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martes, 11 de septiembre de 2018

Tácticas de combate naval en buques de vela

Batalla naval. Tácticas y combate naval en la era de la vela

Todo a Babor



Batalla naval del primero de junio, 1794. Por Nicholas Pocock. National Maritime Museum, Greenwich, Londres, Macpherson Collection.

La batalla naval en la era de la vela

Una batalla naval se da entre una escuadra de buques y otra enemiga, o varias aliadas. Un combate naval es lo mismo, pero se suele hablar de este tipo cuando los combates marítimos son entre unidades.

La era de la vela es una denominación genérica que suele englobar varios siglos, donde el uso de la vela como propulsión exclusiva de los barcos alcanzó su máximo apogeo y esplendor. Suele referirse al periodo comprendido entre 1650 a 1860, cuando el vapor se impuso finalmente a la vela.

Hasta ese momento los buques a vela se enfrentaban en las batallas navales con diferentes tácticas, siempre teniendo en cuanta las maniobras que un buque de vela podía realizar. El viento, por tanto, era el elemento clave que había que aprovechar para llevar a buen término cualquier enfrentamiento naval.

Tácticas navales más importantes

Para utilizar un navío de línea en toda su potencia artillera era necesario formar la línea de combate. Esta consistía en colocar los navíos en línea, unos detrás de otros en sucesión, en apretada formación, para lanzar así toda la carga artillera sobre el enemigo, que también se batía en una línea similar en paralelo. Esta, al menos, era la táctica más utilizada durante la época a la que nos referimos.


Clásica línea de combate en una batalla naval de la época de la vela
Ilustración de Todo a babor.

En la imagen superior tenemos una clásica línea de combate entre dos escuadras que se baten en paralelo. Los combates de este tipo no solían ser concluyentes y quedaban casi siempre como un mero duelo artillero sin excesivas bajas personales o materiales. Cuando una de las dos escuadras se encontraba en peor estado simplemente huía.

Cortar la línea enemiga

Cuando a mediados del siglo XVIII los británicos, principalmente, empezaron a cortar la línea enemiga para envolver así su retaguardia y batirlos en superioridad numérica, fue cuando las batallas navales se hicieron más encarnizadas. Esta táctica necesitaba que la escuadra se acercase en un principio en perpendicular al enemigo, debiendo eso sí  soportar el fuego en hilera de los buques que se iban a atravesar.

Pero una vez cortada la línea la escuadra atacante podía batirse en unas condiciones muy ventajosas. También es verdad que los británicos sacaron mayor tajada de esta táctica cuando los españoles y franceses estaban en su peor momento y no tenían tripulaciones experimentadas, y por tanto sus líneas de combate eran mediocres, lo que dificultaba la eficaz defensa que hubiera proporcionado una sólida línea de combate. Antonio de Escaño decía que en igualdad de condiciones en las tripulaciones, la línea de combate en una batalla naval prevalecía sobre un ataque destinado a cortarla.


Táctica naval de cortar la línea de buques enemigos
Ilustración de Todo a babor.

En la imagen superior tenemos un esquema con el ataque de una escuadra que intenta cortar la línea de combate de otra escuadra. Si la línea está bien formada (A) con los buques en apretada formación, harán de muro frente al ataque en perpendicular y podrían llegar a desbaratar tal ataque. Sin embargo, si los buques no son capaces de formar una línea sólida (B) será muy difícil evitar que los navíos se cuelen por entre los grandes huecos que dejan los navíos y doblen la línea. Esto es lo que pasó en la batalla naval de Trafalgar.

Las averías sufridas por los buques de guerra son variables y dependen de la táctica empleada:

El tiro para desarbolar

Se refiere a la destrucción de la arboladura y de los aparejos del buque opuesto para ponerlo en dificultad o en la imposibilidad de maniobrar. Esta táctica era la más utilizada por la Real Armada pero no reduce la capacidad destructora del otro barco y no provoca más que pérdidas ligeras. Está considerada como la principal causa de las derrotas marítimas españolas y francesas, que también seguían la misma táctica.

