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lunes, 15 de noviembre de 2021

España Imperial: Barcos a remo

La tragedia de los remeros: los criminales que impulsaban las galeras del Imperio español

Cientos de hombres cambiaban sus condenas a muerte o a castigo físico por servir en estos buques. Nadie se preocupaba por ellos y solían ahogarse si el buque se iba al fondo del mar
Manuel P. Villatoro || ABC




Asesinatos, pequeños hurtos, o incluso inquietar a una mujer casada. Son cientos los delitos que podían hacer que una persona con una vida normal acabara remando durante años en los buques españoles como castigo. Sin embargo, y a pesar de su variedad, la mayoría de estas penas han visto la luz gracias a que han quedado recogidas en los 25 «Libros de Galeras» que el Museo Naval de Madrid guarda en su interior.

«En estos libros era donde se registraban la dotación y el personal de una galera, que iba desde los oficiales hasta los esclavos», afirma, en declaraciones a ABC, Carmen Terés Navarro, directora técnica de los archivos de la Armada, mientras posa su mirada sobre la cubierta de uno de los tomos.

Las viejas hojas de papel que muestra la experta abren un mundo desconocido de biografías de la época. «En estos libros quedaban registrados los nombres tanto de la “gente de mar” –la tripulación-, como de la “gente de guerra” -la guarnición militar del buque-. Por otro lado, también se apuntaba a la “gente de remo”, que estaba formada a su vez por los “forzados” –presos sentenciados a penas de galeras por un tribunal-, y los “esclavos”, que nunca serían liberados», añade Terés.

Ficha de prisioneros

No obstante, de los 25 libros que tiene en su posesión el Museo Naval, 18 guardan exclusivamente datos de los presos forzados, a los que más atención se prestaba. Y es que, mientras que de los soldados sólo se apuntaban datos como el destino o el rango, de los prisioneros era necesario hacer una carta de presentación con todos sus datos para así poder reconocerles durante la condena.

«Lo que se apuntaba en estos libros era como una especie de D.N.I. Cómo no había forma de determinar quién era cada uno, pues no disponían de fotografías, se escribía en los libros de galeras su lugar de procedencia, de donde eran sus padres, el delito que había cometido, y sus rasgos físicos más reconocibles. Además, al margen se ponía la condena que tenían, los años que debía permanecer en galeras y, al final, si era liberado», determina la experta.

El trabajo de los escribanos de la galera era muy concienzudo, como muestra el extracto de uno de los tomos. Así, en el centro de la hoja se puede leer: «Sebastián Martin, natural de Antequera, algunas señales de heridas en la cabeza, ojos hundidos, sumido de carrillos, de 36 años. Fue condenado por el licenciado Don Alonso Velázquez Maldonado, alcalde mayor de la ciudad de Jerez, en seis años de galeras al remo y sin sueldo, y no los quebrante pena de cumplirlos doblados, por andar inquietando a una mujer casada haciéndole muchas molestias y haberla arrojado una noche por la ventana y haberse resistido a la justicia… Fue recibido en nueve de marzo de mil y seiscientos y sesenta y un años».

«Los libros que tenemos abarcan del año 1624 hasta 1748. Realmente este tipo de registros ya se usaban antes, pero sólo han quedado estos en España, los cuales vienen del archivo de Cartagena», determina Terés. Estas joyas de la Historia, según explica, pertenecen a la Escuadra de Galeras de España, una de las existentes en el imperio ibérico. «En la época de Carlos V se reestructuraron las escuadras de galeras en 4: una con base en España, otra en Nápoles, Sicilia y Génova», afirma la experta.

Mal menor

Sin embargo, y en contra de lo que puede dar a entender la gran pantalla, la condena a remos en galeras solía ser una alternativa que se daba al preso. «Era una pena durísima, pero como conmutaba una pena de muerte o una pena corporal -es decir, la amputación de algún miembro por haber cometido un delito-, era el mal menor», explica la directora técnica de los archivos de la Armada.

Y es que, aunque las galeras eran consideradas como la principal arma naval del Mediterráneo, también hacían las veces de pequeñas cárceles a las que la justicia enviaba a cientos de prisioneros a cumplir condena. De esta forma, se lograba una doble función: limpiar las superpobladas prisiones y conseguir mano de obra gratuita que propulsara este tipo de buque, accionado casi exclusivamente a remo.

«Siempre se ha dicho que se sabía que venía una galera por el hedor que desprendía»

A pesar de todo, la pena no era ni mucho menos apetecible, pues, al gran esfuerzo físico, se le unían las malas condiciones higiénicas de la galera. «Estaban encadenados a los remos, con lo cual hacían toda su vida en el banco, desde dormir hasta hacer sus necesidades y comer. Siempre se ha dicho que se sabía que venía una galera por el hedor que desprendía. De hecho, los soldados de la galera solían llevar pañuelos mojados en perfumes en la cara para poder soportar el olor», añade Terés.

A su vez, tampoco era mucho mejor la comida de los prisioneros y esclavos. Concretamente, la «delicatessen» de la que disfrutaban todos los cautivos y forzados era el llamado «bizcocho»: un pan medio fermentado al que era de obligación agregar agua para que fuera comestible. Una vez al día, además, recibían una ración de legumbres cocidas en un poco de aceite.

Además de todos estos pesares, los remeros tenían un alto riesgo de fallecer en combate. «Al ir encadenados, si el barco se iba a pique, se hundía con los remeros. Nadie solía acudir a salvarles», explica la experta. Tampoco mejoraban las cosas para los forzados si la guarnición del buque era derrotada en combate, pues usualmente eran hechos esclavos por el enemigo.

El proceso de restauración

En 2013, de los 25 libros que tenía en su poder el Museo Naval, más de una decena se encuentraban ya restaurados, mientras que el resto esperaban pacientemente en sus fundas a pasar por el proceso que les permita ser expuestos ante el público. «Los rehabilitamos a base de subvenciones que se piden a través de “Amigos del Museo Naval” y de la “Fundación Museo Naval”, pero es muy caro, entre 12.000 y 15.000 euros por libro», explica Terés.

Según la experta, cuando los libros llegaron se encontraban en muy malas condiciones: «El papel tiene que estar a una temperatura entre 18 y 21 grados y una humedad relativa de entre 45 y 60. El problema es que Cartagena es un sitio de una temperatura y humedad muy altas, lo que es desastroso para la conservación, pues hace que se reproduzcan los insectos bibliófagos».

«Las palabras que faltan nunca se rellenan porque sería una falsificación»

«La restauración tiene varios pasos, primero se desinfectan de insectos los libros para después descoser la encuadernación y extraer las hojas una por una. Posteriormente, se estudia la composición del papel -o pulpa- y de las tintas para saber si son solubles o no. Luego, cada hoja se introduce en una máquina y, con el mismo tipo de pulpa, se completan todas las partes que le faltan a esa página. Es decir, mediante un proceso se consigue que la pulpa externa se vaya introduciendo en los huecos y agujeros que tiene el papel», determina la experta.

En cambio, hay una cosa que jamás se lleva a cabo. «Las palabras que faltan nunca se rellenan porque sería una falsificación. Este proceso es sólo para dar consistencia al papel y que el libro sea manejable, porque cuando nos llegan son casi imposibles de abrir. Con respecto a las palabras, generalmente se puede saber lo que pone ya que todo el libro está escrito mediante fórmulas que se repiten», finaliza Terés.


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