetro de distancia), además de sonoras (un SOS por radio) y de humo.
Corte esquemático del interior de una Rettungsboje/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Los náufragos que vislumbraban entre las olas el llamativo color de la boya (amarillo, igual que la ASR, pero añadiendo emblemas de la Cruz Roja), podían nadar hasta allí, comprobar el sentido de la corriente gracias a unas cintas de un centenar de metros con flotadores que estaban sujetas al artilugio, agarrarse a unas barandillas para subir y abrir la puerta de acceso. Entonces llegaba el final de sus penurias. Y es que, dentro, encontraban equipo de primeros auxilios, dos pares de literas superpuestas, ropa seca, una estufa, una pistola de bengalas, un transmisor, cigarrillos, coñac, juegos de mesa para entretenerse, herramientas para taponar los posibles agujeros de bala y una bomba de agua por si había filtraciones.
Las provisiones, que incluían veinticinco litros de agua potable, duraban cuatro días y debían ser repuestas por los rescatadores, que no se demoraban mucho porque las boyas estaban ancladas al fondo en puntos fijos, así que podían revisarse a diario. Para facilitar la llegada hasta el barco o hidroavión que acudiese, incluso había un bote salvavidas hinchable. Gracias a todo ello, muchos aviadores lograron sobrevivir y, de hecho, las Rettungsboje trascendieron su uso al inspirar las actuales Rettungsbake (balizas de rescate para excursionistas que quedan aislados en bajíos de la costa alemana) y las balsas salvavidas cubiertas de los buques.
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