Con el disparo a la arboladura se buscaba acabar con la posibilidad de maniobra y desplazamiento del buque enemigo, para después seguir disparando a placer o buscar el abordaje.

El tiro al casco

Disparo a la altura de las baterías, busca la destrucción de la artillería, del material y de los artilleros enemigos. Esta táctica era la preferida por los británicos. Los disparos al casco ocasionaban una lluvia de astillas y escombros descontrolados que originaban más bajas que el propio impacto de la bala en sí. A poca distancia (a tocapenoles) los disparos a bocajarro con balas, o incluso doble bala, podían ser devastadores.

Los disparos al alcázar, castillo y toldilla se hacían con munición de metralla, al estar menos protegidas que las baterías interiores, lo que podía ocasionar una gran mortandad si la tripulación atacada estaba agrupada. Normalmente antes de efectuar un abordaje se disparaba con metralla para “despejar” la zona. A la vez, para rechazar un abordaje se utilizaba también la misma táctica.


El tiro bajo la línea de flotación, o a la “lumbre del agua” de la embarcación

Es de una eficacia relativa. La bala puede atravesar la muralla de madera, pero las fibras de la madera tienden a enderezarse después de su paso y el carpintero y sus ayudantes pueden reparar prontamente la avería. En contra de lo que pueda parecer, era muy difícil hundir un buque a cañonazos en combate, ya que además del gran aguante del casco había situados en ambas bandas del sollado, y junto a los costados, existían unos pasillos que corrían de popa a proa, llamados callejones de combate. Por ellos se desplazaba la dotación libremente durante el combate y se facilitaba el reconocimiento de los costados y la reparación de los balazos a la lumbre del agua a cargo de los carpinteros y calafates.

El tiro en hilera, o enfilada

Es el tipo de disparo más buscado en una batalla naval. La maniobra consiste en pasar sobre la proa o la popa del adversario, que era la zona más vulnerable de un buque, donde había muy poca protección, y fulminarlo con toda su artillería sin que éste pueda replicar. Además, las balas pueden atravesar al enemigo sobre toda su eslora, causando todavía más daños.


Ataque por enfilada de la popa o la proa
Ilustración de Todo a babor.

En la imagen superior tenemos varias formas de enfilada. La imágen A nos muestra el ataque a un sólo oponente. En la imágen B atacando a dos oponentes al traspasar una línea de combate. En las dos formas el enemigo prácticamente se encuentra indefenso.

Una vez que el navío ha podido tomarle en enfilada y ocasionarle graves daños, se busca situarse por la aleta (o amura en su caso) donde poder seguir cañoneando a placer (imagen superior A). Si el buque atacado pierde el timón o es desarbolado no podrá ni siquiera maniobrar para presentar su costado y se encontrará en serios aprietos, que normalmente conducen a la rendición del navío.


Ataque de enfilada a la proa de un navío enemigo. Batalla naval entre el navío francés Droits de l’Homme y las fragatas británicas HMS Indefatigable y Amazon, 13, 14 de enero de 1797. Pintura de Léopold Le Guen.

Dentro de una batalla naval

En el momento de avistar un barco enemigo, se toca a zafarrancho de combate. El capitán de Navío, cuando era un navío de línea, se colocaba en la toldilla junto con varios oficiales y guardamarinas. Estos últimos se ocupaban de observar continuamente las señales provenientes del buque insignia y comunicarlo inmediatamente a sus superiores.

También eran los encargados de seleccionar las banderas de señales para izarlas cuando el Comandante lo ordenaba. El segundo comandante (un Capitán de fragata en un navío de línea) ocupaba su puesto en el castillo de proa, en el lado opuesto del buque, para evitar que el fuego enemigo matara a la vez a los dos mandos principales del barco.

Si el Capitán de Navío moría, o tenía que dejar el mando por estar herido, entonces el Capitán de Fragata ocupaba el puesto de este en la toldilla, y así sucesivamente en la cadena de mando del barco. Podía pasar, como el caso del navío “Montañés” en Trafalgar, que por la muerte de los dos Capitanes se hiciera cargo del buque un Teniente de Navío.

Según decidiera el comandante del buque las embarcaciones menores podían ser echadas al agua antes o durante el combate, pero estas debían estar preparadas para ser utilizadas en cualquier momento. Las ordenanzas de 1793 dicen al respecto:
Igualmente será del cargo del contramaestre tener zafos y prontos los calabrotes para remolque, y estar preparado a echar a la mar las embarcaciones menores, y que sus patrones tengan en ellas los remos, timón y cabos de remolque: y si se llevase algun bote al agua por la parte opuesta al fuego, se le dará doble amarra, y se destinarán dos hombres a su custodia y cuidado de que no golpee contra el costado, y zafar los destrozos de maniobra que cayeren en el. Y se tendrá en el bote algun repuesto de planchas de plomo, tapabalazos, estopa, masilla, cuero, clavos y estoperoles, para el pronto reparo de cualquier urgencia.
Las hamacas entonces son retiradas de los puentes y colocadas en las batayolas de la cubierta superior para dar una cierta protección contra la metralla, las balas de mosquete y las astillas de madera. Además se repartía entre la marinería armas blancas y de fuego, para los abordajes o para rechazar los del enemigo.

Los hombres de las baterías se protegen también la cabeza con una especie de “turbantes” hechos de trapos para evitar que las astillas proyectadas les impacten en la cabeza, o se despojan de la camisa, para evitar que una herida por astilla o bala de fusileria se introduzca en el cuerpo con restos de ropa, lo que podía provocar una fatal infección.

Además, se echaba arena por las cubiertas para no resbalarse con la sangre.

En las baterías de cañones

Las portas son abiertas, y los cañones son cargados. Esta maniobra es la más compleja. La carga por la boca necesita hacer retroceder los cañones. Un cartucho de pólvora es introducido en el interior del cañón, con la cantidad de pólvora ajustada a lo que se pretende, es decir, mayor carga para lanzar el proyectil más lejos o cuando había dos balas en vez de una sola, luego una bala es introducida, posteriormente se introduce un taco para sujetar la bala y que no se desplace con el balanceo del buque.

El cabo de cañón ajusta la altura mediante una cuña que se encuentra en la parte inferior de la pieza, según el objetivo si era a la arboladura o al casco se tenía más o menos inclinación. La mecha es encendida en el oído del arma, que contiene una pequeña cantidad de pólvora para poder hacer ignición en el cartucho del interior del ánima, con el botafuego (en el siglo XIX se sustituye este mecanismo inseguro por los tirafrictor o llaves de fuego, que consistían en unos mecanismos que aplicaban una chispa cuando se tiraba de un cordón, siendo más fiables y rápidos), y hace saltar la carga de pólvora, impulsando la bala al exterior.

Una llama brota de la boca, una detonación fuerte resuena y la cureña retrocede con violencia, siendo detenidos por los aparejos, y los cables de cáñamo que retiene el cañón a cada lado de la porta. Dos sirvientes frenan el cañón, gracias a unas palancas llamadas espeques que ejercen en las ruedas, y se aprovecha esta inercia del disparo para cargar de nuevo.


Disparo de un cañón naval. Ilustración de Todo a babor.

La operación de carga es renovada después de la limpieza del interior y de las pavesas, con un escobillón mojado en agua para evitar que queden restos que puedan hacer explotar por accidente el siguiente cartucho de pólvora y ocasionar un grave desastre.

Pajes y grumetes jóvenes (muchos de los cuales tenían sólo 10 u 11 años) corrían a la Santa Bárbara en busca de más cartuchos de pólvora, en un ir y veir continuo y agotador. Tras la nueva carga, el cañón es devuelto en batería gracias a los espeques y aprovechando el cabeceo del buque para poder mover tan pesado artefacto.

Para el manejo de un cañón de 24 libras se necesitaban normalmente una decena de artilleros, que también se ocupaban del cañón opuesto de la otra banda cuando hacía falta. Los cañones de menor calibre necesitaban, proporcionalmente, menos sirvientes. En caso de disparar las dos bandas al mismo tiempo los artilleros se repartían, disminuyendo por tanto la cadencia de disparo. Pero el disparo a dos bandas sólo solía darse en contadas ocasiones. Había que tener cuidado cuando el cañón era disparado repetidamente, ya que podía llegar a reventar debido a la alta temperatura, por eso solía ser refrescado cada cierto tiempo con agua

En otras ocasiones el estado de la mar hace que sea imposible utilizar las baterias más bajas, ya que el oleaje penetra por las portas, con el evidente peligro que ello supone, y hay que hacer uso de sólo la batería más alta (en caso de un navío de línea), con la pérdida de potencia de fuego que eso supone.

Mantener la cadencia de tiro supone a los artilleros conservar su sangre fría. El ruido, el calor, el humo, la proximidad del adversario, las astillas, los gritos de los heridos y de los agonizantes transforman las baterías en un infierno. Además, el navío que se encuentra a sotavento sufre las incomodidades de llenarse las baterías con humo tras los disparos, y rescoldos a veces incendiados que tienen que ser apagados prontamente, mientras que el navío de barlovento encuentra sus baterias tras el disparo sin estos perjuicios.

Al abordaje (o rechazar uno)

Algunos infantes de marina y marineros provistos de mosquetes se subían a las cofas o vergas del buque para tener una posición elevada y ventajosa a la hora de ejercer de tiradores, en busca de oficiales y artilleros de la cubierta del navío enemigo. Otros infantes se organizaban para los trozos de abordaje de los marineros para darles cobertura, o bien bajaban a las baterías interiores para disparar por las portas de los cañones cuando estos se retiraban para cargar de nuevo, buscando acabar con los artilleros de las baterías del enemigo.

El trozo (grupo de hombres) encargado del abordaje solían ser marineros e infantes, que tras el despeje de la cubierta enemiga por medio de la artillería del alcázar o castillo y que batían con metralla, se lanzaban al buque contrario para intentar la rendición por medio del ataque cuerpo a cuerpo. Para ello se utilizaban granadas, picas, pistolas, mosquetes, sables y hachas de abordaje.


Infantería de marina española de finales del siglo XVIII. Dibujo de Javier Yuste.

La rendición del buque enemigo

Cuando un buque, ya sea tras un abordaje o por el uso de la artillería, se rendía en una batalla naval, el pabellón nacional era arriado y encima de el se colocaba la nueva bandera del apresador. El Capitán, o el oficial de mayor rango con vida, rendía su buque a un oficial enemigo, entregándole su espada como gesto simbólico de este acto.


Fragata británica apresada por un navio español. Pintura de Carlos Parrilla.

El buque apresado entonces pasaba a ser mandado por el oficial de presa, que solía ser un Teniente de navío u otro oficial de menor rango, más medio centenar de hombres para marinarlo a puerto amigo. Los prisioneros eran bajados a las bodegas del navío y selladas las escotillas, con vigilancia. Podía pasar que la tripulación prisionera, aprovechando alguna ventajosa circustancia, se apoderara de nuevo del navío, represándolo y tomándo como prisioneros a los antiguos captores. Por eso los oficiales prisioneros eran normalmente llevados al buque apresador, donde estarían más controlados.

Tras cualquier combate el oficial de mayor rango del buque debía hacer un informe indicando de forma precisa, siempre que fuera esto posible, cualquier incidencia en la batalla y su resultado, incluído el número de muertos como de heridos así como los daños sufridos en su buque.

Para rendir el propio navío había que tener, por Ordenanza, una reunión de los oficiales principales para evaluar si el estado del navío y las bajas en la tripulación así lo exigían.

La rendición de un navío debía suponer la última opción posible para un Capitán tras agotar todas las demás posibilidades y esfuerzos por no rendirse, ya que de no ser así podía enfrentarse a un consejo de guerra, tras la obligatoria investigación que se realizaba cuando un buque se había rendido, y costarle el cargo, con la deshonra que ello suponía, o penas privativas temporales.

Si un Comandante de un buque se rendía tras la imposibilidad de sostener el combate, bien por falta de hombres o porque el estado del barco no daba para más, los oficiales no tenían nada que temer en el consejo de guerra. Por ello, normalmente, cuando un navío de línea se rendía quería decir que la mortandad en su tripulación era enorme y que el buque quedaba en muy mal estado.

El horror de un combate naval

Los combates pueden prolongarse durante más de diez horas. Son espantosos. La imposibilidad de huir hace que las batallas navales sean encarnizadas, intensas: hay que vencer o morir.

Las heridas que presentan los hombres pueden ser atroces. Pueden morir aplastados por el peso del cañón que retrocede tras el disparo y se suelta de sus amarres, atropellando a cuanto desprevenido encuentra a su paso; o reventados por la explosión de un cañón defectuoso o con mucho uso seguido.

El contácto de la bala de cañón enemiga con el casco puede crear una lluvia mortífera de astillas, que puede dejar a un hombre desangrado en cuestión de minutos. O tuerto por alguna astilla perdida y con fatal destino. Una bala de cañón que impacte directamente en un hombre llega a tal velocidad que arrancará de cuajo la parte del mismo que encuentre a su paso.

No es raro morir descabezado y tras la batalla se pueden ver despojos y miembros humanos por doquier, y no digamos el daño que puede ocasionar una palanqueta, el Victory de Nelson sufrió nueve muertos por el disparo de una sóla de estas palanquetas disparadas desde el Santísima Trinidad.

La metralla “fusila” a todo aquel que tenga la mala fortuna de ponerse a tiro. Si hubiera un abordaje las hachas, sables y demás armas blancas producen heridas tan terribles que muchos mueren desangrados tras cortes traumáticos de manos, gargantas y otros cortes en el cuerpo. Y por si el fuego enemigo fuera poco, quedan los aplastamientos por caída de escombros, como vergas, cabos, y demás material de las arboladuras que caen a las atestadas cubiertas. Un mástil que se viene abajo en cubierta puede aplastar a una veintena de hombres en un momento y llegar del impacto a la primera batería.


El HMS Belleisle tras la batalla naval de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805. Este fue el buque británico que quedó en peor estado de su flota. Los estragos de los combates navales quedan expuestos en esta pintura de William Lionel Wyllie.

Los muertos en pleno combate son lanzados por las portas para evitar que obstaculicen las baterías y los heridos son evacuados a la enfermería, apartada del puente y bajo el nivel del mar, para evitar para que sus gritos trunquen el espíritu de los combatientes.

La cámara baja es pintada en rojo para que la sangre quede algo más disimulada. El cirujano se limita primeramente a cuidados urgentes en tanto que los heridos afluyen. En las horas que siguen, practica intervenciones en un lugar impropio a todo acto medical, con los limitados medios de a bordo.

Estas intervenciones se efectúan por supuesto en ausencia de toda asepsia y sin anestesia. La pérdida del conocimiento del operado es a veces buscada gracias a una sangría o con empleo de alcohol, con el fin de ahorrarle sufrimientos. Las amputaciones son frecuentes, y las posibilidades de supervivencia de los heridos más graves son escasas, debido a las terribles infecciones en tan insalubres condiciones.

Tras el combate los muertos eran envueltos en sus hamacas y lanzados al agua con una bala de cañón como lastre, tras una breve ceremonia religiosa oficiada por el capellán.

Esto es lo que se daba en una batalla naval de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Si ya la vida normal en la mar era dura, súmese la de un combate marítimo y tendremos seguramente uno de los peores escenarios bélicos a los que se podía enfrentar un hombre de aquella época.

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